lunes, 17 de julio de 2017

QUÉ ES LA IZQUIERDA HOY

Atawallpa Oviedo Freire
17/07/17

Hasta hace unos 15 años, no cualquiera era de izquierda. Incluso había que protegerse al decirlo, pues, los familiares, la sociedad, el Estado, trataban de estigmatizarlo con el propósito de amordazarlo en sus propósitos. Por muchos años reclamarse de izquierda o socialista o revolucionario, implicó muchas posibilidades en su contra: ser atacado, ser enjuiciado, ser menospreciado, ser muerto, etc. Algo parecido a lo que hoy enfrenta un declarado homosexual (degenerado) o una “mujer liberal” (puta); o lo que siguen viviendo por 500 años quienes tienen una apariencia física de tipo indígena o negro.
En aquellas épocas, la mayoría de la gente de izquierda provenía de extractos populares, habiendo también un buen componente de gente que eran parte de lo que Marx denominaba la “pequeño-burguesía”, aunque irónicamente, en la mayoría de los casos eran los dirigentes de la izquierda. En un gran porcentaje, era gente realmente comprometida e incluso algunos estaban dispuestos a entregar su vida por “la causa”. Muchos de ellos murieron como guerrilleros, en lo que se denominó el “foquismo” o su desesperación pequeño-burguesa por cambiar inmediatamente el sistema por medio de la violencia armada.
Sin embargo, de que algunos lucraron y se aprovecharon de ciertas situaciones cuando estuvieron en el poder de una organización de izquierda o cerca del gobierno nacional de turno, la gran mayoría fue coherente y consecuente con sus principios. Ser de izquierda implicaba riesgos, en los que la familia era la que más tenía que padecer, por lo que algunos cayeron en las tentaciones del “hombre del maletín” que ofrecía la derecha. Los riesgos de estar en la izquierda implicaban un temor, pero ahí se veía quién era realmente quién, pues presentarse públicamente de izquierda podía significar menos oportunidades laborales y por ende económicas, por lo que muchos optaron por no declararse de esa tendencia aunque en el fondo se sentían simpatizantes de la izquierda.
Cuando nosotros estuvimos estudiando en la universidad, conocimos a algunos que se decían de izquierda pero que luego se declararon abiertamente de derecha, es decir, procedieron a asumir puestos en los partidos y organizaciones de la burguesía y del Estado colonial. El declararse de derecha abría muchas puertas o escalar puestos dentro del sistema, lo que en lenguaje marxista se denomina “el arribismo pequeño-burgués”. Otros, un poco más honestos, simplemente se alejaron de sus luchas y optaron por acomodarse económicamente dentro del sistema lo mejor que sea posible, aunque guardaban cierta simpatía por la izquierda.
Obviamente, la gente de derecha era mayoría en relación a la de izquierda, o había mucha más gente declarada de derecha o de centro, que de izquierda. Como de igual manera el pensamiento de la sociedad nacional era mayoritariamente de derecha, o estaba formada por la derecha en sus principios y valores conservadores y liberales, ambas de origen eurocéntrico. Es más, durante una gran época decirse “marxista” o “socialista” o “comunista”, hasta era una “mala palabra”, por lo que muchos tenían el orgullo de decirse: conservador o liberal o socialdemócrata o demócrata-cristiano, etc.
Así, funcionaba el imaginario de izquierda dentro de la sociedad, hasta que llegó la época de los autodenominados “gobiernos progresistas”. Al principio, muchos personajes tradicionales de la izquierda estuvieron conformando parte de estos gobiernos, pero luego fueron desplazados o se retiraron voluntariamente. Los que se quedaron, aunque ya no figuraban en puestos estelares, lo hicieron bajo el argumento de que había que seguir luchando al “interior de la revolución”, y decidieron tomar distancia con los que optaron hacerlo desde afuera, es decir, prefirieron ser compañeros y aliados de los nuevos personajes de izquierda que habían aparecido de sopetón en la época “progresista”, que de los viejos compañeros de lucha.[1]
Los que se quedaron adentro, tenían muchas críticas al interior de sus feudos hacia los gobiernos “progresistas” y que en muchos casos coincidían sus puntos de vista con los que estaban afuera, pero lo exteriorizaban parcialmente o preferían guardar silencio por “táctica política”, ya que consideraban que había que ir avanzando poco a poco. Algunos de ellos, están esperando que haya las condiciones “objetivas” y “subjetivas” para “asaltar la dirección de los partidos progresistas” y luego proceder a la “toma del poder” del Estado-nación e impulsar su proyecto “verdaderamente” revolucionario.
Por su parte, los de afuera optaron por desenmascarar a los progresistas, bajo la visión de que son la “nueva derecha” pero con lenguaje de “izquierda. Siendo su propósito derrotar electoralmente a progresistas, socialdemócratas, neo-liberales, etc., para de igual manera realizar una “verdadera” transformación desde el gobierno central del estado criollo-burgués. Olvidándose o sin aprender hasta ahora, que “Las sociedades que quisieron imponer la igualdad desde arriba no lograron mayor equidad. Los países nórdicos son los más igualitarios sin un sistema autoritario ni verdad única.”[2]
Sin embargo, lo más extraño o raro de esta época del socialismo del siglo 21, es que de la noche a la mañana aparecieron muchos personajes en los gobiernos progresistas que se decían de izquierda, revolucionarios, socialistas, cuando anteriormente se codeaban o bamboleaban por los pasillos de la derecha. Y otros, que simplemente se habían dedicado a acumular títulos académicos y que les importaba un bledo la política, aparecieron como por arte de magia reclamándose de izquierda o revolucionarios. Eran en su gran mayoría una serie de tecnócratas, que se habían dedicado a estudiar en las mejores universidades del “imperialismo” y del “eurocentrismo”, y que tenían un cierto sentido social, pero más que todo un cierto sentido para acomodarse y aprovecharse del poder. Uno de ellos, incluso llegó a ser presidente del Ecuador (Rafael Correa), mientras en los demás países “progresistas” fueron viejas figuras de la izquierda las que llegaron al poder central.
Muchos de estos tecnócratas y que pasaron a conformar la burocracia del estado capitalista, no tuvieron empacho en declararse de izquierda en un simple pestañeo, bajo el argumento de que eran “una izquierda moderna” o una “nueva izquierda”; procediendo a la izquierda tradicional simplemente a encasillarla como extremista, de esta manera separándose y marcando diferencia con la vieja izquierda, presentándola ahora como caduca o atrasada y que le “hace el juego a la derecha”.
Para muchos fue fácil adherirse a esta izquierda, en tanto, al mismo tiempo se podía ser católico, positivista, cartesiano, liberal, empresario, moderno, indigenista, etc. Todo un posmodernismo en la que cabía todo, bajo el membrete de “izquierda moderna”. Actualmente se ha vuelto normal, común y corriente, ver a una serie de personas provenientes de la pequeño-burguesía y hasta de la burguesía (empresarios), como ministros, asesores, asambleístas, representantes, autoridades, de los gobiernos de izquierda. Toda una serie de “añiñados” o de gente light encabezando una serie de funciones y organismos nacionales e internacionales a nombre de la “izquierda”.
