sábado, 28 de abril de 2012

El Buen Vivir desde la periferia social de la periferia mundial



Alberto Acosta[1]


“Existe mi verdad, existe tu verdad y existe la verdad”
Tierno Bokar, filósofo africano


En una encrucijada del camino

América Latina, a partir de una renovada crítica al desarrollo convencional, se encuentra en un interesante proceso de reencuentro con sus orígenes. Por un lado, se mantiene y recupera una tradición histórica de críticas y cuestionamientos que fueron elaborados y presentados desde esta región hace mucho tiempo atrás, pero que quedaron rezagados y amenazados de olvido. Por otro lado, afloran otras concepciones, sobre todo originarias propias de los pueblos y nacionalidades ancestrales del Abya Yala, así como también provenientes de otras regiones de la Tierra. En síntesis, estamos en una encrucijada del camino que ha permitido una renovación de la crítica y que también abre la puerta para construir alternativas al desarrollo.

En este punto reconozcamos que, mientras buena parte de las posturas sobre el desarrollo convencional e incluso muchas de las corrientes críticas se desenvuelven dentro de los saberes occidentales propios de la Modernidad, las propuestas latinoamericanas más recientes escapan a esos límites. Este libro de Ata­wall­pa M. Ovie­do Freire confirma esta aseveración.

En efecto, estas propuestas recuperan posturas clave ancladas en los conocimientos y saberes propios de los pueblos y nacionalidades ancestrales. Sus expresiones más conocidas nos remiten a las constituciones de Ecuador y Bolivia[2]; en el primer caso es el Buen Vivir o sumak kawsay (en kichwa), y en el segundo, en particular el Vivir Bien o suma qamaña (en aymara) y también sumak kawsay (en quechua). Existen nociones similares (mas no idénticamente iguales) en otros pueblos indígenas, como los Mapuche (Chile), los Guaranís de Bolivia y Paraguay, los Kunas (Panamá), los Achuar (Amazonía ecuatoriana), pero también en la tradición Maya (Guatemala), en Chiapas (México), entre otros.[3]

A más de estas visiones del Abya-Yala hay otras muchas aproximaciones a pensamientos filosóficos de alguna manera emparentados con la búsqueda del Buen Vivir desde visiones filosóficas incluyentes. El sumak kawsay, en tanto cultura de la vida, con diversos nombres y variedades, ha sido conocido y practicado en diferentes períodos en las diferentes regiones de la Madre Tierra. Aquí cabría destacar los aportes del Mahatma Gandhi o Vandana Shiva, por ejemplo. Aunque se le puede considerar como uno de los pilares de la cuestionada civilización occidental, en este esfuerzo colectivo por reconstruir/construir un rompecabezas de elementos sustentadores de nuevas formas de organizar la vida, se pueden recuperar elementos de  la “vida buena” de Aristóteles.

El Buen Vivir, entonces, no es una originalidad ni una novelería de los procesos políticos de inicios del siglo XXI en los países andinos. Los pueblos y nacionalidades ancestrales del Abya-Yala no son los únicos portadores de estas propuestas. El Buen Vivir forma parte de una larga búsqueda de alternativas de vida fraguadas en el calor de las luchas de la Humanidad por la emancipación y la vida.

            Una propuesta desde la periferia del mundo

            El Buen Vivir, en tanto sumatoria de prácticas vivenciales, muchas de ellas de resistencia a la realmente larga noche colonial y sus secuelas todavía vigentes, es aún un modo de vida en muchas comunidades indígenas, que no han sido totalmente absorbidas por la modernidad capitalista o que han resuelto mantenerse al margen de ella. Sus saberes comunitarios, esto es lo que cuenta, constituyen la base para imaginar y pensar un mundo diferente en tanto camino para cambiar éste.

De todas maneras, siempre será un problema comprobar lo que es y lo que representa un saber ancestral cuando probablemente lo que se presenta como tal no es realmente ancestral, ni hay modo de corroborarlo. Las culturas son tan heterogéneas en su interior que puede resultar injusto hablar de “nuestra” cultura como prueba de que lo que uno dice es correcto. Además, la historia de la humanidad es la historia de los intercambios culturales y, como bien vio José María Arguedas, eso también se aplica a las comunidades originarias americanas. Es imperioso, de todos modos, recuperar las prácticas y vivencias de las comunidades indígenas, asumiéndolas tal como son, sin llegar a idealizarlas.

Tampoco podemos negar la historia. Los incas construyeron un imperio con todo lo que éste representa (se incluyen los mitimaes y la imposición de una lengua con éxito en algunos casos y de una "cosmovisión" legitimadora del poder, por ejemplo). La conquista fue posible gracias al apoyo de una parte de los indígenas contra los gobernantes de aquel momento (el caso de Cortés y Tenochtitlan es paradigmático). La colonia se consolidó, como toda colonia, gracias al apoyo de una parte de los indígenas que fueron cooptados -también a través de privilegios y títulos nobiliarios- por los conquistadores. Y la Independencia encontró a indígenas en ambos bandos o en ninguno...

Lo que interesa en este punto es que el Buen Vivir, para ponerlo en palabras del sociólogo José María Tortosa, “nace en la periferia social de la periferia mundial y no contiene los elementos engañosos del desarrollo convencional. Ya no será cuestión del ‘derecho al desarrollo’ o del principio desarrollista como guía de la actuación del Estado. Ahora se trata del Buen Vivir de las personas concretas en situaciones concretas analizadas concretamente, y la idea proviene del vocabulario de pueblos otrora totalmente marginados, excluidos de la respetabilidad y cuya lengua era considerada inferior, inculta, incapaz del pensamiento abstracto, primitiva.”

Lo destacable y profundo de estas propuestas alternativas, de todas formas, es que surgen desde grupos tradicionalmente marginados. Son propuestas que invitan a romper de raíz con varios conceptos asumidos como indiscutibles.

            Una alternativa al desarrollo

            El Buen Vivir plantea una cosmovisión diferente a la occidental al surgir de raíces comunitarias no capitalistas. Rompe por igual con las lógicas antropocéntricas del capitalismo en tanto civilización dominante y también de los diversos socialismos realmente existentes hasta ahora.

Recordemos que las dicotomías básicas de la civilización occidental se profundizaron de una manera global después de la Segunda Guerra Mundial, cuando arrancaba la Guerra Fría, con el aparecimiento de la amenaza y del terror nuclear. La propuesta del desarrollo, surgida desde la lógica del progreso civilizatorio de occidente estableció una compleja serie de dicotomías de dominación: desarrollado-subdesarrollado, avanzado-atrasado, superior-inferior, centro-periferia… Así cobró nueva fuerza la ancestral dicotomía salvaje-civilizado, que se introdujo de manera violenta hace más de cinco siglos en nuestra Abya-Yala con la conquista europea. “El desarrollo -cómo desde hace dos mil años la civilización-, tiene como aspiración el seguir catequizando, endoctrinando, globalizando, uniformando… el mundo entero.” (Oviedo)

En ese contexto de proyecciones globales se plasma la estructura dominante de la actual civilización. Como lo precisa Aníbal Quijano, “el actual patrón de poder mundial consiste en la articulación entre: 1) la colonialidad del poder, esto es la idea de ‘raza’ como fundamento del patrón universal de clasificación social básica y de dominación social; 2) el capitalismo, como patrón universal de explotación social; 3) el Estado como forma central universal de control de la autoridad colectiva y el moderno Estado-Nación como su variante hegemónica y 4) el eurocentrismo como forma central de subjetividad/intersubjetividad, en particular en el modo de producir conocimiento”.

La institucionalización global de la dicotomía superior-inferior implicó la emergencia de la mencionada colonialidad del poder, así como la colonialidad del saber y la colonialidad del ser. Dicha colonialidad, vigente hasta nuestros días, no es solo un recuerdo del pasado. Explica la actual organización del mundo en su conjunto, en tanto punto fundamental en la agenda de la Modernidad dominante.

