domingo, 7 de diciembre de 2014

A propósito del artículo “La supremacía del trabajo humano”, de Rafael Correa


LA “MANITO DE GATO” DE LA REVOLUCION CIUDADANA

Hay gobernantes que optan por lograr una administración prolija para mostrar su eficiencia a los poderosos o para conservar su posición, esperando ser aprobados por ellos. Otros, empeñados en realizar cambios sociales raizales, buscan caminos para hacer de sus administraciones herramientas políticas capaces de impulsar procesos socioculturales de cambios revolucionarios. Isabel Rauber

Los “antiguos” revolucionarios pretendían abolir la propiedad privada, los “nuevos” revolucionarios utilizan “instrumentos modernos, y algunos inéditos, para mitigar las tensiones entre capital y trabajo”[1]. Los “viejos” revolucionarios querían poner al trabajo sobre el capital a través de un cambio estructural, los “renovados” revolucionarios buscan “solucionar las tensiones capital-trabajo”[2]. Para los “anarcosindicalistas” el Estado era el órgano de represión del poder, para el “sindicalismo moderno” el Estado es la “representación institucionalizada de la sociedad.”[3] Para los “infantiles” revolucionarios el capital era el origen de la pobreza y había que eliminarlo, para la “excelencia revolucionaria” el capital es una existencia y una “necesidad”[4]. Para los “limitaditos” revolucionarios la supremacía del trabajo humano implicaba pasar a ser dueños de las empresas, controlar y manejar la producción, poner al Estado como instrumento de la clase obrera; para la “eficiencia” revolucionaria la supremacía se expresa “en salarios dignos, estabilidad laboral, adecuado ambiente de trabajo, seguridad social, justa repartición del producto social”[5]. Para los revolucionarios “irresponsables” la revolución implicaba afectar al capital y construir un Estado proletario, en cambio los  revolucionarios “responsables” “admiran” a los que tienen la capacidad de invertir y de arriesgar su capital, y cuestionan al “sindicalismo irresponsable” que pone en riesgo a las empresas.[6]
En síntesis, los “anacrónicos” revolucionarios querían, con tácticas y estrategias -adecuadas o inadecuadas-, con procesos de cambios -correctos o incorrectos-, la transformación total de la sociedad y del mundo; pero para los “avanzados” revolucionarios no se trata de realizar un cambio estructural sino de tan solo “mitigar” y “solucionar” las tensiones capital-trabajo.
Realmente que esto es nuevo, pues hasta hace poco no se discutía los objetivos finales de la revolución, sino que se cuestionaba a los medios, instrumentos y formas que se habían utilizado para aquello; pero ahora resulta que el problema no estaba solo ahí sino que también estaba en las aspiraciones y metas que se proponían los socialistas. Hasta antes que llegaran al poder los gobiernos “progresistas” se discutía que lo único que habían logrado los “socialistas reales” fue tan solo construir un capitalismo de Estado y que de ahí no habían avanzado;  pero los “progresistas” siguen creyendo que ese es el primer paso a través de un Estado capitalista del “Bien Común” o capitalismo popular, para luego de ello pasar al socialismo del siglo XXI.
Lo que implica, que no había que “trasformar el mundo” como decían los primeros revolucionarios, sino tan solo darle una “manito de gato” al mismo mundo, para que los explotados sean menos explotados y no los despidan tan fácilmente (estabilidad laboral), para que los salarios no sean tan bajos sino que mejoren un poco (salario digno), para que tengan mejores uniformes, más confort a la hora de trabajar, más seguridad laboral ante posibles accidentes (adecuado ambiente de trabajo), etc. Todo lo cual permita que sigan siendo dependientes y el capital siga emancipado, esa la supremacía del trabajo sobre el capital de los “socialistas modernos”[7].