Incluso, hemos llegado al extremo de ver a gente tan superficial e incompetente como Maduro o Diosdado Cabello, como máximos dirigentes de una “revolución de izquierda”. Siendo realmente patético y el ejemplo más claro, de adonde ha llegado la izquierda. Da vergüenza ajena ver a la generación de “revolucionarios” que han aparecido en la “década ganada”. Cabello, acaba de señalar que "Tiene que aparecer un Hugo Chávez algún día en Colombia”, en concordancia con otra frase de Maduro que decía: “"Cuidado les sale un Chávez en Colombia. Colombia lo que necesita es un Chávez para que ustedes vean cómo ese pueblo se va detrás de ese Chávez". En estas frases podemos semánticamente leer quienes son estos “revolucionarios”, que creen que el problema de la historia es de que aparezcan grandes mesías que puedan acabar con las penurias de los pueblos.
Éste, el populismo de los gobiernos progresistas, desde los más burdos hasta los más sofisticados o lactosados como García Linera. Como bien señala Zibecchi: “La izquierda es parte del problema, ya no la solución. Porque, en rigor, aunque ahora empiecen los deslindes, los progresismos son hechuras de la misma urdimbre. Miremos al PT de Lula. Niegan la corrupción que es evidente desde hace una década, cuando Frei Betto escribió La Mosca Azul luego de renunciar a su cargo en el primer gobierno Lula, cuando se destapó el escándalo del mensalao.[3]
Así, como un día desaparecieron las diferencias entre conservadores y liberales, en otra hora acérrimos enemigos, van desapareciendo las distancias entre la derecha y la izquierda, y llegará un momento en que serán lo mismo, como ahora lo son conservadores y liberales que han pasado a constituir el neoliberalismo. Y esto sucede, porque la disputa entre derecha/izquierda es tan solo al interior del paradigma eurocéntrico, pero con el emerger de otros paradigmas provenientes desde la alteridad o de fuera del eurocentrismo, se ven más claramente otras dicotomías que por 500 años ellos no las quisieron ver. Al respecto Zibecchi dice: “La polarización derecha-izquierda es falsa, no explica casi nada de lo que viene sucediendo en el mundo. Pero lo peor es que la izquierda se ha vuelto simétrica de la derecha en un punto clave: la obsesión por el poder.”
El eurocentrismo solo veía un problema de clase social, pero ahora se entiende que hay de género, de especie, de cultura, etc., pero principalmente que es ontológico y epistémico. El eurocentrismo puede ahora llegar a debatir lo de género o de cultura, pero se niega a confrontarse con otras epístemes a las cuales las sigue considerando posturas étnicas o pseudo-filosofías, o para-ciencias, etc.
El eurocentrismo ha dado su brazo a torcer en cuanto a las contradicciones al interior de sus concepciones, pero con respecto a otros paradigmas de las periferias o de las externalidades, las sigue inferiorizando o racializando para no entrar y asumir otras dimensiones y categorías. El enclaustramiento del eurocentrismo no les permite mirar más allá de sus narices, convencidos de que son el principio y el fin del conocimiento. Y la izquierda en general sigue esta línea, la alteridad sigue siendo menor a todas las epístemes de occidente, en especial al pensamiento marxista considerado el más avanzado de la historia humana. Es más, para la academia la alteridad no tiene epístemes, filosofías, ciencias, pues ésta es una capacidad exclusiva que ha desarrollado occidente.
La izquierda occidentalizada, ahora es una izquierda conservadora en relación a la racionalidad de la alteridad que tiene muchas variables que admiten la convivencia con la diferencia y la diversidad, al contrario, de muchas cargas hegemónicas y homogenizantes que tiene el pensamiento piramidalista eurocéntrico, en su lado derecho e izquierdo. Por ejemplo, lo indígena para la izquierda es un problema de clase, y para otros un poco más profundos, es una cuestión de identidad. Pero para la racionalidad indígena es algo mucho más amplio y que tiene que ver con una manera de concebir el mundo y de un modo de vivir. No se trata de conservar la lengua o ciertos ropajes o determinadas fiestas, sino de una serie de epístemes que diferencian distintas formas de relacionarse con el mundo, y que dan un sentido distinto: del trabajo, de la enfermedad, de la economía, de la muerte, del tiempo, de la naturaleza, de los ancestros, del futuro, de la espiritualidad, etc. Para la izquierda eurocentrada, es una cuestión de fenotipos o de etnias o de razas o de culturas: blancos, negros, indios, mestizos. Ésa, una visión racista y/o culturalista, puesto, que lo que diferencia a los seres humanos son sus posiciones epistémicas y sus actitudes ontológicas.
Es más, con la globalización en curso, hoy la mayoría de personas con fenotipo indígena/negro piensan y viven eurocéntricamente. Son muy pocos, los que manejan lo que se denomina la “racionalidad indígena” o “cosmovisión indígena” o “filosofía indígena”. Incluso, hay más mestizos que indios que las conocen. Muchos ecologistas y ambientalistas que viven en formas sustentables de vida y que realizan producción agroecológica, están más cerca de las epístemes indígenas o ancestrales, que muchos indios que adoran al Dios del colonizador y que utilizan una serie de pesticidas que hacen tanto daño a la pachamama.
Son este tipo de gente alternativa, la contradicción y diferencia con el eurocentrismo de derecha e izquierda. Son los tercero-excluidos del esquema eurocentrado, que siempre los desplazó y los inferiorizó o minorizó, no solo por su clase o por su etnia, sino principalmente por sus epístemes a las que consideraban (y consideran) salvajes y primitivas. Son los anatemas de quienes se han creído los dueños del conocimiento o del pensamiento único y universal, y que les segregaron o excluyeron, no solo por su fenotipo sino ante todo por sus formas de concebir la “realidad”, calificándolas de endemoniadas o esotéricas.
Cada época tiene sus personajes revolucionarios, como en una época fueron los materialistas con respecto a los idealistas, los positivistas con respecto a los subjetivistas, los liberales con respecto a los conservadores, las izquierdas con respecto a las derechas, hoy, son los “alternativos”, los “tercero-excluidos”, los “anatemas”, del eurocentrismo liberal y marxista los que son lo transformador, lo profundo, lo integral, lo holístico, lo complejo. La izquierda tendría que descolonizarse para ser parte de la rebeldía anatemista, o debería resignificarse para que sea otro miembro más de lo alternativo, o reinventarse para incorporarse a los tercero-excluidos.
Sin embargo, esa sería una tarea muy dura, como la de los eco-marxistas o eco-socialistas, que son parte del eurocentrismo de izquierda y que tratan de renacer lo desvencijado, que siguen creyendo que el marxismo y el positivismo son el todo, cuando son una parte del conocimiento. O ciertos decoloniales que critican la colonialidad con las mismas epistemes, principios, categorías y variables del pensamiento civilizatorio o eurocéntrico. Que hablan de la alteridad pero que desconocen sus epístemes y ontologías, y que los diferencian como otredad por sus fenotipos. Mientras ellos siguen hablando desde la dicotomía occidental derecha/izquierda, en la alteridad se habla verticalmente: los de arriba y los de abajo. “Lenin se encargó de explicarnos que las revoluciones difícilmente se hacen de abajo para arriba y, aunque la lección costó la vida a millones de vidas y reclusiones en gulags, somos muchos los que nunca terminamos de entenderla.”[4]
Cuando, quizás, lo más simple y sabio sea hacer una revolución interna, sintonizándose con la racionalidad de la alteridad para caminar a grandes y hondos cambios, antes que el extractivismo -de derecha e izquierda- termine con la especie humana. “Las izquierdas, huérfanas de proyecto, tienen la urgencia de abandonar las utopías que vinieron del XIX por otras para los tiempos actuales.”[5]