En concreto, a lo largo y ancho del planeta, las sociedades fueron y continúan siendo reordenadas para adaptarse al “desarrollo”. El desarrollo se transformó en el destino común de la humanidad, una obligación innegociable. Para conseguirlo, por ejemplo, se acepta la destrucción social y ecológica que provoca la megaminería, a pesar de que ésta, además, ahonda la modalidad extractivista de producción heredada desde la colonia.

Cuando los problemas comenzaron a minar nuestra fe en el desarrollo, empezamos a buscar alternativas de desarrollo, le pusimos apellidos para diferenciarlo de lo que nos incomodaba, pero seguimos por la misma senda: desarrollo económico, desarrollo social, desarrollo local, desarrollo rural, desarrollo sostenible o sustentable, ecodesarrollo, desarrollo a escala humana, desarrollo local, desarrollo endógeno, desarrollo con equidad de género, codesarrollo… desarrollo al fin y al cabo.

El Buen Vivir es algo diferente. No se trata de aplicar un conjunto de políticas, instrumentos e indicadores para salir del “subdesarrollo” y llegar a aquella deseada condición del “desarrollo”.[4] Una tarea por lo demás inútil. Veamos si no lo acontecido a lo largo de estas últimas décadas, casi todos los países del mundo han intentado seguir ese supuesto recorrido. ¿Cuántos lo han logrado? Muy pocos, asumiendo que la meta buscada puede ser considerada como desarrollo.

Oviedo, como otros pensadores latinoamericanos, ve en el desarrollo una forma post moderna de conquista y saqueo. En su crítica Oviedo incorpora elementos importantes para profundizar la denuncia en contra del desarrollo, más allá de los conocidos cuestionamientos económicos. Con razón, según él, el desarrollo “degenera lo ambiental, lo espiritual, lo psicológico, lo cultural, lo emocional, lo cósmico, de las inmensas mayorías”.

De hecho, poco a poco se cayó en cuenta que el tema no era simplemente aceptar una u otra senda hacia el desarrollo. Los caminos hacia el desarrollo no eran el problema mayor. La dificultad radica en el concepto mismo del desarrollo. El mundo vive un “mal desarrollo” generalizado, incluyendo los considerados como países industrializados, es decir los países cuyo estilo de vida debía servir como faro referencial para los países atrasados. Eso no es todo. El funcionamiento del sistema mundial contemporáneo es “maldesarrollador” (Tortosa).

Oviedo comprende esta amenaza e incluso coincide en cierta medida con uno de los mayores críticos del desarrollo, como fue André Gunder Frank, quien hablaba del “desarrollo del subdesarrollo”. Oviedo lo sintetiza así, “el desarrollo de la modernidad principaliza y centraliza el desarrollo económico, material, al cual considera el eje fundamental del sistema. Desarrollo económico y material que a la larga se convierte en un subdesarrollo para los demás miembros del sistema, y de otras cualidades y condiciones de los miembros.”

En suma, es urgente disolver el tradicional concepto del progreso en su deriva productivista y del desarrollo en tanto dirección única, sobre todo en su visión mecanicista de crecimiento económico, así como sus múltiples sinónimos. Pero no solo se trata de disolverlos, se requiere una visión diferente, mucho más rica en contenidos y, por cierto, más compleja.



            Atar el nudo gordiano

Adicionalmente, a inicios del siglo XXI también se refuerzan otras vertientes contestatarias del desarrollo y del progreso. Destacamos las alertas sobre el deterioro ambiental ocasionado por los patrones de consumo occidentales, y los crecientes signos de agotamiento ecológico del planeta. La Madre Tierra no tiene la capacidad de absorción y resilencia para que todos repitan el consumismo y el productivismo propios de los países industrializados. El concepto de desarrollo y el de progreso convencionales no brindan respuestas adecuadas a estas alertas. En este punto también hay otro punto de un encuentro con las cosmovisiones indígenas en las que los seres humanos no solo que conviven con la Naturaleza de forma armoniosa, sino que los seres humanos forman parte de ella.

Reconozcamos que en el mundo actual se comprende, paulatinamente, la inviabilidad global del estilo de vida dominante. Sus límites económicos, sociales y ambientales, se vuelven evidentes. “Los países y sectores desarrollados han fecundado y promovido el cambio climático que amenaza con sucumbir a toda la humanidad. Ya en los años setenta el Club de Roma puso en alerta e incluso estableció predicciones de que si seguíamos en ese ritmo de desarrollo y crecimiento consumista el planeta no podría soportar más. Pero esas predicciones se han quedado cortas pues la realidad ha demostrado que son más duros los efectos y estamos prácticamente viviendo el inicio del colapso ecológico.” (Oviedo)

La humanidad, entonces, debería dejar de centrarse en la validez o no de esas advertencias, para pasar a abordar la ponderación de las alternativas de salida. Desde esa perspectiva, creemos, pues que el Buen Vivir -en plural y con amplitud de miras- se ha convertido en un fértil campo de construcción y análisis que permite abordar esta complejidad global.

En este punto, ante el fracaso manifiesto de la carrera detrás del fantasma del desarrollo, emerge con fuerza la búsqueda de alternativas al desarrollo. Es decir de formas de organizar la vida fuera del desarrollo, superando el desarrollo, en suma rechazando aquellos núcleos conceptuales de la idea de desarrollo convencional entendido como progreso lineal. Oviedo cristaliza el dilema con una simpleza casi bíblica, “la disyuntiva está entre los pueblos aislados o no contactados con la civilización, y las sociedades aisladas o no contactadas con la naturaleza y sus ciclos vitales. Ahí la gran ruptura y alternativa para la humanidad.”

Esto nos remite, también en términos de Oviedo, a un enfrentamiento “Entre los pueblos integrados a las leyes de la naturaleza y los pueblos dominadores de la naturaleza y dogmatizados a las leyes del hombre. Entre las sociedades comunitarias y las sociedades individualistas. Entre las economías equitables-mutualistas y las economías acumulativas-concentradoras: de Estado republicano y de Estado socialista. (…) Entre las sociedades desarrollistas depredadoras de la naturaleza y del ser humano, y las culturas al servicio y preservación de la naturaleza y del ser humano, para las actuales y futuras generaciones”.

La tarea es simple y a la vez en extremo compleja. En lugar de mantener el divorcio entre la Naturaleza y los seres humanos, en lugar de sostener una civilización que pone en riesgo la vida, la tarea pasa por propiciar su reencuentro. Hay que intentar atar el nudo gordiano roto por la fuerza de una civilización -la occidental-, que resultó depredadora y por cierto intolerable. Para lograrlo habrá que transitar del actual antropocentrismo al (socio)biocentrismo. Con su postulación de armonía con la Naturaleza, con su oposición al concepto de acumulación perpetua, con su regreso a valores de uso, el Buen Vivir abre la puerta para formular visiones alternativas de vida.

Ya no es posible vivir en un mundo objetivista, despersonalizado, individualista y consumista”, nos conmina Oviedo. No se trata solo de una “actitud simplemente ecologista, ya que la misión del ser humano es mucho más profunda, sabiendo que en última instancia la naturaleza es capaz de protegerse y mantenerse a sí misma. La misión es re-aprender a co-existir con la naturaleza y la vida en su conjunto, es decir, a convivir y compartir en conciencia con las leyes y poderes de toda la existencia.” (Oviedo)

El logro de esta transformación civilizatoria exige profundos cambios. La desmercantilización de la Naturaleza se perfila como uno de los indispensables primeros pasos. En otras palabras, no hay espacio para la economía verde con la que el capitalismo pretende camuflar sus fracasos y sus aberraciones.

