Atawallpa Oviedo Freire
17/07/17
Hasta hace unos 15 años,
no cualquiera era de izquierda. Incluso había que protegerse al decirlo, pues,
los familiares, la sociedad, el Estado, trataban de estigmatizarlo con el
propósito de amordazarlo en sus propósitos. Por muchos años reclamarse de
izquierda o socialista o revolucionario, implicó muchas posibilidades en su
contra: ser atacado, ser enjuiciado, ser menospreciado, ser muerto, etc. Algo
parecido a lo que hoy enfrenta un declarado homosexual (degenerado) o una
“mujer liberal” (puta); o lo que siguen viviendo por 500 años quienes tienen
una apariencia física de tipo indígena o negro.
En aquellas épocas, la
mayoría de la gente de izquierda provenía de extractos populares, habiendo
también un buen componente de gente que eran parte de lo que Marx denominaba la
“pequeño-burguesía”, aunque irónicamente, en la mayoría de los casos eran los
dirigentes de la izquierda. En un gran porcentaje, era gente realmente
comprometida e incluso algunos estaban dispuestos a entregar su vida por “la
causa”. Muchos de ellos murieron como guerrilleros, en lo que se denominó el
“foquismo” o su desesperación pequeño-burguesa por cambiar inmediatamente el
sistema por medio de la violencia armada.
Sin embargo, de que
algunos lucraron y se aprovecharon de ciertas situaciones cuando estuvieron en
el poder de una organización de izquierda o cerca del gobierno nacional de
turno, la gran mayoría fue coherente y consecuente con sus principios. Ser de
izquierda implicaba riesgos, en los que la familia era la que más tenía que
padecer, por lo que algunos cayeron en las tentaciones del “hombre del maletín”
que ofrecía la derecha. Los riesgos de estar en la izquierda implicaban un
temor, pero ahí se veía quién era realmente quién, pues presentarse
públicamente de izquierda podía significar menos oportunidades laborales y por
ende económicas, por lo que muchos optaron por no declararse de esa tendencia
aunque en el fondo se sentían simpatizantes de la izquierda.
Cuando nosotros estuvimos
estudiando en la universidad, conocimos a algunos que se decían de izquierda
pero que luego se declararon abiertamente de derecha, es decir, procedieron a
asumir puestos en los partidos y organizaciones de la burguesía y del Estado
colonial. El declararse de derecha abría muchas puertas o escalar puestos
dentro del sistema, lo que en lenguaje marxista se denomina “el arribismo
pequeño-burgués”. Otros, un poco más honestos, simplemente se alejaron de sus
luchas y optaron por acomodarse económicamente dentro del sistema lo mejor que
sea posible, aunque guardaban cierta simpatía por la izquierda.
Obviamente, la gente de
derecha era mayoría en relación a la de izquierda, o había mucha más gente
declarada de derecha o de centro, que de izquierda. Como de igual manera el
pensamiento de la sociedad nacional era mayoritariamente de derecha, o estaba
formada por la derecha en sus principios y valores conservadores y liberales,
ambas de origen eurocéntrico. Es más, durante una gran época decirse “marxista”
o “socialista” o “comunista”, hasta era una “mala palabra”, por lo que muchos tenían
el orgullo de decirse: conservador o liberal o socialdemócrata o demócrata-cristiano,
etc.
Así, funcionaba el
imaginario de izquierda dentro de la sociedad, hasta que llegó la época de los
autodenominados “gobiernos progresistas”. Al principio, muchos personajes
tradicionales de la izquierda estuvieron conformando parte de estos gobiernos,
pero luego fueron desplazados o se retiraron voluntariamente. Los que se
quedaron, aunque ya no figuraban en puestos estelares, lo hicieron bajo el
argumento de que había que seguir luchando al “interior de la revolución”, y
decidieron tomar distancia con los que optaron hacerlo desde afuera, es decir,
prefirieron ser compañeros y aliados de los nuevos personajes de izquierda que
habían aparecido de sopetón en la época “progresista”, que de los viejos
compañeros de lucha.[1]
Los que se quedaron
adentro, tenían muchas críticas al interior de sus feudos hacia los gobiernos “progresistas”
y que en muchos casos coincidían sus puntos de vista con los que estaban
afuera, pero lo exteriorizaban parcialmente o preferían guardar silencio por “táctica
política”, ya que consideraban que había que ir avanzando poco a poco. Algunos
de ellos, están esperando que haya las condiciones “objetivas” y “subjetivas”
para “asaltar la dirección de los partidos progresistas” y luego proceder a la
“toma del poder” del Estado-nación e impulsar su proyecto “verdaderamente”
revolucionario.