[1] “LA IZQUIERDA. A la luz de lo sucedido en la región en las dos últimas décadas, podemos arribar a una redefinición del concepto de izquierda: es la fuerza política que lucha por el poder, apoyándose en los sectores populares, para incrustar sus cuadros en las instituciones que, con los años y el control de los mecanismos de decisión, se convierten en una nueva elite que puede desplazar a las anteriores, negociar con ellas o fusionarse. O combinaciones de las tres.” Raúl Zibecchi, “Cuando la izquierda es el problema”, http://aldhea.org/cuando-la-izquierda-es-el-problema/
[2] Jorge León, “Tanto sacrificio para lo mismo”, El Comercio-Quito 07/2017.
[3] Raúl Zibecchi, “Cuando la izquierda es el problema”, http://aldhea.org/cuando-la-izquierda-es-el-problema/
[4][4] Jorge Suazo, “Nosotros los populistas, los idiotas de la historia”, Página Siete-La Paz 16/07/17
[5] Jorge León, “Tanto sacrificio para lo mismo”, El Comercio-Quito 07/2017.

sábado, 10 de junio de 2017

EL MIEDO DE LOS DECOLONIALES Y DE LOS POLARIZADOS


EL MIEDO DE LOS DECOLONIALES Y DE LOS POLARIZADOS
El pueblo brasileño se ha levantado masivamente contra el gobierno corrupto de Temer, quien fuera el compañero escogido por Dilma Roussef como su vicepresidente, y que le ha reemplazado luego de su destitución. El pueblo cansado e indignado se ha erguido y movilizado reclamando su destitución o su renuncia. Los grupos de oposición a Temer son aplaudidos por la izquierda mundial y apoyan la revuelta popular contra este gobierno de derecha. Sin embargo, resulta que lo mismo pasa en Venezuela, pero, por tratarse de un gobierno con un discurso “revolucionario”, una parte de la izquierda arremete duramente contra el pueblo venezolano, desde el gobierno de dicho país y desde cierta intelectualidad que se autocalifica de “decolonial” y por otra que se dice “polarizada”.
Para esta izquierda, en el caso de Brasil el pueblo actúa correctamente, pero en el caso de Venezuela el pueblo está manipulado por la derecha, hay agentes infiltrados por el imperialismo, son traidores de la revolución, son neocolonialistas de izquierda, etc. La doble moral de cierta izquierda, si un pueblo se levanta contra la derecha es un pueblo altivo y libertario, pero si se levanta contra la izquierda es un pueblo contrarrevolucionario y servil. En otras palabras, los pueblos inteligentes se levantan contra la derecha, los pueblos tontos o engañados lo hacen contra la izquierda.
Lo dijeron también en la época de la Unión Soviética y de la Europa comunista, lo siguen diciendo de Cuba. ¿El proyecto de la Europa comunista fracasó por la culpa del pueblo, por las críticas que se hacían a los gobiernos “revolucionarios”, o, por qué estos “revolucionarios” no entendieron lo que demandaba el pueblo, por qué no asumieron las críticas a los errores que se estaban cometiendo? Claro, para la burocracia de izquierda lo más fácil es culpar a los otros, a los extranjeros, a la burguesía, al imperialismo, al bloqueo económico, a los bajos precios del petróleo, etc., como lo han hecho con Cuba y ahora con los gobiernos “progresistas”. Pero habría que preguntarles, (como de igual manera se lo hizo con los comunistas europeos), hasta cuándo van a seguir justificando la opresión que se viene dando al pueblo cubano con el argumento de que se ven obligados a aquello por el bloqueo económico. Hasta cuándo van a seguir imponiendo la dictadura del proletariado (proletariado que por cierto no hay) bajo el pretexto de una posible invasión estadounidense. Hasta cuándo van a seguir manteniendo en la pobreza y dejando que emigren más cubanos con el argumento de que el imperialismo no les permite hacer los cambios que requieren.
Si bien hay algo de verdad en aquello, lo principal no está afuera sino adentro, especialmente en el dogmatismo leninista del “centralismo democrático” que les hizo concentrar todo el “poder popular” en la figura idílica de Fidel Castro. Creyeron que acumulando más poder para el buró del partido comunista, la revolución estaría protegida. Entendieron que el “poder popular” NO estaba en empoderar organizativamente y productivamente al pueblo, sino en que sea dependiente del Estadocentrismo, en la que todos se vean obligados a tender la mano para que el Partido les de alimentación, salud, educación, vivienda, y con ello estén siempre bajo el paraguas del líder máximo.
Y eso, lo han repetido esquemáticamente Chávez, Correa, Morales, y demás gobiernos “progresistas”. O en palabras de Chávez: “ya no soy yo sino todo un pueblo”, frase que por cierto también la han repetido Correa y Morales, sin que hasta en eso sean originales. Es decir, estos líderes -sería mejor decir estos caudillos- en su idealismo pequeño-burgués llegaron a creerse los predestinados o los ungidos por el pueblo, al nivel de que tienen la capacidad de pensar y de sentir por todo el pueblo. Ellos saben lo que realmente quiere o necesita el verdadero pueblo, y lo que es el falso o equivocado pueblo que es manoseado por la derecha. Y algunos intelectuales siguen la misma ensoñación y creen que hay pueblos sabios que enfrentan a la derecha y pueblos “delicuenciales” que combaten a la izquierda.
Para estos ilustrados de izquierda, el pueblo no tiene que hacer nada ya que les tiene a ellos para que les den haciendo las transformaciones que necesitan, pues ellos se bastan y se sobran para hacer lo que el pueblo necesita. Ellos son los que saben cómo dirigir la revolución y el pueblo solo tiene que seguir votando por ellos y únicamente salir a las calles o hacer algo si alguien se atreve a protestar contra su revolución. Esa es su única misión, pues para ello están –ahora- Maduro y Cabello para seguir ejecutando el proceso revolucionario empezado por Chávez.
Si la mayoría del pueblo venezolano apoya la revolución chavista, por qué no deciden convocar a elecciones. Obviamente saben que van a perder, que el pueblo les ha dado la espalda y les castigará en las urnas. Pero, para los “decoloniales” y los “polarizados” esas elecciones en las que el pueblo tiene la palabra no hay que apoyarlas, pues el pueblo está siendo aprovechado y manejado por la burguesía y el imperialismo. ¿La culpa de ese retroceso es de la burguesía, de los EEUU, o, principalmente del chavismo y de sus novelerías autistas? ¿Ahora el pueblo venezolano es el errado, pero antes cuando apoyaba al chavismo era un pueblo lúcido? Indudablemente, que la mayoría del pueblo venezolano ya no se cree ese cuento de hadas y se ha levantado contra esa farsa de revolución, pero al mismo tiempo, están conscientes que la derecha quiere pescar a río revuelto. Saben que su lucha es contra la vieja derecha burguesa y la nueva derecha pequeño-burguesa con lenguaje de izquierda light. Están claros, que la derecha puede canalizar todo a su favor, pero no por ello no hay que hacer nada bajo el argumento de que los otros son peores. ¿La lucha se la hace ante los peores, pero ante los que son un poco menos se guarda prudencia?
Grosfoguel, Dussel y otros “decoloniales” tienen miedo del pueblo y llaman a tener prudencia. Creen que distanciándose de Borón o de Sadir ya son diferentes, cuando simplemente son un poco menos coloniales que ellos. ¿Los chavistas que se han levantado contra Maduro también son imprudentes? ¿La Fiscal General que llama a defender la constitución elaborada por Chávez es también contrarrevolucionaria? ¿Acaso también están de acuerdo en declararle loca para sacarle del cargo? Siguiendo ese mismo esquema, han acusado a muchos críticos del chavismo y del madurismo, de derechizados, traidores, contrarrevolucionarios, extremistas, fundamentalistas, coloniales de izquierda, despolarizados; con ello pretendiendo exculparse y pasar a otros la responsabilidad de su fracaso.
Asustan con Macri, para no hacer nada ni decir nada. Acaso el pueblo argentino no sigue luchando contra Macri y los falsos revolucionarios kischneristas. Acaso porque hay un Temer en Brasil, el pueblo se ha dormido y se ha dejado dominar. Por qué tienen miedo de las luchas populares. Parece que se han olvidado que la historia la hacen los pueblos y no los líderes revolucionarios ni los intelectuales de izquierda. Han pasado más de 100 años del fracaso del socialismo real y ahora del socialismo del siglo 21, pero siguen sin entenderlo. No comprenden que lo que transforma a los pueblos es el “poder social” y no la dictadura del partido único. El “poder popular” está en la capacidad de un pueblo de defenderse material y espiritualmente por sí mismo, y no de estar subordinado a la voluntad de un buró partidista que se cree que es todo el pueblo. Una causa mientras es más piramidalista, es un proceso más absorbedor y oligárquico del “poder popular”, por ende, más alejado del pueblo. La “toma del poder” no es la toma del poder para el líder máximo del partido sino para el pueblo organizado, participativo, creador y ejecutor de sus propias transformaciones.
Pero los intelectuales y políticos de izquierda que viven como pequeño-burgueses y no en formas sostenibles y sustentables de vida, se siguen creyendo los únicos elegidos y trascendentes que saben “qué hacer”, pues los pueblos son borreguitos a los cuales hay que saber guiar, o sólo son válidos si los apoyan pero si los critican hay que educarlos a la manera de la “letra con sangre entra”. Esa es la intelectualidad paternalista y mesiánica que ha estado en la cabeza estos 100 años y que siguen con el mismo discurso domesticador, clientelar y prebendalista. Se contentan con el “mal menor” o con lo “poco conseguido”, ya que si retoma el poder la derecha "será peor".
Un revolucionario enfrenta lo poco y lo mucho, pues sabe que los cambios son estructurales y mientras no haya aquello todo son bonitas ilusiones. Un revolucionario no se calla ante la pequeña corrupción con el argumento de que la derecha es más corrupta o porque el imperialismo se va a aprovechar de aquello para derrumbar lo que se ha conseguido. Un revolucionario en este tiempo es el tercero excluido (Quintero Weir) de la dicotomía colonial eurocéntrica, y, por ende, va más allá de lo que mandan los centros del conocimiento liberal/marxista o privatista/estatista.
El tercero excluido es el pensamiento comunitario, colectivista, aldeano, cooperativo, asociativo, y que entiende que el Estado es solo un instrumento para lo individual-privado o lo grupal-colectivo. Hasta ahora la izquierda ha convertido al Estado en instrumento de lo privado, con su capitalismo de Estado donde el único dueño es el presidente del partido, de la asamblea, y del país. Eso se creen los Castro, Chávez, Maduro, Correa, Morales, Ortega, y demás monarquías de izquierda, que hablan y sienten a nombre del pueblo. Monarcas que están dispuestos a matar a los hijos descarriados para defender la revolución que fuera soñada y creada por ellos. Y eso callan ciertos intelectuales o lo califican de ciertos errores, pero de los cuales no hay que alzar muy alto la voz puesto que la derecha y el imperialismo lo llevará a su molino.
Que tristeza –por decir de alguna manera- lo que se ha visto y se sigue viendo de la izquierda en general, afortunadamente el pueblo que constituyen los terceros-excluidos por el occidentalocentrismo están en pie de lucha y se van levantando cada día más contra los conservadores de derecha y los liberales de izquierda, que mantienen el estatus quo y que siguen destruyendo al planeta. Ojalá algunos intelectuales vayan despertando y se alineen con las corrientes alternativas a la derecha e izquierda, y se conviertan en otra parte alterativa que haga posible la presencia y desovillamiento de la otredad o de la alteridad.