La humanidad, en suma, está obligada a no destruir la integridad de los procesos naturales que garantizan los flujos de energía y de materiales en la biosfera, es decir a sostener la diversidad del planeta. Esto implica por igual recuperar/recrear las relaciones humanas basándose en las culturas ancestrales, sin menospreciar el aporte de las ciencias modernas holísticas, como lo acepta categóricamente Oviedo. Este es uno de los mayores retos, rescatar y reconstruir lo ancestral de las culturas de vida, sin tratar de inventar lo que no se conoce o no se comprende, sin dejar de aprovechar todos aquellos elementos emancipadores de la civilización occidental.

El esfuerzo propuesto por Oviedo es loable. Recuperar las culturas ancestrales, especialmente andinas. Oviedo, estudioso de esta materia, conoce que en estas tierras existen memorias, experiencias y prácticas de sujetos comunitarios que practican estilos de vida no inspirados en el tradicional concepto del desarrollo y del progreso, entendido éste como la acumulación ilimitada y permanente de bienes materiales. De todas maneras aún estamos lejos del “día después del desarrollo” (Eduardo Gudynas). Si bien “la idea de desarrollo es ya una ruina en nuestro paisaje intelectual, (…) su sombra…oscurece aún nuestra visión…” (José de Souza Silva).

La reconstrucción y la construcción de los buenos convivires

En este estado de cosas aflora el Buen Vivir o sumak kawsay, en el marco de los debates postdesarrollistas. En este contexto se multiplican los esfuerzos por una reconstrucción y superación de la base conceptual, las prácticas, las instituciones y los discursos del desarrollo y todo lo que este conlleva de carga civilizatoria depredadora. En la actualidad, por diversas razones, entre otras como consecuencia de la debacle del neoliberalismo y también de los problemas derivados de los cambios climáticos globales, estas críticas han calado mucho más profundamente que en épocas anteriores. Se acepta cada vez más que los problemas no radican en las mediaciones o instrumentalizaciones de diferentes opciones de desarrollo. No se trata de hacer mejor o simplemente bien lo que se había propuesto anteriormente. Se comprende que es necesario derribar las bases conceptuales, incluso ideológicas o culturales, en las que se sustenta el desarrollismo convencional y la civilización occidental misma, particularmente el capitalismo en tanto economía-mundo (Inmmanuel Wallerstein).

En este escenario de crisis del concepto del desarrollo ganan un nuevo protagonismo los aportes de los pueblos aborígenes. Sus propuestas incluyen diversos cuestionamientos al desarrollo, tanto en los planos prácticos como en los conceptuales.

Bajo algunos saberes indígenas no existe una idea análoga a la de desarrollo, lo que lleva a que en muchos casos se rechace esa idea. No existe la concepción de un proceso lineal de la vida que establezca un estado anterior y posterior, a saber, de subdesarrollo y desarrollo; dicotomía por la que deben transitar las personas para la consecución del bienestar, como ocurre en el mundo occidental. Tampoco existen conceptos de riqueza y pobreza determinados por la acumulación y la carencia de bienes materiales. El Buen Vivir asoma como una categoría en permanente construcción y reproducción.

En tanto planteamiento holístico, es preciso comprender la diversidad de elementos a los que están condicionadas las acciones humanas que propician Buen Vivir, como son el conocimiento, los códigos de conducta ética y espiritual en la relación con el entorno, los valores humanos, la visión de futuro, entre otros. El Buen Vivir, en definitiva, constituye una categoría central de la filosofía de la vida de las sociedades indígenas, concluye Carlos Viteri Gualinga, kichwa amazónico.

Desde esa perspectiva de las comunidades originarias, el desarrollo convencional es visto como una imposición cultural heredera del saber occidental, por ende colonial. Por lo tanto las diversas reacciones de los pueblos y nacionalidades originarios contra la colonialidad implican un distanciamiento del desarrollismo y de la idea del progreso civilizatorio occidental. Como es fácil comprender, cuestionamientos de ese tipo están más allá de cualquier corrección instrumental de una estrategia de desarrollo.

Dejemos constancia, como lo hace Oviedo, que no se puede confundir los conceptos del Buen Vivir con el de “vivir mejor”. El segundo concepto supone una ética del progreso ilimitado. Nos incita a una competencia permanente con los otros para producir más y más, en un proceso de acumulación material sin fin. Recordemos que, para que algunos puedan “vivir mejor”, millones de personas han tenido y tienen que “vivir mal”. Con el Buen Vivir no está en juego simplemente un nuevo proceso de acumulación material. Se precisan respuestas políticas que hagan posible un mundo impulsado por la vigencia de la “cultura del estar en armonía” y no la “civilización del vivir mejor” (Oviedo).

De lo que se trata es de construir una sociedad solidaria y sustentable, en el marco de instituciones que aseguren la vida. El Buen Vivir apunta a una ética de lo suficiente para toda la comunidad, y no solamente para el individuo, para empezar.

De esta manera el Buen Vivir se aparta de las ideas occidentales convencionales del progreso, y apunta hacia otra concepción de la vida, otorgando una especial atención a la Naturaleza.[5] Si bien, el Buen Vivir no puede ser simplistamente asociado al “bienestar occidental”, tampoco rechaza algunos aportes contemporáneos que parten del saber occidental, en especial aquellas corrientes críticas y contestarías como las que ejemplifica el ambientalismo o el feminismo.

Queda en claro, por lo tanto, que el Buen Vivir es un concepto plural (mejor sería hablar de “buenos vivires” o “buenos convivires”, como plantea Xavier Albó) que surge especialmente de las comunidades indígenas, sin negar las ventajas tecnológicas del mundo moderno o posibles aportes desde otras culturas y saberes que cuestionan distintos presupuestos de la modernidad.

Esta es una cuestión aún más difícil si sabemos que la solidaridad y la sustentabilidad, que son pilares fundamentales del Buen Vivir, tienen que enriquecerse con otros principios por igual básicos, como son la reciprocidad, la complementariedad, la responsabilidad, la eficiencia y la suficiencia, la diversidad cultural y la identidad, y por cierto la democracia y la igualdad. El Buen Vivir, en suma, se presenta como una oportunidad para construir colectivamente nuevas formas de vida, que parten por un “epistemicidio” del concepto de desarrollo.[6]

            Riesgos para el Buen Vivir

Lo anterior permite despejar otro malentendido usual con el Buen Vivir, al despreciarlo como una mera aspiración de regreso al pasado o de misticismo indigenista (riesgo latente, por lo demás). Al contrario, el Buen Vivir expresa construcciones que están en marcha en este mismo momento, en donde interactúan, se mezclan y se hibridizan saberes y sensibilidades, todas compartiendo marcos similares tales como la crítica al desarrollo o la búsqueda de otra relacionalidad con la Naturaleza.

Aquí radica su fortaleza, pero también su debilidad, pues todavía hay mucha distancia entre el pensamiento y el discurso, y más aún con la práctica. En Ecuador y en Bolivia existen cada vez más dificultades para cumplir con el mandato constituyente del Buen Vivir. Sus gobiernos transitan por una senda neodesarrollista, en esencia neoextractivista, apegada a la misma lógica de acumulación capitalista civilizatoria. Y mientras se profundiza el extractivismo, se levantan programas gubernamentales membretados como de “Buen Vivir”. Esto representa un sumak kawsay propagandístico y burocratizado, carente de contenido.

Ya que de riesgos hablamos, otro que no es menor, radica en tratar de llenar de contenidos desde afuera esta idea que emerge desde culturas ancestrales. Esto podría desembocar en un sumak kawsay “new age”, que terminaría como otra moda más de las tantas que ha habido. No solo los gobiernos progresistas con sus incongruencias e incoherencias amenazan el Buen Vivir. También el ámbito académico -dentro y fuera del mundo andino o amazónico-, puede poner en riesgo el Buen Vivir cuando aborda el tema de una manera poco comprometida o incluso irrespetuosa construyendo teorías que minimicen las prácticas comunitarias o que las marginen abiertamente. No nos olvidemos, además, que en ese ámbito académico “el saqueo colonial goza de buena salud”.[7]

En este empeño también puede ser riesgoso el uso (y abuso) de demasiadas categorías post-modernas post-coloniales, que no tienen nada de ancestrales -como arquetipo, cósmico, cuántico o cosmovisión- para tratar de construir “lo ancestral” al margen de sus raíces.