Por su parte, los de
afuera optaron por desenmascarar a los progresistas, bajo la visión de que son
la “nueva derecha” pero con lenguaje de “izquierda. Siendo su propósito derrotar
electoralmente a progresistas, socialdemócratas, neo-liberales, etc., para de
igual manera realizar una “verdadera” transformación desde el gobierno central
del estado criollo-burgués. Olvidándose o sin aprender hasta ahora, que “Las
sociedades que quisieron imponer la igualdad desde arriba no lograron mayor
equidad. Los países nórdicos son los más igualitarios sin un sistema
autoritario ni verdad única.”[2]
Sin embargo, lo más
extraño o raro de esta época del socialismo del siglo 21, es que de la noche a
la mañana aparecieron muchos personajes en los gobiernos progresistas que se
decían de izquierda, revolucionarios, socialistas, cuando anteriormente se
codeaban o bamboleaban por los pasillos de la derecha. Y otros, que simplemente
se habían dedicado a acumular títulos académicos y que les importaba un bledo
la política, aparecieron como por arte de magia reclamándose de izquierda o
revolucionarios. Eran en su gran mayoría una serie de tecnócratas, que se
habían dedicado a estudiar en las mejores universidades del “imperialismo” y del
“eurocentrismo”, y que tenían un cierto sentido social, pero más que todo un
cierto sentido para acomodarse y aprovecharse del poder. Uno de ellos, incluso
llegó a ser presidente del Ecuador (Rafael Correa), mientras en los demás
países “progresistas” fueron viejas figuras de la izquierda las que llegaron al
poder central.
Muchos de estos
tecnócratas y que pasaron a conformar la burocracia del estado capitalista, no
tuvieron empacho en declararse de izquierda en un simple pestañeo, bajo el
argumento de que eran “una izquierda moderna” o una “nueva izquierda”;
procediendo a la izquierda tradicional simplemente a encasillarla como
extremista, de esta manera separándose y marcando diferencia con la vieja izquierda,
presentándola ahora como caduca o atrasada y que le “hace el juego a la
derecha”.
Para muchos fue fácil adherirse
a esta izquierda, en tanto, al mismo tiempo se podía ser católico, positivista,
cartesiano, liberal, empresario, moderno, indigenista, etc. Todo un
posmodernismo en la que cabía todo, bajo el membrete de “izquierda moderna”. Actualmente
se ha vuelto normal, común y corriente, ver a una serie de personas
provenientes de la pequeño-burguesía y hasta de la burguesía (empresarios),
como ministros, asesores, asambleístas, representantes, autoridades, de los
gobiernos de izquierda. Toda una serie de “añiñados” o de gente light
encabezando una serie de funciones y organismos nacionales e internacionales a
nombre de la “izquierda”.
Incluso, hemos llegado al
extremo de ver a gente tan superficial e incompetente como Maduro o Diosdado
Cabello, como máximos dirigentes de una “revolución de izquierda”. Siendo
realmente patético y el ejemplo más claro, de adonde ha llegado la izquierda. Da
vergüenza ajena ver a la generación de “revolucionarios” que han aparecido en
la “década ganada”. Cabello, acaba de señalar que "Tiene que aparecer un
Hugo Chávez algún día en Colombia”, en concordancia con otra frase de Maduro
que decía: “"Cuidado les sale un Chávez en Colombia. Colombia lo que
necesita es un Chávez para que ustedes vean cómo ese pueblo se va detrás de ese
Chávez". En estas frases podemos semánticamente leer quienes son estos “revolucionarios”,
que creen que el problema de la historia es de que aparezcan grandes mesías que
puedan acabar con las penurias de los pueblos.