miércoles, 24 de mayo de 2017

ADIEU MONSIEUR RAFAEL CORREA


UN PAIS MOLDEADO POR EL EGO DE UN PRESIDENTE

A los 27 días de iniciado el gobierno de Rafael Correa, emitió un decreto por el cual ordenaba que todos los presidentes a partir de él no debían quedarse con la banda presidencial sino que tenían devolverla para que sea utilizada por los presidentes subsiguientes, pues “constituye una forma de presentación de la Bandera Nacional del Ecuador y es el emblema del Poder Ejecutivo” y de que “no se deberá elaborar una nueva banda presidencial para los ulteriores presidentes”. Esto, en lo simbólico representaba la capacidad de un individuo para no aferrarse al poder y de entender que la democracia es la alternabilidad, como asimismo, que las personas son pasajeras en las funciones y que lo que quedaba son los imaginarios que se formen por la labor realizada.
Pero este simbolismo que venía del recién posesionado como presidente y de su capacidad de soltarse del poder, se vio cambiado a los 21 días de terminación de su gobierno por un nuevo decreto en el que deroga el anterior, lo que nos una clara dimensión –entre otras- de lo que sucedió en estos 10 años de correismo. Además, deja haciéndose un museo con el cual quiere perennizarse de alguna forma en el poder, pues lo que más le preocupa es cómo le calificará la historia. Para ello, buscará que sus adláteres le rindan honores de gran estadista. En definitiva, todo esto no hace más que confirmar el carácter y distintivo de él, y de lo que fue su gobierno: “el poder del egocentrismo”.
Aquel joven Presidente que llegó despojado del poder y con el ímpetu de guiar grandes cambios duró muy poco, pues al poco tiempo ya no era quien luchaba contra el poder sino que se convirtió en el poder, era el poder en sí mismo, y lo defendía a muerte con quien osara enfrentar su poder. Ahí, ya se acabó el revolucionario que aparentaba ser y salió el verdadero: el caudillo del siglo XXI. Alguien que se reclama de Izquierda lucha contra el poder personal, estando fuera y al interior de él, pues sabe que el poder le pertenece al pueblo y se esfuerza por ampliarlo para que sea él quien tome directamente las decisiones sobre su destino. Pero sucedió todo lo contrario, se envaneció con el poder hasta llegar a creerse que “ya no era él sino todo un pueblo”.
En uno de sus últimos enlaces semanales señaló de que se le hacía un nudo en la garganta porque ya no podría seguir sirviendo al pueblo. Esto bien leído quiere decir, que se le hacía nudo en su poder porque ya no podrá servirse de él. Frase ésta que no hace más que confirmar su egolatría reinante, por lo que fue frecuentemente criticado (“el excelentísimo”). De ahí que intentaba convencer a todos y repetía la frase de que “tengan la seguridad que mi tesoro no es el poder, sino el servicio, servir a mi pueblo, sobre todo”. Siendo ese ahora su mayor problema, de que ya no tiene el tesoro de servirse del poder para servir a su ego. Por cierto, las sabatinas se organizaban de acuerdo a cómo había sido herido su ego durante la semana: lo que se había dicho de él, lo que se había criticado de él, lo que se habían olvidado u omitido de decir sobre él. Todo alrededor de él.
Su ambición por el poder le llevó a luchar denodadamente por concentrar todos los poderes  del Estado en él, logrando aupar a todas las funciones del Estado bajo su mandato. Tanto es así, que cuando había alguna función del Estado o existía un personaje que no comulgaba con su autoridad, solía decir “tenemos todavía un infiltrado”, lo cual significaba que había que hacer todo lo necesario para sacarle y poner uno obediente a él. La potestad que debían ofrecerle tenía que ser incondicional, por lo que se rodeó solo de gente sumisa que estaba lista para cumplir sus deseos, sin que nadie le contradiga pues él era el pueblo y sabía lo que éste necesitaba.
Para Correa era un absurdo el principio indígena de “mandar obedeciendo”, pues entendía el poder como un “mandar mandando”, en la que todos debían hacer lo que manda su investidura. Por ejemplo, anotemos uno de los últimos episodios y que fue una constante durante su gobierno: Ventanas, es una pequeña población costera a la que Correa asistió a inaugurar un hospital, pero fue recibido entre gritos por la falta de medicinas en el Hospital. La gente enardecida gritaba "queremos medicinas"; ante lo cual tomó un megáfono y desde un auto les dijo enfurecido que el Hospital "está viejito" y de que no se podía hacer todo nuevo, pero que el personal estaba completo, la farmacia equipada y el quirófano repotenciado. La gente comenzó a gritar "¡Mentira!", lo que enfureció más a Correa y amenazó con cerrar el hospital: "bueno compañeros, qué pena, es todo lo que les puedo ofrecer, si es tan malo lo cerramos, me avisan, me avisan para cerrarlo". A los pocos días en su enlace semanal, pidió a sus simpatizantes que reaccionen si existen reclamos al mandatario cuando realiza visitas en las distintas localidades del país. Haciendo otra furibunda advertencia: "a reaccionar, pueblo ecuatoriano, o tendré que dejar de hacer visitas en territorios. O controlan a estos majaderos o los controlo yo; y se va a armar la grande ahí, porque yo me haré respetar", sentenció, y obviamente sin dejar de culpar a la oposición de todos los reclamos que le podían hacer: "son infiltrados de la oposición".
Como vemos, la no entrega de la banda presidencial demuestra esa fusión con el poder, de cómo quiere seguir siendo poder, de que no puede vivir sin el poder. Se le notó claramente en sus últimos días, de cómo estaba sufriendo porque se le escapaba el poder, porque ya no podía seguir haciendo lo que le dictaba su ego, de que ya no podía seguir diciendo: “mientras yo sea presidente se hará lo que el pueblo decida”, es decir, él. Ese egocentrismo potencializado al máximo le llevó a minimizar a autoridades de altos organismos, embajadores, personalidades, artistas, etc., de quienes se refería como “embajadorcillos”, “representantillos”, etc. El único dueño de la verdad era él, porque él era el poder, y el poder estaba en su designio. De ahí, que Moreno ahora habla de diálogo y concertación.
El “nuevo” Ecuador, su partido político, los triunfos electorales de Alianza País, etc., se lo debían a él, si no fuera por él no habría el gran y poderoso partido, ni las autoridades elegidas hubieran ganado. Todos los logros le pertenecen a él, a nadie más. Sin él no habría nada y no habría cambiado el Ecuador, según su discurso maquiavélico.
De esta manera, Correa ha pasado a formar parte de la lista de aquellos presidentes autócratas y tiránicos que desterraron y/o resquebrajaron, directa e indirectamente, a muchos intelectuales, periodistas, académicos, políticos, etc., que fueron perseguidos por su poder, por haberse atrevido a cuestionar y desafiar su poder. Muchos han pasado a engrosar la lista de personajes -como Juan Montalvo- que tuvieron que huir del poder. Pero no solo se enfrentó a personas de ciertas condiciones intelectuales –por decir de alguna manera- sino que lo hizo directa y personalmente hasta con adolescentes, viejos, mujeres, discapacitados, indígenas, sacerdotes, y todos quienes no tenían ningún poder especial sino tan solo el de su dignidad y rebeldía.