Entonces, el asunto no estaba en terminar con las relaciones de propiedad que provocaban sometimiento y sumisión, sino simplemente en mejorar el salario[8] para que así el empleador no abuse de la fuerza de trabajo que enriquece a la empresa, y su vez el trabajador respete y sea “responsable” con “la existencia y la necesidad” del capital. Es decir, que el capital no acumule tanto pero que siga manteniendo su supremacía, que el capitalismo no se acabe sino que se lo administre mejor para que las tensiones entre empresarios y trabajadores sean mínimas. Por ejemplo, con la tercerización se eliminó la explotación “salvaje” y se la reemplazo con una explotación “sustentable”, que lo único que le permite es recuperar su fuerza de trabajo para que pueda trabajar con “excelencia” y mejorar la producción, es decir, para enriquecer más al capital que es el que más se beneficia de esta relación. De esta manera el “trabajo humano” sigue siendo “un instrumento más de acumulación del capital”, que permite consolidar y restaurar las mismas estructuras de poder económico y social establecidas. Esta la revolución de la “manito de gato” que deja las bases y estructuras intactas para dedicarse con meritocracia a acomodar, restaurar, corregir las mismas fachadas, para que estén más lindas, para que funcionen con más calidad y calidez, y para que los ecuatorianos estén más orgullosos del país cuyos dueños siguen siendo menos del 10% de la población.
EL ESTADO DE TODOS.
Otro concepto nuevo es del Estado como “bien común” o de lo público que “es de todos”[9]. Esto es nuevo para la izquierda, pero viejo para la derecha que lo había entendido y defendido así, especialmente la derecha moderna que había entendido que para consolidar el sistema capitalista había que construir los Estados-Nación, de ahí la lucha del movimiento indígena y del indianismo[10] por la plurinacionalidad y la interculturalidad. Algo que lo entendió recientemente una parte de la izquierda y aceptó la introducción de estos dos “diferentes” conceptos en la Constitución de Bolivia y Ecuador. Pero ahora resulta que los “progresistas” se han dado cuenta que se equivocaron, señalando que lo plurinacional no puede significar que lo indígena sea un Estado paralelo o la introducción de un Estado dentro del Gran Estado, lo que tampoco significa la plurinacionalidad. Todo esto deja ver que su aceptación inicial fue un folclorismo más, típico en la “izquierda de shigras”.[11]
De otra parte, no se puede confundir al gobierno con el Estado y viceversa[12]. Si un gobierno popular llega al poder de un Estado capitalista, no quiere decir que concomitantemente el Estado ya es popular y ha dejado de ser capitalista, sino que ese gobierno que encabeza (no lo dirige) a los movimientos populares se propone transformar estructuralmente al Estado para que éste devenga en un poder popular[13] a su servicio, bajo su dirección directa y su acción participativa. El Estado no “es de todos” ni es un “bien común” mientras no se cambien las estructuras sociales de poder instituidos. Cómo puede ser de todos el mismo Estado heredado y al cual solo le han restaurado y maquillado para que esté más bonito y mejor consolidado. Para que sea un bien común debe ser “otro” y “diferente” Estado, de pies a cabeza, esto es, un Estado comunitario. No se trata de reencauchar al mismo Estado colonial y criollo, a ese Estado cuyos dueños siguen siendo un pequeño sector de la población. Estado que a la final mantiene el mismo proceso de dominación del trabajador y de la población en general, a pesar de los “salarios dignos”. Esto para el indianismo no es “dignidad”, “valor ético”, “sujeto”,  “supremacía del trabajo” sobre el capital, esas son solo bonitas palabras para hacer cambios cosméticos que distraen de los asuntos de fondo, y así evitar la responsabilidad histórica de empujar una revolución refundacional integral[14].
Si los viejos revolucionarios sorprendían con sus formas de lucha y sus objetivos, los nuevos realmente que dejan anonadados con sus modernas teorías. Lo que nos deja ver que la izquierda en general no ha cambiado y los pequeños cambios que se han dado, a unos los han vuelto extremistas y a otros los ha transformado en light, siendo esa la transformación que se ha dado y todavía no hay ninguna transformación de la sociedad. De ahí que la izquierda se convierte cada vez más en el otro lado del status quo o del establishment, que en una opción transgresora o sistémica.
Hasta ahora el movimiento indígena (no influenciado por la misma izquierda) y el indianismo se presentan como una alternativa real, para con otras tácticas y estrategias, pero asimismo con otros objetivos a los tradicionales de la izquierda, puedan convertirse en la guía y el referente para una transformación radical, no para transformar el mundo sino para estar en armonía y equilibrio con él. Y esa es la diferencia entre el Buen Vivir de la izquierda progresista y el Sumak Kawsay del indianismo.



