Asistí a una charla sobre
el COIP dada por uno de los jueces de la Corte Nacional, quien antes de pasar al tema
en concreto contó algunas experiencias y pasajes de su vida como juez. Hizo
referencia a como en esa condición de magistrado tenía a su cargo múltiples
responsabilidades y que muchas personas estaban sujetas a sus decisiones. Por
lo que todo pasaba y se resolvía en él, situación ésta que le había conducido a
sentirse “un dios”[1].
Esto obviamente me llamó mucho la atención y reflexionando
sobre lo mismo, he llegado a concluir que muchos jueces desovillan ese
complejo, al menos de semi-dioses. Efectivamente la vida de muchas personas
depende de los jueces, ya sea como sancionados o absueltos, correcta o incorrectamente.
Una sola persona decidiendo el destino de miles de personas, lo que implica un
sistema monárquico (potestad de uno) en donde la autoridad está asignada a un
solo individuo, que como dios-rey envía al infierno (cárcel) o al cielo
(exculpación). Todo ello según su criterio personal interpretativo de las leyes
o del proceso presentado ante sus ojos, en el que evidentemente cada cual mira
según el prisma en el que ha sido formado o de los intereses de por medio. De
ahí que hay varias instancias en los cuales los fallos pueden ser diversos o en
el caso de los tribunales existe el voto salvado. Y así en otros ámbitos del
sistema en su conjunto, pues el sistema es uno solo pero con diferentes
aparatos o partes, que se desenvuelven cada uno en el mismo sentido. Sistema
monista en cuya cúspide está el Presidente de la República (monorepública), y que
en el caso del Ecuador un solo individuo decide en muchos aspectos el destino general
de 14 millones de ecuatorianos.
Aquí también vale mencionar a una abogada afro, que mientras
se levantaba el acta de la audiencia a la que habíamos comparecido,
comentábamos sobre las diferentes formas de ejercicio judicial que cada juez tenía
a su cargo. Según el juzgado de un mismo cantón, o según la provincia o la
región del país, cada cual actuaba diferentemente cuando existía un solo cuerpo
legal y una sola jurisprudencia. En algunos casos, en situaciones formales y en
otros, dentro de un claro contenido jurídico. Por lo que esta abogada me decía:
“cada juzgado es una república independiente”. Lo cual complementa o corrobora
esta idea de que los jueces se asumen o se creen dioses o semidioses.
Nunca he sido juez y no puedo hablar desde esa condición, y
tampoco he visto que todos los jueces actúen así pero sí una inmensa mayoría.
Lo cual me lleva a la cuestión humana y al poder, entendiendo que la vida es un
poder en sí mismo, pero hay poderes y poderes, en la naturaleza y en los seres
humanos, unos verticales y otros horizontales. No se trata de rechazar al poder
sino de saber equilibrarlo. Cada persona tiene y ejerce un poder, ya sea como
padre de familia o director de algo, pero ese poder es indistintamente ejercido
por cada persona, pudiendo ser utilizado para guardar armonía o todo lo
contrario. Siendo éste último caso el de la mayoría de seres humanos, pero
dentro del sistema represivo y culpabilizador en que nos desenvolvemos a partir
de la imposición del patriarcalismo civilizatorio en casi todo el mundo. Es decir,
no es una condición humana per se sino depende del paradigma establecido.
En mi experiencia de vida, he visto como la mayoría de
personas con un poder exterior que se les ha otorgado, la aprovechan y la
manipulan a su ventaja y objetivos. Muy pocos son respetuosos del poder,
todavía más sabiendo que éste es pasajero dentro de una función, y por otro
lado, entendiendo que el mayor poder que se nos ha concedido es justamente la
capacidad y el arte de saber vivir en armonía y equilibrio en todos los niveles
y planos de la vida. Aquí recuerdo al presidente Mujica de Uruguay, cuando
decía que el ejercicio de un poder no cambia a las personas sino que deja ver
quién realmente es. Lo cual me parece válido y me conduce a pensar en lo básico
de la condición humana que es la dignidad, en la cual muchos magistrados en su
visión de dioses o de reyes de sus pequeñas repúblicas, llegan al extremo de
levantar la voz y de tratar como patrones de sus feudos a las partes procesales
e incluso a los abogados, no se diga en otras situaciones mayores que son monarcas
absolutos. Muchos abogados no dicen o hacen algo, pues temen ser sancionados ya
que saben en carne propia que la justicia es relativa o que no existe, y pueden
ser fácilmente aplacados por el poder que tiene un juez, al que el sistema de
poderes establecido le ha concedido una potestad a nombre del pueblo. Los
abogados saben en esencia que no existe la justicia, pues como -en alguna
ocasión- otro Juez de la Corte Nacional respondiendo a una de mis inquietudes
en ese sentido, me dijo: “¿Justicia?. Ni en la casa de uno”.