Éste, el populismo de los
gobiernos progresistas, desde los más burdos hasta los más sofisticados o
lactosados como García Linera. Como bien señala Zibecchi: “La izquierda es
parte del problema, ya no la solución. Porque, en rigor, aunque ahora empiecen
los deslindes, los progresismos son hechuras de la misma urdimbre. Miremos al
PT de Lula. Niegan la corrupción que es evidente desde hace una década, cuando
Frei Betto escribió La Mosca Azul luego de renunciar a su cargo en el primer
gobierno Lula, cuando se destapó el escándalo del mensalao.[3]”
Así, como un día
desaparecieron las diferencias entre conservadores y liberales, en otra hora
acérrimos enemigos, van desapareciendo las distancias entre la derecha y la
izquierda, y llegará un momento en que serán lo mismo, como ahora lo son
conservadores y liberales que han pasado a constituir el neoliberalismo. Y esto
sucede, porque la disputa entre derecha/izquierda es tan solo al interior del
paradigma eurocéntrico, pero con el emerger de otros paradigmas provenientes
desde la alteridad o de fuera del eurocentrismo, se ven más claramente otras
dicotomías que por 500 años ellos no las quisieron ver. Al respecto Zibecchi
dice: “La polarización derecha-izquierda es falsa, no explica casi nada de lo
que viene sucediendo en el mundo. Pero lo peor es que la izquierda se ha vuelto
simétrica de la derecha en un punto clave: la obsesión por el poder.”
El eurocentrismo solo
veía un problema de clase social, pero ahora se entiende que hay de género, de
especie, de cultura, etc., pero principalmente que es ontológico y epistémico.
El eurocentrismo puede ahora llegar a debatir lo de género o de cultura, pero
se niega a confrontarse con otras epístemes a las cuales las sigue considerando
posturas étnicas o pseudo-filosofías, o para-ciencias, etc.
El eurocentrismo ha dado
su brazo a torcer en cuanto a las contradicciones al interior de sus
concepciones, pero con respecto a otros paradigmas de las periferias o de las
externalidades, las sigue inferiorizando o racializando para no entrar y asumir
otras dimensiones y categorías. El enclaustramiento del eurocentrismo no les
permite mirar más allá de sus narices, convencidos de que son el principio y el
fin del conocimiento. Y la izquierda en general sigue esta línea, la alteridad
sigue siendo menor a todas las epístemes de occidente, en especial al
pensamiento marxista considerado el más avanzado de la historia humana. Es más,
para la academia la alteridad no tiene epístemes, filosofías, ciencias, pues
ésta es una capacidad exclusiva que ha desarrollado occidente.
La izquierda
occidentalizada, ahora es una izquierda conservadora en relación a la
racionalidad de la alteridad que tiene muchas variables que admiten la convivencia
con la diferencia y la diversidad, al contrario, de muchas cargas hegemónicas y
homogenizantes que tiene el pensamiento piramidalista eurocéntrico, en su lado
derecho e izquierdo. Por ejemplo, lo indígena para la izquierda es un problema
de clase, y para otros un poco más profundos, es una cuestión de identidad.
Pero para la racionalidad indígena es algo mucho más amplio y que tiene que ver
con una manera de concebir el mundo y de un modo de vivir. No se trata de
conservar la lengua o ciertos ropajes o determinadas fiestas, sino de una serie
de epístemes que diferencian distintas formas de relacionarse con el mundo, y
que dan un sentido distinto: del trabajo, de la enfermedad, de la economía, de
la muerte, del tiempo, de la naturaleza, de los ancestros, del futuro, de la
espiritualidad, etc. Para la izquierda eurocentrada, es una cuestión de
fenotipos o de etnias o de razas o de culturas: blancos, negros, indios,
mestizos. Ésa, una visión racista y/o culturalista, puesto, que lo que
diferencia a los seres humanos son sus posiciones epistémicas y sus actitudes
ontológicas.
Es más, con la
globalización en curso, hoy la mayoría de personas con fenotipo indígena/negro
piensan y viven eurocéntricamente. Son muy pocos, los que manejan lo que se
denomina la “racionalidad indígena” o “cosmovisión indígena” o “filosofía indígena”.