            El diálogo es el camino

            En síntesis, esta compleja tarea implica aprender desaprendiendo, aprender y reaprender al mismo tiempo, como recomienda Nina Pacari. Una tarea que exigirá cada vez más democracia, nunca menos, cada vez más participación, nunca menos, y siempre sobre bases de mucho respeto. Nadie puede asumirse como propietario de la verdad.

La construcción/reconstrucción de rompecabezas de vida como el Buen Vivir, en consecuencia, depende de la consolidación de “una nueva democracia pensada y sentida desde los aportes culturales de los pueblos originarios. Una democracia incluyente, armónica y respetuosa de lo diverso” (Nina Pacari). Está por construirse una democracia que respete las diversidades, sin minimizar la lucha por las igualdades y las equidades. Una democracia que aliente el procesamiento respetuoso de las oposiciones y las contradicciones, y que no solo imponga la voluntad de las mayorías. Una democracia en tanto plataforma para construir un Estado plurinacional[8] que contribuya a impulsar procesos de descolonización y despatriarcalización de la actual sociedad. Todo esto forma parte de propuestas de transformaciones radicales, en esencia civilizatorias. De eso trata este libro de Oviedo.

Su real aporte, a más de la indispensable apertura de puertas a otras entradas del análisis del sumak kawsay y permitir así conocer mejor sus raíces ancestrales andinas, radica en las posibilidades de diálogo que pueda abrir. Oviedo habla desde una perspectiva pragmática, de la utilidad del concepto para criticar lo realmente existente y para proponer alternativas prácticas y concretas. Oviedo, aunque con algunas reticencias, propone el diálogo y por cierto el debate. Desde esa perspectiva, su mayor contribución, más que solo buscar las raíces ancestrales del Buen Vivir, podría estar en la construcción colectiva de puentes entre los conocimientos ancestrales y los modernos. Y para lograrlo nada mejor que un diálogo franco y respetuoso.

Lo que interesa es superar las distancias existentes. Obvias por lo demás. En una orilla aparece un concepto, en pleno proceso de reconstrucción, que se extrae del saber ancestral, mirando demasiado al pasado. En la otra orilla, el mismo concepto, también en reconstrucción e incluso construcción, se lo asume mirando al futuro. Tal vez el diálogo consista en que los del pasado miren algo más al futuro (y al presente) y los del futuro aporten una visión menos beata del pasado.

La tarea no es fácil. Superar las visiones dominantes tomará mucho tiempo. Y hacerlo construyendo sobre la marcha, reaprendiendo y aprendiendo a aprender simultáneamente, exige una gran dosis de constancia, voluntad y humildad. En especial si tenemos presente que hay que superar el capitalismo en tanto “civilización de la desigualdad” (Joseph Schumpeter). Una civilización en esencia depredadora y explotadora. Un sistema que “vive de sofocar a la vida y al mundo de la vida” (Bolívar Echeverría).

No podemos esperar a tener todas las respuestas. Tenemos que reconstruir/construir sobre la marcha.

- 21 de noviembre del 2011



[1] Economista ecuatoriano. Profesor e investigador de la FLACSO-Ecuador. Profesor honorario de la universidad Ricardo Palma, Lima Ex-ministro de Energía y Minas. Ex-presidente de la Asamblea Constituyente.
[2] Vale destacar que el Buen Vivir fue incorporado como eje constitucional fundamental en Ecuador y en Bolivia. Constitución de la República del Ecuador: “El régimen de desarrollo es el conjunto organizado, sostenible y dinámico de los sistemas económicos, políticos, socio-culturales y ambientales, que garantizan la realización del buen vivir, del sumak kawsay” (art. 275). Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia: “El Estado asume y promueve como principios ético-morales de la sociedad plural: ama qhilla, ama llulla, ama suwa (no seas flojo, no seas mentiroso ni seas ladrón), suma qamaña (vivir bien), ñandereko (vida armoniosa), teko kavi (vida buena), ivi maraei (tierra sin mal) y qhapaj ñan (camino o vida noble)” (art. 8.I).
[3] Son varios los textos que existen sobre el tema. Sin embargo cabe recomendar los trabajos todavía poco difundidos en nuestro medio de David Cortez, que nos permiten adentrarnos en la genealogía de este concepto: Cortez, David y Heike Wagner (2010); “Zur Genealogie des indigenen ‘guten Lebens’ (`sumak kawsay´) in Ecuador”, en Lateinamerikas Demokratien im Umbruch, pp. 167-200, Leo Gabriel Herbert Berger, editores, Viena, mandelbaum verlag; Cortez, David (2010); “Genealogía del `buen vivir´ en la nueva constitución ecuatoriana”, en Gutes Leben als humanisiertes Leben, Vorstellungen vom guten Leben in den Kulturen und ihre Bedeutung für Politik und Gesellschaft heute”, Dokumentation des VIII. Internationalen Kongresses für Interkulturelle Philosophie, t. 30, pp. 227-248, Raúl Fornet-Betancourt, editor, Aachen, Wissenschaftsverlag Main.
[4] En este sentido, es necesario reconocer que los conceptos e instrumentos disponibles para analizar el desarrollo convencional ya no sirven. Son instrumentos que naturalizan y convierten en inevitable lo existente. Son conocimientos que pretenden convencer de que este patrón civilizatorio -atado a la lógica convencional del desarrollo y del progreso- es natural e inevitable (Edgar Lander).

[5] Los Derechos de la Naturaleza, establecidos en los artículos 71 a 74 de la Constitución de Montecristi, buscan liberar a la Naturaleza de simple objeto de propiedad. Para lograrlo es necesario un esfuerzo político que reconozca que la Naturaleza es sujeto de derechos, como parte de un proceso centenario de ampliación de los sujetos del derecho. Además, los Derechos de la Naturaleza centran su atención en el “derecho a la existencia” de los propios seres humanos.
[6]  Boaventura de Souza Santos nos recuerda en sus trabajos, en repetidas ocasiones, “el asesinato” de otros conocimientos despreciados por el Conocimiento hegemónico occidental, que hoy cobrarían fuerza con las propuestas del Buen Vivir, al tiempo que se desmontan los conceptos de progreso y desarrollo.
[7] Mirko Lauer denuncia que “en su libro Commonwealth (2009) Michael Hardt y Antonio Negri, los célebres autores de Empire (2000), simplemente presentan como suya la idea acerca de la colonialidad del poder desarrollada por Aníbal Quijano”.  Y más grave sería que estos autores se apropian de este concepto desarrollado por Quijano y otros estudiosos de estos temas, “fuera de todo contexto”. http://www.larepublica.pe/columnistas/observador/asalto-academico-al-paso-20-11-2011
[8] Sobre el tema se recomiendan, entre otros muchos aportes, los trabajos de Boaventura de Souza Santos.