[1] Rafael Correa. La supremacía del trabajo humano, 16 de nov. de 2014, EL TELEGRAFO
[2] Rafael Correa. La supremacía del trabajo humano, 16 de nov. de 2014, EL TELEGRAFO
[3] Rafael Correa. La supremacía del trabajo humano, 16 de nov. de 2014, EL TELEGRAFO
[4] Rafael Correa. La supremacía del trabajo humano, 16 de nov. de 2014, EL TELEGRAFO
[5] Rafael Correa. La supremacía del trabajo humano, 16 de nov. de 2014, EL TELEGRAFO
[6] Carlos Marx Carrasco, programa Pulso Político, Canal 7TV, sábado 29/11/2014
[7] Para quienes actualmente ganan elecciones desde posiciones populares, de izquierda o progresistas, la disyuntiva es clara: Convierten a sus gobiernos en herramientas políticas para impulsar procesos populares revolucionarios de cambios raizales, o se limitan a hacer un “buen gobierno” conservador, reciclador del sistema. Isabel Rauber, Rebelión, 10 de nov. de 2014
[8] “El salario es pan, sustento, dignidad y uno de los fundamentales instrumentos de distribución, justicia y equidad”.  Rafael Correa. La supremacía del trabajo humano, 16 de nov. de 2014, EL TELEGRAFO
[9] Rafael Correa. La supremacía del trabajo humano, 16 de nov. de 2014, EL TELEGRAFO
[10] Corriente de pensamiento que cuestiona no solo al capitalismo y al imperialismo, sino al patriarcalismo, al eurocentrismo, al antropocentrismo, al cristianocentrismo, al primer mundismo, al colonialismo civilizatorio.
[11] Las pequeñas-burguesitas de la izquierda ligth, por los años 70 comenzaron a utilizar y a vestirse con ciertas prendas indígenas, como los bolsos (shigras) que utilizan las mujeres indígenas para presentarse como rescatadoras y valoradoras de la cultura indígena. Ahora se han puesto de moda las camisas con estampados indígenas, por parte de Rafael Correa.
[12] Recuperar el papel social del Estado es central, pero ello es apenas un primer paso en el inmenso océano de las transformaciones sociales. La mayor y más dura prueba de ello ha sido el socialismo del siglo XX. Mayor estatización que aquella es difícil de imaginar, sin embargo, no logró resolver temas medulares como: participación y empoderamiento popular, desalienación, liberación, plenitud humana… Tal vez fue precisamente por centrar los ejes del cambio social en el quehacer del Estado y sus funcionarios, por concebir al Estado como un actor social y no como una herramienta política institucional, que el proyecto socialista derrapó de sus objetivos estratégicos iniciales y un grupo de burócratas terminó suplantando el protagonismo popular, anulando al sujeto revolucionario. Isabel Rauber, Rebelión, 10 de nov. de 2014
[13] Ciertamente, a pesar de las diferentes opciones políticas estratégicas, los gobiernos populares convergen hoy al compartir una postura posneoliberal o antineoliberal, centrada en la recuperación del papel socioeconómico del Estado en pos de obtener recursos para fomentar la inclusión social, recuperar índices positivos en la salud y la educación masiva, erradicar la pobreza extrema, apostar a la integración comercial regional y continental. Estas convergencias no indican, sin embargo, que los diversos gobiernos estén abocados a la realización de cambios estructurales orientados a la superación raizal del capitalismo. Isabel Rauber, Rebelión, 10 de nov. de 2014
[14] La construcción de hegemonía popular requiere de un tipo de organización y conducción políticas que articule protagonismo y conciencia colectivos como sustrato del poder popular, basado en la solidaridad y el encuentro, en el reconocimiento y la aceptación de las diferencias sin pretender su eliminación, entendiéndolas como riquezas y no como “defecto”. Esta lógica no puede basarse en la antagonización  y exclusión  de lo diferente, sino en la complementariedad, en la búsqueda de espacios donde la diversidad sea cada vez más naturalmente incorporada  aunque con conflictos y debates , propiciando el trabajo interarticulado, intercultural, de lo diverso. Isabel Rauber, Rebelión, 10 de nov. de 2014

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