El poder de confrontación se volvió en él un “reflejo condicionado”, como lo dijo su propio compañero y ahora presidente Lenin Moreno, de que una persona cuando ya no puede dejar un tipo de comportamiento es porque ya lo ha vuelto algo intrínseco o inmanente. Es decir, ya no es el mismo sino que ha pasado a ser la confrontación, por lo que éste se vuelve su signo y estilo de vida. Moreno lo conoce bien y sabe de lo que está hablando, siendo el único en su Partido -que dada su nueva condición- se pudo atrever a decir algo así. Seguramente no lo dice por afectarle sino para hacerle reflexionar y ayudarle de esa manera, pero Correa debe haberlo sentido como una traición y habrá hecho los “ajustes” necesarios, pues Moreno salió luego a decir que la confrontación fue necesaria en una época porque así lo demandaba las circunstancias del momento.
Le duele tanto dejar el poder, que en sus últimos días de gobierno se quejaba de que los mandos medios ya no le hacían caso porque sabían que ya se iba. En estas palabras refleja su ambición y codicia por el poder, y que se ejemplifica en su retractación a dejar la banda presidencial y en darse un año prorrogables de custodia por las fuerzas públicas para toda su familia en cualquier parte del mundo, obviamente con plata del pueblo ecuatoriano. Seguramente así sentirá de alguna manera cerca del poder y podrá mandar por un tiempo en la soledad del poder que le va acompañar.
Le vienen tiempos duros a un personaje de “reflejo condicionado”, que ya no tendrá todo un país a su servicio. Sabe muy bien que hay un inmenso pueblo que lo rechaza y hasta le aborrece. Muchos votaron contra Lasso y no a favor de Moreno, porque si hubiera habido otro contrincante seguro habría perdido. Su base segura es el 30% y de Moreno un 10%, pero el 60% está en su contra y por ello ganó con las justas en la segunda vuelta.
Su egocentrismo se reflejó en sus “obras emblemáticas”, pues así concebía el poder y lo que éste debía hacer. Sus obras elefantiásicas dan testimonio de sus concepciones y de sus prioridades. Tal como otros poderosos en la historia mundial, que magnificaron su poder construyendo grandes obras arquitectónicas. Una mentalidad así, ve la vida como grandes elefantes y hace obras en la dimensión de su ego. Un presidente sabio y humilde, no hubiera cerrado 18.000 escuelas comunitarias para construir 70 elefantes blancos sino que habría destinado esos recursos para potencializar a esas escuelas alter-nativas. No habría destinado 250 millones de dólares y 300.000 dólares mensuales para la mantención de un inmenso edificio para la burocracia -a más de estéticamente horripilante y mal construido- sino que los habría destinado a seguir inyectando recursos para cambiar la matriz productiva que habría empezado hace 10 años. No habría destinado 40 millones para construir un esperpéntico edificio de la UNASUR y un parque aledaño de 4 millones, sino que los habría utilizado para hacer una revolución agraria. Esto para dar unos últimos ejemplos de su gestión y de las dimensiones del ego.
Claro que algunas de las obras que ha realizado eran necesarias, pero primero es lo primero, o, acaso ahora la gente va a comer sus lindas carreteras, hidroeléctricas, aereopuertos, edificios. Carreteras del primer y segundo mundo, mientras los caminos aledaños siguen siendo del tercer y cuarto mundo. Otro presidente las habría hecho equitativamente, para que hayan caminos decentes para todos y no para unos cuantos privilegiados que pueden usarlas, y que más que todo les sirven para hacer sus grandes negocios.
Se jacta de su supuesto gran logro económico, pero sus vecinos de Perú y Colombia con gobiernos abiertamente liberales han disminuido más la pobreza que el gobierno de izquierda de Rafael Correa, y crecerán el triple en este año. Correa se ha quedado aplazado en comparación con sus vecinos, en casi todo han sido mejores o iguales. Siendo esta la prueba de que no hubo ninguna revolución sino una modernización del capitalismo, de que no se alteró al sistema de acumulación del capital sino que más bien se lo fortaleció. Tal como lo dijo el mismo en el enlace 431: “Nunca antes los empresarios han ganado tanto como en este gobierno”. La “década ganada” fue principalmente para ellos y para los “nuevos ricos” que se adjudicaron sus contratos y sobreprecios.
Cuántos recursos manejo este gobierno en estos 10 años? Según el gobierno 190 mil millones, según la oposición más de 500 mil millones, sea cual sea la cantidad, un dinero que jamás lo tuvo gobierno alguno. A dónde fueron a parar todos estos recursos. A muchos empresarios nacionales y transnacionales que hicieron las “obras emblemáticas”. Muchas de las cuales ahora son inservibles o inútiles o subutilizados como la refinería del Aromo o los aeropuertos. Y la otra parte a aumentar la dependencia de los pobres, a través del bono y de los servicios de salud y educación. Otro presidente, se habría dedicado a cambiar las relaciones de acumulación para que el pueblo tenga los recursos para darse su propia educación y salud, y no tenga que esperar la caridad del Estado ni de nadie. Hoy tiene más centros pero tiene que seguir humillándose al levantarse enfermo a la madrugada para coger el turno, pero, si así no tuviera que hacerlo la mayor humillación es seguir siendo dependiente. Esa es la mayor pobreza, que la Izquierda paternalista no acaba de entender que el cambio y el “poder popular” solo será posible cuando no dependa ni de lo privado ni lo estatal sino de sí mismo en forma comunitaria. Lo que ha hecho este gobierno egocéntrico es ampliar la dependencia para que hayan más esclavos que estén extendiendo la mano. Correa habrá disminuido la pobreza y extrema-pobreza, pero ha aumentado considerablemente la dependencia con un pueblo que no puede valerse por sí mismo sino que depende de las burocracias.
Todo esto obedece a su visión emblematista, que cree que se transforma algo haciendo grandes elefantes a los que acuden siervos pidiendo una dádiva. Que diferente hubiera sido que se motive y apoye la construcción de miles de centros comunitarios de producción en las que el pueblo organizado sea su propio dueño y pueda darse su propia educación y salud, eso sería realmente revolucionario. Con unos pocos hospitales del Estado para casos graves y costosos, pero la mayoría creado por el pueblo para que sea el autor y actor de sus transformaciones. Y así en todos los ámbitos productivos y sociales, para que realmente el “poder social” esté en el pueblo y no en la majestad de un solo individuo.
Que placer habrá sentido de decir: hágase esto, créese aquello, muévase acá, termínese eso; pero lo que jamás disfruto fue decir: entrego esto a las comunidades organizadas para que se hagan cargo de esto, entrego este poder a la sociedad civil para que tomen las decisiones que todos quieran. Por el contrario, piramidalizó todo en su ego, él estaba solitario en la punta de la pirámide y todo el país en los escaños inferiores. Pero ahora resulta que ya no está en la cúspide máxima y a pesar de que seguirá arriba, va a seguir intentando mandar o influenciar a través de distintos personajes, para que en última instancia se sigan haciendo sus caprichos. Siendo eso es lo que vamos a ver, si Moreno puede poner su impronta o si Correa seguirá en el poder a pesar de todo.