VIVIR BIEN, NO VIVIR MEJOR

Josef Estermann
 
Desde hace una década, el discurso sobre el “Vivir Bien” ha empezado a suscitar publicidad creciente en varios países del ámbito andino de Abya Yala (o “Amaruka”, como prefiere el autor denominar el continente), tanto en círculos intelectuales como en el campo político. Una muestra visible de ello es su incorporación en las nuevas constituciones políticas del Ecuador y de Bolivia. Las marcadas diferencias en la dicción –“Vivir Bien”; “Buen Vivir”; Suma qamaña; Allin kawsay; Sumakawsay; etc.– indican ya que el asunto es controversial y lejos de homogéneo. No es casual que este discurso ha adquirido notoriedad en los últimos años, si tomamos en cuenta la coyuntura a nivel mundial. Estamos presenciando la sucesión y simultaneidad cada vez más acelerada de unas crisis ocasionadas por el modelo dominante de civilización, economía y de valores, promovido y globalizado con un fervor misionero por Occidente desde la época post-guerra europea (años sesenta del siglo XX). Y tampoco es casual que muchos/as intelectuales europeos/as recurren en su desesperación epistemológica y axiológica a este mismo discurso de la “Buena Vida” aristotélica, que, a mayor escrutinio, no es en absoluto el mismo discurso.
 A pesar de la novedad y frescura de este discurso desde los Andes, reina una confusión casi babilónica acerca del “Vivir Bien”, fuera éste paradigma, modelo, alternativa, cultura o más bien una nueva teoría económica. Atawallpa Oviedo tiene el mérito indiscutible de haber asumido el reto de desenredar este discurso inflacionario y de diferenciar entre diferentes modelos y teorías que no siempre concuerdan con las mismas bases filosóficas y sapienciales de las culturas andinas. Lo que se predica bajo la etiqueta de “lo andino” –inclusive en las mencionadas constituciones políticas– no siempre lo es, y muchas veces resulta ser una tergiversación posmoderna, transmoderna o bucólica de lo andino. Diferentes conflictos políticos y sociales han hecho manifiestas últimamente esta heterogeneidad y hasta incompatibilidad de las distintas acepciones manejadas por los movimientos sociales, sectores estatales, ONGs, intelectuales y personas “desilusionadas” (el movimiento de los llamados “indignados” en Europa y EE.UU.). El más destacado es el conflicto por el TIPNIS (Territorio Indígena del Parque Nacional Isiboro Sécure) en Bolivia, que sirve prácticamente de sismografía para determinar las “placas tectónicas” que separan una que otra concepción de lo que es o debe ser el “Vivir Bien”.
 Una de las grandes falencias en el debate por el “Vivir Bien”, es la falta de profundidad filosófica y espiritual, debido a la presión (de índole occidental) de llegar lo más rápido y eficiente posible a indicadores, medidas de efectividad, proyectos de “desarrollo” y un plan económico integral. Ésta es una de las lecciones que se puede sacar de un primer Diplomado sobre el tema “Nuevas visiones de desarrollo y el Vivir Bien”, organizado y realizado por el ISEAT (Instituto Superior Ecuménico Andino de Teología) en La Paz-Bolivia. Atawallpa Oviedo es muy tajante al respecto: hablar del “Vivir Bien” –él mismo usa consecuentemente el término kichwa sumaKawsay– no es posible sin hablar de una crítica radical y completa de un cierto modelo civilizatorio. Aplicar el “Vivir Bien” sin mayores profundizaciones epistemológicas y filosóficas a gestiones públicas, planes económicos y modelos de desarrollo, resulta ser un maquillaje “exótico” y “espiritual” al modelo civilizatorio dominante, una cooptación y una nueva forma de “colonialismo” por parte del capitalismo neoliberal vigente.
 Por tanto, Atawallpa Oviedo se distancia en la presente obra de cualquier intento de “integrar” la figura andina del sumaKawsay a una concepción clásica o vertiente posmoderna del modelo civilizatorio occidental. Para tal fin, despliega toda una serie de neologismos (“cosmocimiento”; “cosmociencia”; etc.), para marcar la “rupturidad” fundamental entre los modelos que se basan en la preeminencia de lo “civilizatorio” (que tiene que ver con la “ciudad” y el o la “ciudadano/a”), por un lado, y los modelos que se basan en lo “cultural” (que se remonta al “cultivo” de la pachamama), por otro lado. Según Atawallpa Oviedo, el paradigma del “desarrollo” es la última manifestación de una historia de más de 4000 años, determinada por una concepción linear y mesiánica del tiempo (tradición semita), el creciente patriarcalismo y la desacralización de la “naturaleza” en sus diferentes formas: mujer, materia, biósfera, sexualidad, corporeidad y ritualidad.
 Esto quiere decir que el ideal ancestral del “Vivir Bien” –porque no se trata de algo nuevo ni de un invento de algunos/as intelectuales– se opone radicalmente a cualquier ideal o modelo de “desarrollo”, como si el cosmos y el mundo natural requerirían de una mejora de su constitución. Atawallpa Oviedo habla más bien de un “equilibrio dinámico”, una “armonía en reciprocidad” o de un “estar convivencial” como características del sumaKawsay. Y éste se distancia tanto del ideal del “desarrollismo” económico aún vigente, como también del ideal hedonista de la “buena vida” posmoderna. El sumaKawsay es, en lo más hondo de sus raíces, una espiritualidad y un modo de convivencia cósmica, y no un modelo económico, ni político y social. Pretende superar tanto el andro- como el antropocentrismo, para insertarse en lo que sería un bio-cosmocentrismo holístico y relacional.
 Atawallpa Oviedo prefiere hablar de una “conciencia” y no de un “paradigma” o una concepción filosófica y espiritual. Para no confundirlo con un tipo de filosofía idealista o un ejercicio esotérico, habla de “corazonar” más que de “reflexionar”. Todos estos intentos de recrear el lenguaje que siempre está contaminado y conlleva valores y cosmovisiones, demuestran el gran dilema: o bien expresarse en una terminología más o menos establecida en el mundo académico (occidental), con la consecuencia de “traicionar” el tesoro sapiencial de lo propio (que, en el fondo, es incomunicable), o más bien optar por una forma hermética e inconmensurable de expresarse, con la consecuencia de la más radical incomunicabilidad y el repliegue al esoterismo. Es el dilema de cualquier intelectual indígena que pretende decir algo más que sólo una constatación intra-cultural y que entra al diálogo o polílogo inter-cultural.
 Creo que la intención del autor va –como sugiere el sub-título de la obra (“Una propuesta para los ‘indignados’ y demás desencantados de todo el mundo”)– más allá de una simple recuperación de un modo de vida ancestral y de un “corazonamiento” indígena. Se trata de una “alter-nativa” a la modernidad occidental y su “civilización” del desarrollo, de la ilusión del crecimiento ilimitado y del conflicto irreconciliable entre ser humano y naturaleza. El “Vivir Bien” se distingue radicalmente de este paradigma del “vivir mejor”, porque en un mundo finito y orgánico, cada “mejora” de una parte conlleva el empeoramiento de otra parte, tal como se puede apreciar hoy en día. Por lo tanto, no es oportuno hablar de un mundo “desarrollado” y otro mundo “subdesarrollado”, ni mucho menos de “primer”, “tercer” o hasta “cuarto” mundo.
 Para Atawallpa Oviedo es justamente el “mundo subdesarrollado” aquél que ha conservado aún los tesoros del sumaKawsay, de una vida en armonía y equilibrio, en complementariedad y reciprocidad. Este mundo predominantemente indígena y no “civilizado” por las supuestas bondades de la modernidad occidental y la globalización posmoderna capitalista, este mundo ofrece en el ideal del “Vivir Bien” andino, amazónico, mapuche, guaraní o indígena en general, una alternativa a profundizar y pensar para una convivencia más allá de un ecologicismo antropocéntrico.
 La obra de Atawallpa Oviedo –un gran chamán y líder espiritual del Ecuador– representa un desafío para todas las personas que buscan nuevos caminos, para gente de la vida política y los movimientos sociales que piensan y sienten en dimensiones cósmicas y espirituales. Con la presente edición boliviana, el debate sobre el “Vivir Bien” tendrá nuevos ingredientes, sobre todo una reflexión espiritual y filosófica que busca un fundamento más allá de una instrumentalización fácil (el “buen vivir” light). También provocará disenso, resistencia, irritación y contestación, pero es la mejor forma como para llegar a un verdadero t’inku de cosmo-espiritualidades y cosmo-conciencias.
Josef Estermann

COMENTARIO DEL LIBRO QUE ES EL SUMAKAWSAY


PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE ATAWALLPA OVIEDO.
Por DAVID CORTEZ[1]
Oviedo Friere, Atawallpa (2011).Qué es el Sumakawsay. Más allá del capitalismo y el socialismo. Camino alter-nativo al desarrollo. Una propuesta para los “indignados” y demás desencantados de todo el mundo. Quito: Sumak Editores.