Incluso, hay más mestizos que indios que las conocen. Muchos ecologistas y
ambientalistas que viven en formas sustentables de vida y que realizan
producción agroecológica, están más cerca de las epístemes indígenas o ancestrales,
que muchos indios que adoran al Dios del colonizador y que utilizan una serie
de pesticidas que hacen tanto daño a la pachamama.
Son este tipo de gente
alternativa, la contradicción y diferencia con el eurocentrismo de derecha e
izquierda. Son los tercero-excluidos del esquema eurocentrado, que siempre los
desplazó y los inferiorizó o minorizó, no solo por su clase o por su etnia,
sino principalmente por sus epístemes a las que consideraban (y consideran)
salvajes y primitivas. Son los anatemas de quienes se han creído los dueños del
conocimiento o del pensamiento único y universal, y que les segregaron o
excluyeron, no solo por su fenotipo sino ante todo por sus formas de concebir
la “realidad”, calificándolas de endemoniadas o esotéricas.
Cada época tiene sus
personajes revolucionarios, como en una época fueron los materialistas con
respecto a los idealistas, los positivistas con respecto a los subjetivistas,
los liberales con respecto a los conservadores, las izquierdas con respecto a
las derechas, hoy, son los “alternativos”, los “tercero-excluidos”, los “anatemas”,
del eurocentrismo liberal y marxista los que son lo transformador, lo profundo,
lo integral, lo holístico, lo complejo. La izquierda tendría que descolonizarse
para ser parte de la rebeldía anatemista, o debería resignificarse para que sea
otro miembro más de lo alternativo, o reinventarse para incorporarse a los
tercero-excluidos.
Sin embargo, esa sería
una tarea muy dura, como la de los eco-marxistas o eco-socialistas, que son
parte del eurocentrismo de izquierda y que tratan de renacer lo desvencijado, que
siguen creyendo que el marxismo y el positivismo son el todo, cuando son una
parte del conocimiento. O ciertos decoloniales que critican la colonialidad con
las mismas epistemes, principios, categorías y variables del pensamiento civilizatorio
o eurocéntrico. Que hablan de la alteridad pero que desconocen sus epístemes y
ontologías, y que los diferencian como otredad por sus fenotipos. Mientras
ellos siguen hablando desde la dicotomía occidental derecha/izquierda, en la
alteridad se habla verticalmente: los de arriba y los de abajo. “Lenin se
encargó de explicarnos que las revoluciones difícilmente se hacen de abajo para
arriba y, aunque la lección costó la vida a millones de vidas y reclusiones en
gulags, somos muchos los que nunca terminamos de entenderla.”[4]
Cuando, quizás, lo más
simple y sabio sea hacer una revolución interna, sintonizándose con la
racionalidad de la alteridad para caminar a grandes y hondos cambios, antes que
el extractivismo -de derecha e izquierda- termine con la especie humana. “Las
izquierdas, huérfanas de proyecto, tienen la urgencia de abandonar las utopías
que vinieron del XIX por otras para los tiempos actuales.”[5]
[1] “LA IZQUIERDA. A la luz de lo sucedido en la región en las dos
últimas décadas, podemos arribar a una redefinición del concepto de izquierda:
es la fuerza política que lucha por el poder, apoyándose en los sectores
populares, para incrustar sus cuadros en las instituciones que, con los años y
el control de los mecanismos de decisión, se convierten en una nueva elite que
puede desplazar a las anteriores, negociar con ellas o fusionarse. O
combinaciones de las tres.” Raúl Zibecchi, “Cuando la izquierda es el
problema”, http://aldhea.org/cuando-la-izquierda-es-el-problema/
[3] Raúl
Zibecchi, “Cuando la izquierda es el
problema”, http://aldhea.org/cuando-la-izquierda-es-el-problema/
[4][4]
Jorge Suazo, “Nosotros los populistas, los idiotas de la historia”, Página
Siete-La Paz 16/07/17
[5]
Jorge León, “Tanto sacrificio para lo mismo”, El Comercio-Quito 07/2017.