domingo, 7 de mayo de 2017

LO CONTRA-SISTEMA Y LO ANTI-SISTEMA


Tanto Derechas como Izquierdas aspiran a integrarse al primer mundo, al que consideran el modelo, referente y meta para todos los pueblos del mundo. Sin embargo, no todos han caído en esta tentación, incluso el mayor rechazo se da al interior del mismo primer mundo, por aquellos que están decepcionados y desencantados de tanta artificialidad y frivolidad. Y que por el contrario, han comenzado a posar sus ojos en los “pueblos primeros” del denominado tercer y cuarto mundo, en quienes ven una alter-nativa ante su mundo consumista y anoréxico.
Ahí están ecologistas, ambientalistas, espirituales del nuevo tiempo, terapeutas holísticos, artistas de la nueva era, bio-constructores, defensores de los animales, vegetarianos, veganos, gestores del hábitat, economistas de la restitución, comerciantes “equitables”, etc. Todos los cuales se inspiran en las “primeras naciones” para enarbolar nuevos principios y/o recuperar antiguos[1] acoplándolos a los nuevos tiempos y a las nuevas tecnologías.
Han comprendido que la situación del cambio climático es apremiante pues, ya no solo se trata de acabar con la pobreza -como plantea la Izquierda-, sino principalmente de una acción contra la concentración y la acumulación de la riqueza que en su gran mayoría depreda y contamina. Lo que implica cambiar las nociones de pobreza y de riqueza, para comprender que la más grande pobreza es la que destruye la naturaleza no-humana, es decir, la vida.
Esto significa comprender que el asunto central no está en la economía o la materialidad, sino en el tipo de relación que se tiene con la naturaleza no-humana. Ahí es donde se juega el futuro de la humanidad, entre una relación mercantil y cosificadora, y por otro, una relación vital, integral, armónica. Cuando cambie esta conciencia o filosofía de vida, cambiará la economía, la política, la salud, la administración, etc. Y no al revés, creyendo que el problema es económico y que al resolver aquello se resolverá todo lo demás. Esa fue la razón de la derrota y del fracaso del “socialismo real”, pero la Izquierda sigue sin comprenderlo, especialmente los “socialistas del siglo 21”.
O como dice Ramón Grosfoguel[2]: “… en los paradigmas de la economía política se asume que lo más importante es el tema del sistema interestatal global y la división internacional del trabajo, articulado ambos a la acumulación de capital a escala global y se asume que si se resuelve eso pues se resuelve lo demás. El problema es que ese es el paradigma que se usó en el socialismo del siglo XX y fracasó. Fracasó porque el problema es que no estamos hablando de un sistema económico, es decir, no vivimos en un sistema económico, vivimos en una civilización que tiene como uno de sus componentes un sistema económico, pero ese sistema económico está atravesado por una multiplicidad de jerarquías de poder que no se agotan en la economía. (..). El problema con el socialismo del siglo XX es que entendía que resolviendo lo económico se resolvía lo demás y el problema es que no solamente no resolvieron lo demás sino que no resolvieron lo económico, porque si tú te organizas o luchas contra el capital reproduciendo racismo, sexismo, eurocentrismo, cristianocentrismo, cartesianismo y todos los problemas de esta civilización, se termina corrompiendo la lucha contra el capital que fue lo que pasó con el socialismo del siglo XX que terminó siendo capitalismo de Estado e incluso la construcción de un imperio, en este caso del imperio soviético, que practica un imperialismo hacia su periferia y terminó corrompiéndose en un capitalismo de Estado que termino al final con los obreros levantándose contra el supuesto Estado obrero. (…) Yo rehúso seguir hablando de “capitalismo global”, “sistema-mundo capitalista” o “modo de producción capitalista”. Esto nos remite a la lógica economicista de que el problema sistémico es uno económico fundamentalmente.”
Para la Indianidad no se trata de primero de luchar por la “toma del poder” para desde ahí acabar con la pobreza, sino de ir replanteando la conciencia y relación con la naturaleza no-humana, y a la par ir reconstruyendo un nuevo/antiguo sistema desde las bases y en la vida cotidiana (ecoaldeas). Acciones para disputar políticamente los espacios de máxima dirección del Estado y de la sociedad a través de cuestionar al pensamiento oficial, pero principalmente de ir generando nuevas formas y estilos de vida para que actúen como referentes y ejemplos de que si es posible un nuevo mundo.
En ese ámbito, son fundamentales las formas ancestrales comunitarias o aldeanas, como las nuevas que van emergiendo en forma de cooperativas, asociaciones, colectivos. Nos referimos a aquellas organizaciones dentro de una matriz alternativa y holística (ecoaldeas), y no las que reproducen lo mismo a través del “capitalismo verde” (comunidades cristianas, kibutz, etc.).
De otra parte, las denominadas economías populares (antes llamadas informales) que son modelos no-capitalistas o que su interés máximo no es la rentabilidad ni la excelencia del capital, van poco a poco siendo sido formalizadas a pretexto de eficiencia empresarial. Esa la táctica de la Derecha, y la ingenuidad de la Izquierda que no se da cuenta que la cooptación o asimilación es la forma moderna de integración al sistema oficial, para así evitar que sean espacios de ejercicio de otro estilo de acción económica y por ende de pensamiento y de vida.
Cuando lo que hay que hacer es cambiar las lógicas que han sido hechas por el paradigma del capital empresarial y que niega la existencia de otras formas económicas, de organización, de acción social, y finalmente de modo de vida. En este camino se inscribe lo que ahora llaman los gobiernos “progresistas” como “economía popular y solidaria”, pero que a la final entran en la dinámica del capitalismo como pequeños emprendimientos, todo lo cual afianza el capitalismo antes que lo disminuye. En vez de fortalecer las formas de economía natural de las naciones primeras, lo que se hace es formalizarlas en la economía global. Se integran a la economía capitalista, con lo cual cambian su concepción y sentido de la vida, y de esa manera desaparecen sus formas propias. Éste el neocolonialismo, empujado ahora también por la Izquierda occidentalizada.
Entonces, no solo se trata de luchar por otro sistema que elimine las clases sociales y cambie la propiedad sobre los medios de producción, sino que ésta será posible si se elimina la visión utilitarista de la naturaleza y cosificadora de la vida. Saliendo de una relación instrumental y usufructuaria[3], por una relación de reciprocidad y de organicidad biótica será efectivo y real el cambio. Seguir en la misma actitud, a pretexto de pobreza o de disminución de la brecha entre ricos y pobres, solo logrará afianzar a la economía capitalista y a la civilización antropocéntrica o contra natura, que tendrán más mano de obra calificada y un mayor consumo.  
Esto implica actuar en varios frentes. Por un lado, en una acción “contra-sistema” o al interior de lo oficial a un nivel político-económico reivindicativo, y como “anti-sistema” o fuera del Estado a través de una reapropiación de territorios y de naturalización de formas aldeanas de vida. Para que ello sea posible, hay que ir recreando pequeños gobiernos, tanto en las ecoaldeas modernas como en las antiguas de las “naciones primeras”, para que se conviertan de alguna manera en pequeños Estados dentro del Gran Estado.
Por tanto, la disputa principal no está en los congresos, alcaldías y demás instituciones de la democracia occidental, aunque es necesario hacerla. Lo fundamental es fomentar e impulsar formas de organización asociativa, consolidando a las ya existentes e impulsando nuevas especialmente para la gente urbana. Reconstruyendo la vida común y corriente, lo demás viene por añadidura, es decir, de “abajo hacia arriba”. Éste el principio fundamental que debe guiar y que hay que aplicárselo a todo: cómo actuar de abajo hacia arriba. El mayor esfuerzo, dedicación, tiempo, recursos, debe estar destinado a este propósito de construcción del “poder social”, pues ahora se lo destina exclusivamente a lo reivindicativo o electoral que no ha dado mayores resultados.
Ahí es donde se deben ir gestando los embriones de la nueva humanidad, para de esta manera se cumplan los propósitos de recrear la “nueva sociedad”. Mientras esto no comprenda la Izquierda y parte del “movimiento indígena”, no pasará nada profundo como hasta ahora. Esto quiere decir, que lo primero que hay que hacer es resolverlo en la vida privada o personal de cada uno, para luego impulsarlo a nivel macro. En los discursos se habla de sostenibilidad pero se sigue viviendo como pequeño-burgueses. Así, lo único es que se seguirá soñando con una revolución etérea sin que se pueda hacerla efectiva en la vida diaria. Sin ser capaces de vivir el “nuevo mundo”, para que la palabra salga de la vivencia propia y no de las teorías del “hombre nuevo”. La revolución es aquí y ahora, en la vida diaria y concreta, lo demás es pura masturbación mental. La Izquierda no se cansa de masturbarse, sin que puedan vivir aquí y ahora el mundo que desean y promulgan. Pasan su vida luchando por la “patria nueva”, y se mueren gritando como machos alfa “socialismo o muerte”, sin que hayan llegado a conocer y vivir el “nuevo sistema” en su casa y con su familia.
Por ello, el fracaso de los socialistas del siglo 20 y 21 que llegaron al poder y no supieron cómo construir la “nueva sociedad”. Empezaron a improvisar y a experimentar, lo que les llevó a que sean absorbidos por la civilización y la economía capitalista, construyendo un capitalismo de Estado o modernizando el capitalismo, nada más. Quién no vive como predica, solo tiene la capacidad de criticar lo viejo y es incapaz de crear algo nuevo, por lo que a la final se hunde junto con lo caduco y obsoleto que dice que quiere cambiar.