De otra parte es importante ser conscientes, que los jueces
por más íntegros que sean, son partes constitutivas del sistema piramidal en el
cual se desenvuelven, como todos los demás partícipes, por ende consolidadores
del establishment. Es decir, hay un
sistema de poder, el cual funciona dentro de ciertas categorías y variables, y que
en el caso del sistema eurocéntrico es totalmente vertical, divisorio y autoritario
(patriarcalismo). En este sentido, cada juez es un engranaje consciente e
inconsciente de ese poder piramidal y que se nos ha sido impuesto a partir de
la invasión de Amerindia por la monarquía europea. Llegando al extremo en que no
importa si son mujeres las que actúan, pues la mayoría de ellas operan
patriarcalmente. Como dice la psicóloga española Rosilda Rodriñaguez, por la carga
impuesta las mujeres occidentales y occidentalizadas han devenido en “mujeres
patriarcales”. Cinco mil años de patriarcalismo ha logrado imponerse con la
revolución patriarcal puesta en marcha, en desmedro de lo matricial que tuvo
una vigencia de más de 30.000 años.
De ahí que cierto feminismo ha fracasado cuando ha luchado
por incorporar mujeres al sistema oficial, con lo cual y a final de cuentas, lo
que han conseguido es afirmar el mismo sistema patriarcal que las afecta, antes
que resquebrajarlo y peor cambiarlo. Como dice el psiquiatra chileno Claudio
Naranjo, el problema es de la “mente patriarcal”, sin que importe si son hombres
o mujeres, afros o blancos o indígenas, europeos o asiáticos u oceánicos. Es esta
mente de “lucha de antagónicos” o de “libre competencia” la que gobierna al
mundo occidental y que ha ido imponiéndose en el mundo entero a pretexto de
civilización, y modernamente a través de desarrollo y progreso. Por ende no es
una gran ventaja que ahora hayan muchas mujeres en el poder, cuando su mente está
condicionada o domesticada para reproducir al mismo sistema piramidal. Incluso
haciéndose más difícil su transformación, en cuanto ahora hay muchas mujeres
patriarcales que se convierten en grandes defensoras inconscientes del
piramidalismo creado. Por eso se dice, que los machos son formados por las mismas
mujeres, esto es, por sus propias madres.
En este ámbito, uno de los casos más paradójicos es de los
juzgados de violencia intrafamiliar, en el cual muchas juezas con una actitud
aparentemente feminista o de defensa de las mujeres sancionan a muchos hombres principalmente
con penas de privación de la libertad, lo cual no resuelve ni altera el sistema
de poder vertical. El concepto de prisión es un concepto totalmente patriarcal,
que no ha sido ni es utilizado por las comunidades matriciales o indígenas. Si
bien es criticable y rechazable las agresiones físicas, verbales o psicológicas
por parte de muchos varones, no es salida o forma de subsanar por medio de la
cárcel, ya que ésta lo único que hace es crear más resentimientos y por ende el
aumento de la violencia y de la conflictividad. A igual que en los delitos
comunes en que no disminuyen por la imposición de mayores penas, por ello el
fracaso del sistema de represión propio de la mentalidad patriarcal. En la
justicia indígena, no es la cárcel el medio más idóneo de justicia sino la toma
de conciencia por parte del agresor y subsidiariamente el castigo físico. A este
último elemento, el show mediático suele resaltarlo, cuando es complementario o
parte de otros elementos más profundos de educación y de compensación. Por eso
es que interviene toda la comunidad, primero para asumir en totalidad su
destino y como medio para educar a todos los comuneros, por ello los niños
están observando todo lo que sucede para darse cuenta lo que implica alterar el
orden comunitario.