PRESENTACIÓN.
“Nunca aceptes una tesis filosófica como bien fundamentada si ha sido producida por personas de una sola tradición cultural” (Wimmer 2006)              
1.      El contexto de la obra
2.      El estado de la investigación
3.      Historia, ética y conciencia
4.      Más allá del desarrollo
5.      Más allá del socialismo
6.      Apostando por el diálogo
7.      Bibliografía

1.      EL CONTEXTO DE LA OBRA
¿En qué contexto surge esta obra? En tiempos difíciles puesto que quien elabora su discurso más allá de la “razón pública” (Ramírez 2010), es decir, de lo políticamente permitido, parecería que está condenando su opinión a la “sedición” y el “terrorismo”. Ironía de la historia, puesto que, en realidad, nos encontramos en un momento de resurgimiento y “(re)construcción” de un “pensamiento crítico”(Moreano 2009). En efecto, estamos ante el desafío de generar propuestas políticas y conceptuales que se van gestando desde antiguos y nuevos frentes, a saber, la crítica del neoliberalismo, las reivindicaciones étnicas, las iniciativas del movimiento de mujeres y del ambientalismo, entre otras. En este contexto se inscribe el aporte de Atawallpa Oviedo. Aporte cuyo mérito y problematicidad consiste, entre otras cosas, en retomar, repensar y diseñar paradigmas de vida que fueron relegadas del horizonte de comprensión de proyectos y propuestas pensadas en las diversas expresiones en las que históricamente se ha concretado Occidente. Parafraseando a Foucault podemos preguntarnos si asistimos aquí a la irrupción de “saberes sometidos”.
No me voy a ocupar con la pregunta de si Atawallpa Oviedo logra o no explicar qué es el “buen vivir”. Me interesa, más bien, mostrar la estructura de su discurso, es decir, cuál es el episteme desde el cual trabaja para lograr un conjunto de temas recurrentes y, a la vez, indagar sobre los silencios y exclusiones que dicho procedimiento comporta, así como también el tipo de subjetividades a las que discursivamente se da lugar. En este sentido, sostengo que con esta obra nos encontramos ante una lógica de oposiciones que intentan ser superadas desde un procedimiento que, sin embargo, apela a realidades cuya medida sería una infinita red de relaciones. Así, por ejemplo, basta mirar su índice para encontrarnos con debates cuya dinámica sería la confrontación de miradas incompatibles: el ser y el estar, el paradigma reduccionista y el arquetípico holístico, la cultura comunitaria y la civilización individualista, la logolatría y la cosmociencia, el desarrollo como último suspiro civilizatorio, el buen vivir posmoderno y el sumakawsay ancestral, capitalismo-socialismo y armonicidad.
En síntesis, la oposición central, con la que opera el autor, es aquélla representada por la  tensión irreconciliable de un saber holístico y cosmológico –que se la atribuye a pueblos “naturales”, “ancestrales”, “primigenios”–, y la referida, por otro lado, a un saber analítico-racional cuyo protagonista sería Occidente. La consecuencia de este sistema de oposiciones es la nítida y homogénea claridad con la que se abordan problemas filosóficos, procesos históricos, análisis económicos, políticos, culturales y de género, entre otros. Dicho procedimiento homogeniza aquello que probablemente, en la realidad, difícilmente se puede concebir desde categorías binarias, es decir, aquello que se denomina como “Occidente” y lo que representaría su alteridad, es decir, los no occidentales, los pueblos “naturales”, “primordiales”, entre otras denominaciones. ¿No habrá que complejizar estas oposiciones que históricamente habrían sido protagonizadas por un Occidente que aparece representado en términos monolíticos? ¿No han existido al interior del mismo Occidente aportes que no pueden ser circunscritos a la representación del Occidente dominante? ¿Más aún, no recurre el mismo autor a categorías occidentales para elaborar y proponer un paradigma de vida alternativo?
2.      EL ESTADO DE LA INVESTIGACIÓN
¿En qué consiste su aporte o novedad respecto al “buen vivir” / “sumak kawsay desde el punto de vista del debate y la investigación? Considero que hay un esfuerzo de síntesis que se hace desde aportes logrados en la región antes y después de los debates constituyentes. De hecho, el autor se basa en los aportes de colegas de Bolivia, Perú y Ecuador. En este sentido, sus referencias más frecuentes son los trabajos de Javier Medina, Josef Estermann, Xavier Lajo, Alberto Acosta, entre otros. Con todo debo señalar que siento que el texto no hay un tratamiento de la producción de autores y autoras ecuatorianas respecto al pensamiento indígena y, particularmente, sobre el “buen vivir” / “sumak kawsay” en nuestro medio.
Así, por ejemplo, desde la filosofía y teología de la “liberación” se ha propuesto una “filosofía indígena” de raigambre andina que se la puede analizar en trabajos de Moreno (1983), Proaño (1988), Dutari (1997) y Enríquez (2004). Los mismos intelectuales indígenas han aportado en la sistematización de una “cosmovisión andina” que diera cuenta del legado ancestral de las poblaciones originarias. Es el caso de trabajos de Tatzo y Rodríguez (1998), así como de diversidad de encuentros donde se ha focalizado la centralidad que el tema de la “tierra” adquiere en el mundo andino. Por otro lado, desde una óptica marxista también hay quienes han tratado de empatar las tradiciones andinas con una corriente socialista que eventualmente conduciría a la superación del régimen capitalista. Aquí podemos nombrar los trabajos de Cueva (2007) y Sandoval (2005), entre otros. En una perspectiva “intercultural”, asimismo, se han logrado aportes que posibilitaron la concreción de una “filosofía andina”. En este sentido, son representativos los trabajos de Fornet-Betancourt (1994), Josef Estermann (1998) y la Universidad Intercultural Amawtay Wasi (2004). Y también hay aportes sobre el estatuto científico de una “epistemología andina”. En esta línea se ubican  los trabajos de Aguirre (2000 y 2004) y Rojas (2005). Destacándose también los resultados obtenidos por los “estudios culturales” al haber puesto en escena una perspectiva de trabajo geopolítica y postcolonial desde los saberes andinos y afros, sobre todo en los trabajos de Walsh (2001) y Ruiz (2004), entre otros.
Su intento de redefinición y precisión del “sumak kawsay” respecto a otras tradiciones lo hace apelando a la existencia de una tradición que habría sido conservada por pueblos “naturales” desde una “conciencia primordial” (p. 27) frente al occidente griego-cristiano-moderno-contemporáneo. Oviedo considera que el “Alli Kawsay” correspondería al “Buen Vivir” constitucional, en cambio, el “Sumak Kawsay” haría referencia, más bien, al principio de “Convivir en Armonía y Límpido” (p. 178), como lo habrían definido los Kichwas de la Amazonía ecuatoriana. Comprensión que estaría más acorde con la tradición andina de armonía y equilibrio en el marco de oposiciones recíprocas o polaridades proporcionales como principio básico de la vida. De aquí que el autor proponga usar el término “Sumakawsay” para referirse a lo que denomina el “Convivir en Armonía Consciente de los pueblos ancestrales andinos” (p. 182). Con todo, más allá de esto, dejando la discusión sobre las fuentes y recursos biblográficos del autor considero que su aporte es importante puesto que reelabora una perspectiva del “buen vivir” / “sumak kawsay” una vez que ha sido asumida como “política pública”. En este sentido, su aporte consiste en debatir abiertamente con un “buen vivir” que se ha convertido en razón de estado.
3.      HISTORIA, ÉTICA Y CONCIENCIA