[1] “Los pueblos andinos que desde hace tres décadas han invadido las universidades regionales del Ande en un gran esfuerzo de ‘reconquistar el espacio cultural’, perdido en el proceso de colonización, han demostrado mediante estudios e investigaciones como de PRATEC en Perú, que efectivamente existe una tecnología andina, una tecnología sui géneris, una tecnología basada en el discurso del pensamiento seminal, como dijera Rodolfo Kusch, una tecnología bi-dimensional empírico simbólica, una tecnología que apoyada en sus rituales de producción fue capaz de hacer producir el Ande más y mejor que la tecnología racional-científica, alógena. Este auto-descubrimiento de los investigadores indígenas andinos sólo fue posible por la crítica radical al método académico con que antropólogos clásicos desesperadamente trataban comprobar la exclusiva cientificidad de sus monografías. J. Van Kessel, Dos conferencias en Antropología Andina, IECTA – CIDSA, Iquique-Puno 1997.
[2] Entrevista Periódico Diagonal, 1-4-2013
[3] “Durante el tiempo de reforma a través de ciudadanización no se ha transformado el modo de relación con la naturaleza generado por la emergencia del capitalismo, que es parte de la cultura moderna. Esto consiste en concebir una separación entre sociedad y naturaleza y pensar el desarrollo como la generación de capacidades y conocimientos que permitan el dominio de la naturaleza, en particular orientada a un aumento de las ganancias. La principal alternativa global al capitalismo, que fue el socialismo, tampoco implicó una revisión del modo industrialista e instrumental de relación con la naturaleza. El socialismo fue también un modo de desarrollo moderno.” Luis Tapia, El tiempo histórico del desarrollo en el libro Alternativas al capitalismo colonialismo del siglo XXI