En un país como el Ecuador y demás países con una alta
población indígena -aunque algunos ahora se digan mestizos-, pero en último
caso sin que importe esta condición, se debería tomar en cuenta o valorar este
tipo de ejercicio de justicia, que saca del poder monódico atribuido a una sola
persona para depositarlo en toda la comunidad (comunarquía). Entendiendo dentro
de este sistema, que el desfase de uno de sus miembros es que algo está
fallando en toda la comunidad, y no solo en la familia o en el individuo en
particular y al cual únicamente hay que sancionarlo. Por el contrario, en el
sistema comunitario son todos sus miembros los que asumen responsablemente su
condición como tal, sin menospreciar o solo juzgar a ese individuo, sino que es
un auto-juzgamiento de toda la comunidad y posteriormente de sus partes
constitutivas, para restablecer el equilibrio y la armonía pérdida o
menoscabada para todos. Sin dejar de anotar que muchas comunidades actuales no
actúan así, influenciados por la justicia ordinaria piramidal y por el
patriarcalismo imperante. Ponen más énfasis en lo represivo, incluso aplicando
métodos y formas que no corresponden a las originarias sino a las impuestas por
el catolicismo como el azote, tal como en la época de Jesús en que así
castigaban.
En este sentido es importante salir del sistema de los
jueces y demás funciones de los “dioses-repúblicas independientes” por un
sistema comunitario. Con ello, además estaríamos ejerciendo un sistema más democrático,
donde la potestad del pueblo sea ejercida directa y participativamente, y no sea
delegada o representada por nadie en particular. Un ejercicio de
responsabilidad para asumir plenamente su vida social, sin dejar en manos de
salvadores o juzgadores especializados, como funciona y lo cree el sistema
piramidal eurocentrista. Y así en todos los ámbitos sociales, políticos y
económicos, para generar un sistema horizontal, relacional, vital y holístico,
que pueda disminuir la violencia que viene del propio sistema constituido, y que
no es un asunto individual o genético o algo por el estilo.
En este sentido, es más rescatable el sistema de jurados en
donde un grupo de personas asume esa condición, siendo éste un primer paso a
tomarse o como paso intermedio –pero teniéndolo muy en claro- hasta llegar a un
sistema colectivo de ejercicio jurisdiccional y vivencial en general. El
sistema de jurados tiene sus deficiencias, pero el individual mucho más, ya que
es obvio que mientras más personas participan hay más criterios y la
posibilidad de un ejercicio más armónico de recuperación de la persona afectada
y no de simple juzgamiento. Pues como hemos señalado anteriormente no es solo
cuestión del número de participantes sino del sistema a aplicarse, y está claro
que el verticalismo patriarcal (piramidalismo) lo que hace es consolidar más el
sistema de violencia antes que su disminución, como lo demuestra la experiencia
del sistema político-jurídico occidental en el mundo entero. Todo lo contrario
a aquellos pueblos no-occidentales donde la conflictividad y por ende el
juzgamiento es mínimo. Pueblos mal llamados primitivos o atrasados, y que viven
en sistemas horizontales, es decir, matriciales de vida y que su vivencia es más
respetuosa, no solo entre seres humanos sino además con los animales, plantas y
demás seres que en conjunto hacen la vida misma, que es igual para todos
quienes habitamos en esta gran casa llamada Tierra.
En este sentido nos parece válido consolidar la justicia
indígena y no menoscabarla o restringirla como se pretende ahora por distintas instancias
del Estado, y por otro lado, aunar esfuerzos por la incorporación del sistema
de jurados para la justicia ordinaria. Además un jurado compuesto de varias
personas es más difícil de ser sobornado, cohechado o presionado por el poder
político de turno o del dinero, todo lo contrario de un juez que como persona
en particular está sujeta a muchas influencias de diverso tipo.
[1] Este mismo juez, también
nos había comentado que él no había estudiado ninguna maestría porque todos
quienes habían alcanzado ese título, sabían menos que él.
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