Oposiciones irreconciliables, inexistencia de momentos o negociaciones intermedias, imposibilidad de intersticios y lugares comunes desde los que las tradiciones se construyan en un entramado complejo de culturas y poderes, recreando encuentros y desencuentros. El “sumakawsay” de Atawallpa Oviedo parecería que se resiste a ser representado en el marco de la historia real, sacando impulsos de tradiciones escondidas, de pueblos a los que se alude y, sin embargo, no se mencionan desde sus procesos e historias concretas. ¿Déficit histórico o, más bien, asistimos definitivamente a la creación de formas de expresión más allá de los cánones establecidos por Occidente? Oviedo tiene la claridad de presentar tradiciones occidentales, cuyo eje ha sido sin duda una visión antropocéntrica, que hicieron de la naturaleza un simple medio para fines humanos. En este sentido, Oviedo muestra que la perspectiva trascendental –que el judaísmo, cristianismo y platonismo imprimieron al Occidente– encuentra su traducción moderna en el impulso secularizado que, a su vez, se expande hasta nuestros días en un “sistema-mundo” (Wallerstein) globalizado bajo las formas del capitalismo y del socialismo realmente existentes. En este contexto, los pueblos originarios aparecen como la posibilidad y alternativa de revertir la historia del mundo, en la medida que retornaríamos o asistiríamos al “despertar” de una conciencia cósmica que hace de soporte para otro tipo de historia. Aquélla de la vida en armonía con la madre naturaleza y la de la armonía entre los hombres y mujeres que orientan sus vidas por los ciclos y ritmos de aquélla, es decir, por quienes se acogen a la sabiduría del “sumakawsay”. En palabras de Oviedo:
Nuestros abuelos y abuelas concienciaron que el misterio del ser humano es re-aprender a convivir con las leyes de la armonía y del equilibrio dinámico de la naturaleza, y que la tarea de vida es adentrarse cada vez más en ellas. (p. 28)
Se trata de una historia cuya dinámica no obedece a la lógica de la “lucha”, sino a la armonía en sintonía con una temporalidad que subvierte la teleología de una racionalidad que en Occidente ha sido antropológicamente endiosada. ¿Vuelta a los orígenes? ¿Qué orígenes? ¿De cuáles pueblos? ¿Romanticismo? Oviedo es consciente que la misma historia de los pueblos ancestrales no ha dejado de estar atravesada por relaciones de poder. En este sentido, sabe que sólo basta pasar revista a las relaciones imperiales sobre las que se sostenía la civilización inca, punto sobre el cual Alberto Acosta llama la atención en el prólogo de la obra.
Tratando de acuñar categorías –que le posibiliten explicar aquello que la modernidad denominó como subjetividad, conciencia, entre otras denominaciones– Atawallpa Oviedo recurre a tesis del psicólogo suizo Gustav Jung. Dado que su concepto holístico-cósmico no puede traducirse en categorías del moderno racionalismo, intenta elaborar una noción de subjetividad desde los conceptos de “arquetipo” e “inconsciente colectivo” que la psicología profunda de Jung le ofrece. Ironía conceptual de su opción categorial es que aquéllas, en realidad, surgen de una suerte de evolucionismo psicológico que muestra temas y motivos recurrentes que estarían presentes en todos los pueblos y culturas. Sabiduría inconsciente que habría sido ganada en algún momento y que estaría a la espera de condiciones adecuadas para su despertar y retorno. Discurso que fue paralelamente desarrollado en la sociología por Émile Durkheim que, como se sabe, planteó la tesis de que la “conciencia colectiva” requeriría de condiciones estructurales para su surgimiento. Desde corrientes críticas, sin embargo, dichos planteamientos han sido cuestionados por no explicar suficientemente la condición histórica y el contenido ideológico que eventualmente podrían esconder dichas categorías. En el caso de Jung, incluso, se ha llamado la atención sobre el rasgo antisemita en el marco del cual surgieron dichas categorías. Procedimientos que recuerdan en el ámbito latinoamericano el intento de ver en los pueblos andinos algo así como un depósito racial-cultural incontaminado. Lo cual, siendo honestos, de ninguna manera es el caso de Oviedo. Desde un principio expresa que su discurso no está en contra de ningún pueblo o tradición y de que el conocimiento ancestral anidaría en todos los pueblos y culturas (p. 26).
Con todo, en este punto quisiera plantear más preguntas: ¿Qué pasaría si intentamos una representación histórica del “buen vivir” / “sumak kawsay” desde una visión que no reduce el poder a la dominación, sino también como el espacio en el que se ejercen resistencias y se buscan alternativas? ¿Acaso no existe un “buen vivir” / “sumak kawsay” que resulta del acumulado histórico de luchas de resistencia y liberación que han sido protagonizadas por movimientos indígenas, organizaciones sociales, de mujeres, afroamericanos y ambientalistas, entre otras?
4.      ¿MÁS ALLÁ DEL DESARROLLO?
Oviedo esgrime trece razones para oponerse al “desarrollo”. Estamos de acuerdo con ellas. Ellas también constituyen la bandera de lucha de grupos ambientalistas, de movimientos sociales, indígenas, campesinos, obreros e intelectuales comprometidos, entre otros. El desarrollo se inscribe, en última instancia, en aquella condición moderna que Quijano describe en términos de la “colonialidad del poder”. En esta perspectiva es que Oviedo escribe que “El desarrollo es la posmoderna forma de conquista y saqueo de lo que no ha sido posible todavía colonizar y civilizacionar, o se lo ha perdido en las `luchas de independencia nacional´” (p. 158). Oviedo, sin embargo, sostiene que lo postulado hasta aquí no basta. Los esfuerzos del desarrollo en sus múltiples variaciones –humano, sustentable, ecológico– no ha salido de su matriz occidental. En su opinión, habría que ir a la raíz, es decir, habría que cuestionar e ir más allá del paradigma civilizatorio sobre los cuales el desarrollo ha construido sus presupuestos fundacionales, políticos, ideológicos y religiosos:
La idea no es buscar una nueva forma de desarrollo alternativo o de salidas al desarrollo y al capitalismo-socialismo, sino alter-nativas  alter-mundialistas a la civilización en su totalidad. El enigma de fondo no es el post desarrollo sino la post civilización. (p.169)
La post civilización se construiría, en opinión de Oviedo, por el retorno alsistema milenario de los pueblos ancestrales, es decir, aquella de otro tipo de relación con la naturaleza: recíproca, sagrada, armónica y holística (p. 173), proponiendo para ello lo que él denomina la “estabilidad dinámica”:
La estabilidad dinámica es un sistema para la armonía y equilibrio, el cual no busca desarrollar sino mantener la equidad, guardar reciprocidad, controlar el crecimiento, generar un movimiento multipolar paralelo, provocar un uso mesurado de la tecnología, inspirar a una relación respetuosa y sagrada con la naturaleza, motivar a la complementariedad entre vida artificial y natural, concienciar a la simetría equitativa entre posiciones masculinas y femeninas, etc. (p.172)
Como bien señalan Farah y Vasapollo, respecto al mismo debate en Bolivia y México, no cabe duda que el “buen vivir” / “Sumak Kawsay” / “Sumakawsay” es una “noción ética superior” a la representada en sociedades capitalistas y socialistas caracterizadas por sus sesgo antropocéntrico y productivista. En este sentido, su mérito radica en la relocalización y centralidad que adquiere la naturaleza en el marco de relaciones respetuosas entre seres humanos diferentes y diversos y entre éstos con aquélla. Sin embargo, debemos reconocer que para adentrarnos en un camino “alternativo” que nos conduzca fuera del “paradigma civilizatorio” realmente existe, tenemos que buscar responder a preguntas que surgen desde la realidad de nuestras complejas sociedades caracterizadas por la pluralidad y heterogeneidad económica, social, cultural y política, resultantes de nuestra misma condición de “colonizados”. ¿Cómo construir las condiciones de posibilidad histórica y qué marcos categoriales implementamos para nuestras sociedades caracterizadas justamente por dicha complejidad? (Farah y Vasapollo 2011: 20-21) ¿En el marco de qué proyecto de sociedad y estado asumimos la propuesta del buen vivir / sumak kawsay / sumakawsay como un propuesta de política pública y/o como política de estado en la que cabemos todos desde nuestra diversidad?
5.      ¿MÁS ALLÁ DEL SOCIALISMO?
Si hay algo que aporta el autor, es su crítica a la institucionalización o implementación política del “buen vivir” / “sumak kawsay” como política pública o política de estado en Ecuador y Bolivia. Su estrategia argumentativa no admite más que dos posiciones: quienes están con una visión holística-cósmica y los demás. Estos son, pues, capitalistas o socialistas. Pero con la salvedad de que el “sumakawsay” no sería una propuesta política, aunque sí una perspectiva ética que inspiraría otras formas de vida más allá del capitalismo y del socialismo. Así el autor:
De acuerdo a cada posición, nos dividiremos en capitalistas y socialistas, y por otro lado, los armónicos holistas. Por tanto, el Sumakawsay no es una vía alternativa para el desarrollo, ni una nueva forma de desarrollo, ni un movimiento al socialismo y al comunismo, ni un biosocialismo republicano. El Sumakawsay es un camino alter-nativo y alter-mundial, para la armonía y el equilibrio entre todos los seres que hacen y reproducen la vida. (p. 256)
En Opinión de Oviedo, el “Buen Vivir” de los “biosocialistas” del siglo XXI no sería nada más que la “Vida Buena” de los griegos clásicos –particularmente de Aristóteles –, la “Buena Vida” de los romanos, del “Vivir para el Bien” de los cristianos o de las tesis liberales del “Public Welfare” o “Bienestar Común”. En palabras del autor:
Es decir, este Buen Vivir como Sumakawsay es tan solo una usurpación del nombre y del concepto general de la Cultura de la Vida de los pueblos andinos, para manipularlo y adaptarlo por las izquierdas a sus intereses de poder, ante la decadencia, desgaste y pérdida de solidez del discurso del ilustrismo de la modernidad y del marxismo. (p. 182-183)[2]
Los discursos de Rafael Correa y Evo Morales hablan del Buen Vivir como de raigambre andina pero lo único que tiene de andino es el membrete, pues cuando desovillan y materializan sus “políticas”, su práctica es totalmente civilizatoria desarrollista. El Buen Vivir de Correa y el Vivir Bien de Morales no es andino, sino el Buen Vivir griego clásico, y del Vivir para el Bien cristiano (buen vivir platónico-cristiano), con tintes de ilustración y posmodernidad izquierdista. (p. 211)
Las denominadas políticas públicas de “participación” o “integración” no serían nada más que formas de absorción al sistema: “Esto se llama neo-colonialismo y neo-civilizamiento, siendo eso básicamente el Buen Vivir o Vivir Bien que pregonan los socialistas posmodernos.”
Con esto Atawallpa Oviedo se une a un sinnúmero de críticas que han sido expresadas no sólo por dirigentes indígenas, sino también por diversas organizaciones sociales y, además, en investigaciones sobre el “buen vivir” / “sumak kawsay” como políticas de estado. Schmid (2011), por ejemplo, muestra la incoherencia planteada en términos conceptuales y políticos cuando se pretende identificar “sumak kawsay” con el „desarrollo humano” que se quiere justificar desde categorías básicamente aristotélicas y liberales. También desde nuestro medio, Walsh (2010) ha llamado la atención sobre el carácter neocolonial de prácticas estatistas que operan en nombre del “buen vivir”.
En este sentido también algunas preguntas: ¿Cómo asumir los postulados éticos del “buen vivir” / “sumak kawsay” en proyectos económicos y políticos cuya opción por la naturaleza sea compatible con relaciones sociales basadas en la interculturalidad? ¿Cuáles son los términos de relación entre “sumak kawsay”, interculturalidad y un estado pensado en términos plurinacionales?   
6.      APOSTANDO POR EL DIÁLOGO
Para finalizar quiero plantear que también tengo preguntas respecto a los términos en que Atawallpa Oviedo plantea la propuesta de un “diálogo diferente”:
entre civilizadores y culturizadores, entre las variantes “occidentales” y la andina, entre las variantes modernas y las variantes ancestrales, entre las variantes reduccionistas y las variantes holísticas, en definitiva, entre las variantes desarrolladas-ilustradas-evolucionadas y las variantes “salvajes”-“incivilizadas”-“incultas”. No como una nueva forma de reduccionismo sino solo como una manera de empezar el diálogo. (p. 262)
Me parece que necesitamos superar esquemas de diálogo basados en relaciones unilaterales y/o exclusivamente dicotómicas, sino más bien, algo así como un “polílogo” (Wimmer) de tradiciones que haga justicia a la pluralidad y diversidad de culturas que constituyen el entramado actual de la humanidad presente. En este sentido, los aportes interculturales son más un desafío que una realidad.
Considero que el diálogo tiene que incluir una recuperación de la memoria sobre las múltiples luchasimplicadas (teóricas, prácticas y simbólicas) en la construcción de formas de vida quepolemizan con la hegemonía histórica de otras que han sido implementadas por el Occidentemoderno europeo-norteamericano en Latinoamérica y otras regiones del mundo. Luchas contra hegemónicas y resistencias son otras expresiones con las que se puede representar dichos esfuerzos.
Me parece que el “buen vivir” / “sumak kawsay” / “sumakawsay admite diversidad de elaboraciones porque es una construcción social cuyo texto resulta de la articulación política de propuestas protagonizadas por actores sociales múltiples que dotan al término “sumak kawsay” de una perspectiva política amplia frente a la crisis general que experimentan en la región proyectos neoliberales y, con ello, paradigmas de civilización occidental.
Finalmente, no cabe duda que estamos en una época que requiere de paradigmas de vida y subjetividad que surjan de otra forma de relación con la madre naturaleza. Creo que aquí se está jugando la posibilidad de caminos alternativos desde los cuales retornamos y reconstruimos formas de relación y más espirituales, más surgidas del corazón y del amor entre seres que formamos parte del mismo gran movimiento de la vida.
Muchas Gracias.
7.      BIBLIOGRAFÍA
Aguirre, Boris (1985), Cosmología andina: una aproximación a la religiosidad andina, Quito: Abya Yala.
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Estermann, Josef (1998), Filosofía andina. Estudio intercultural de la sabiduría autóctona andina. Quito: Abya-Yala.
Farah, Ivonne y Luciano Vasapollo (2011), coordinadores. Vivir bien: ¿Paradigma no capitalista?. La Paz: Cides-Umsa.

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Wimmer, Franz Martin (1995). “Filosofía Intercultural ¿Nueva disciplina o nueva orientación de la filosofía?”. En Revista de Filosofía, San José, Costa Rica. XXXIII (80), pp. 7-19.

David Cortez, 13.12.2011
Quito-Ecuador


[1] Docente Investigador de FLACSO-Ecuador.Contacto: dgcortez@flacso.org.ec; cortez_dg@yahoo.de
[2]El Buen Vivir en la Constitución Política del Ecuador y el Vivir Bien en la Constitución Política de Bolivia, es una mezcla o un `champús´ como la que gusta actualmente a la posmodernidad para hacer un “menjurje” de todo un poco. Es una combinación del Buen Vivir platónico, con ciertos postulados cristianos y humanistas, ciertos conceptos de los paradigmas ecologistas, socialistas,  y finalmente añadiendo ciertos principios generales del Sumakawsay, a todo lo cual le llaman el `Buen Vivir Andino´, consumando su irrespeto y desvalorización a la sabia y milenaria tradición andina.” (p. 184)