miércoles, 19 de abril de 2017

LA BURGUESIA DE IZQUIERDA


Por más de 100 años se enfrentaron conservadores y liberales, incluso llegando a extremos de matarse mutuamente, pero a medida que se fue consolidando el capitalismo las diferencias fueron disminuyendo hasta casi desaparecer, manteniéndose actualmente ciertas diferencias pero que no son estructurales. Hoy prácticamente conviven en colaboración mutua y se reparten el poder de acuerdo a las circunstancias, y se unen férreamente cuando está en peligro su posición dominante o privilegiada.
Los conservadores fueron absorbidos por los liberales, o el liberalismo logró ganar la disputa y procedió a introducir a los conservadores dentro de su paraguas, habiendo actualmente los liberales conservadores o neoliberales y los liberales propiamente dichos. Dicho de otra forma, la extrema derecha que propugna lo que algunos han denominado el “capitalismo salvaje” y la derecha o centro-derecha que promueve un “capitalismo verde”. Ambos representan a la burguesía, una burguesía conservadora y una burguesía liberal, una burguesía aristocrática y una burguesía emergente, que se disputan el poder pero que no dudan en aliarse cuando se trata de enfrentarse a sus detractores. De tanto en tanto se confrontan por obtener la mayor y mejor parte de la torta, pero cuando les quieren quitar son uno solo. Día a día van acortándose las diferencias y se van imbricando en una sola especie, las viejas generaciones son más conservadoras pero las nuevas ya son liberales plenas.
En el caso de los EEUU, hasta los años 70 habían distancias entre el partido demócrata que representaba a los sindicatos y el partido republicano a las élites económicas. Pero la burguesía liberal que no se sentía muy cómoda en el partido republicano vio como opción el partido demócrata, por lo que se fueron introduciendo paulatinamente hasta tomárselo plenamente desde el gobierno de Bill Clinton. Ahora ambos partidos pertenecen plenamente a la burguesía, a la burguesía liberal y a la conservadora, que se turnan en el poder y cuyo propósito es mantener el sistema. Las élites apoyan a los candidatos de ambos partidos, así cualquiera gane se aseguran de tener ventajas. Bernie Sanders es uno de los últimos remanentes del antiguo partido demócrata que estaba más cerca de la clase media y de los trabajadores, pero a la final ganó la derecha liberal a través de Hillary Clinton. El partido demócrata es cada vez más asimilado por la derecha y prácticamente ya no hay diferencia, tan solo la de presentar el juego del bipartidismo para hablar de democracia, para que haya cierta alternabilidad y se haga más interesante la lucha entre los grupos de poder.
En 1989 con la desaparición de la Unión Soviética, la izquierda sufrió un gran golpe que llevó a la reflexión y el análisis de lo sucedido. Se cuestionaron algunas concepciones y prácticas, lo que generó varias posiciones y tendencias. En un extremo, quienes se afirmaron en la ortodoxia marxista-leninista y que terminó culpando al imperialismo por su derrota y no a causas o errores propios. Y en el otro extremo, quienes cuestionaron una serie de tesis como de dogmáticas, sectarias, dictatoriales y burocráticas, pero se siguieron ubicando en la izquierda. En este abanico de la izquierda actual, el resultado es la aparición de múltiples izquierdas a las que podríamos enmarcar desde una izquierda incambiable hasta una izquierda en que a nombre de cambio ha borrado toda la visión de la antigua izquierda y tan solo mantiene el nombre.
Esta última izquierda ha procedido a hacer un vaciamiento aprovechando de la situación caótica y de reflujo para proceder a resignificarla. Ha hecho una resignificación bajo el nombre de “nueva izquierda” o “izquierda moderna”, de tal manera que no se asusten algunos sectores. Procediendo a incorporar o asimilar una serie de categorías del liberalismo y hasta del conservadurismo, para hacer una amalgama en la que lo central ya no es el marxismo o el materialismo dialéctico, sino que es un añadido más entre otros.
Si bien era cierto que había que desmitificar el marxismo-leninismo y de rencauzar la izquierda a otros planos y niveles, pero lo que ha hecho esta “nueva izquierda” es sacarla de su esencia revolucionaria y transgresora para convertirla en reformista, etapista, coyunturalista, populista. En otras palabras, una serie de concepciones burguesas han sido adoptadas por esta autodenominada izquierda, haciéndole perder su carácter rebelde y alternativo. Esto se refleja en sus actitudes pro-extractivistas, modernizadoras del estado burgués, desarrollo del capitalismo financiero, acomodo a los índices del capitalismo global, aceptación de las tesis globalizadoras, y todo cuanto permita entrar a la modernidad plena, en la idea de que son los pasos previos para llegar al socialismo.
Tanto es así, que muchos sectores de la burguesía han entrado a sus filas, votan por ellos, y quieren que se mantengan en el poder, pues saben que ya no representan un peligro para sus intereses, todo lo contrario, han demostrado ser más eficaces que los capitalistas salvajes o neoliberales, puesto que han hecho del estado un gran instrumento de traslación de recursos. Si antes las viejas izquierdas nacionalizaban y estatizaban empresas o creaban nuevas, la nueva izquierda se encarga de pasar los recursos a las viejas empresas capitalistas o a las nuevas empresas de su círculo. Hay una vieja burguesía nacional e internacional que han recibido los contratos de las grandes obras, y ha brotado una nueva burguesía que ha sido beneficiada con transacciones medianas y pequeñas. Esta burguesía boyante es la más interesada en que se mantengan los gobiernos “progresistas”, pues quieren seguir firmando más convenios con el Estado para seguir enriqueciéndose y luego estar en condiciones de disputarse con la gran burguesía o la oligarquía.
En las últimas elecciones en el Ecuador una serie de “nuevos ricos” se mostraron abiertamente en favor del candidato oficialista Lenin Moreno. Bajo el membrete de “empresarios con responsabilidad social”, se distanciaron de la vieja burguesía para presentarse como modernos y con sentido social. Mientras la vieja derecha quería eliminar o bajar impuestos, la nueva burguesía estaba de acuerdo con los impuestos y con el argumento de que esos recursos eran necesarios para sostener la educación y la salud. Es decir, sostener al Estado dinamizador de la economía y de la que ellos son los principales beneficiarios. El caso más patético es del joven empresario Pablo Campana, yerno de una de las mujeres más ricas del Ecuador y perteneciente a la familia Noboa el grupo más poderoso. Y lo mismo podemos decir de los “boliburgueses” en Venezuela, o de la “burguesía aymará” en Bolivia, y así en Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Nicaragua, El Salvador, en donde gobierna esta “izquierda progresista”.
Todos ellos están de acuerdo con el estadocentrismo para que siga haciendo más obras y ellos sean sus adjudicatarios. Son una burguesía que se califica de izquierda, de una izquierda que ya no es estatista sino estado-puente, que ya no es creadora de empresas estatales o centralizadora de la economía en el Estado, sino que hace del Estado un intermediador para pasar los recursos a los viejos y nuevos ricos, en base a lo que acumula por vía de impuestos el pueblo que como último consumidor es el que realmente paga todo y además por la explotación inmisericorde de la naturaleza (ecocido) y del neococolonialismo de los pueblos primeros (etnocidio).
No fueron capaces de motivar y empoderar al pueblo organizándolo en cooperativas, asociaciones, comunidades, etc., para que se hagan cargo de las obras y hoy sean los que le estén disputando el mercado y los depósitos a la burguesía. Por ejemplo, en el gobierno de Rafael Correa los grupos financieros en sus 10 años de gobierno aumentaron en 150% sus ganancias, mucho más a lo que ganaron en el período anterior al de él. Apenas son 7 los grupos financieros que controlan el sistema financiero, pero si hubiera consolidado a las juntas y cooperativas de ahorro se hubiera desconcentrado la acumulación del capital y estaríamos en otras condiciones. Eso habría sido una verdadera política de izquierda, que estaría creando las condiciones para salir del capitalismo y no para afirmarlo.
En definitiva, el pensamiento burgués ha penetrado en la izquierda, a tal punto ya no hay gran diferencia entre la vieja derecha y la nueva izquierda, así como ya no la hay entre conservadores y liberales. Las distancias son tan solo al interior de la misma matriz, por lo que la izquierda ya no es la alteridad sino simplemente el otro lado del sistema dominante. Una izquierda que no pretende terminar con el capitalismo sino hacerle más “humano” o “popular”, pero para que parezca de izquierda dicen que el “capitalismo social” es el paso obligado para construir el socialismo, algo que será obra de las futuras generaciones, amén.
Una izquierda que puede ser conservadora a nivel familiar, liberal a nivel económico, feminista a nivel de mayor participación de género, ecologista a nivel de una producción verde, indigenista a nivel de folclorizar a los pueblos originarios, etc. Todo un hibridismo en la que pueden entrar todas las corrientes, y cuyo propósito es inmovilizar a los propios movimientos sociales. Es un otro caso de “extractivismo epistémico”, en el que se toma una serie de principios y axiomas de la alteridad para digerirlos en un nuevo paradigma y con ello despolitizarlos, desmoralizarlos y aniquilarlos. De esta manera han logrado quebrar algunas organizaciones, cooptarlas, o dividirlas. Lo que no pudo hacer la vieja derecha, lo ha podido hacer la burguesía flotante y lo más risible a nombre de la izquierda, de la revolución y del socialismo.
A este paso la izquierda del socialismo del siglo 21 se ha convertido en otro brazo que apuntala el sistema, son como el partido demócrata en los EEUU, o como el PSOE en España, que juegan a alternarse en el poder pero que no hacen cambios estructurales. Jugar al bipartidismo de derecha e izquierda, para desarmar a la izquierda radical y presentársela como extremista o fundamentalista. Hábilmente la burguesía se ha tomado la izquierda y el socialismo, incorporándolas a sus estrategias de perpetuación y dominio. La burguesía liberal en primer lugar se digirió a los conservadores y ahora lo ha hecho con una buena parte de la izquierda, el siguiente paso será hacerlo con todas las izquierdas a través de cooptarlas o de anularlas.
Hoy la alteridad viene de fuera de la izquierda, desde los movimientos de resistencia, los movimientos alternativos, los movimientos de transición, los movimientos autonomistas, etc. Todos los cuales no se sienten representados por la izquierda y que por otro lado cuestionan la dicotomía derecha/izquierda, que ahora resulta obsoleta y reaccionaria. La oposición ahora es entre lo alternativo y lo oficial, entre lo alterativo y lo estatuido, entre el centro y la periferia, entre lo eurocéntrico y la alteridad, entre la globalización y la diversidad, entre el antropocentrismo y el vitalismo, entre la civilización y la transcivilización. Ahí es donde se juegan los dos sistemas-mundos, y la posibilidad de cambios profundos y totales, o la desaparición de la especie humana por efecto del cambio climático.


sábado, 8 de abril de 2017

FRAUDE A NOMBRE DE LA REVOLUCION


Recuerdo cuando estudiaba derecho en la Universidad Central del Ecuador y militaba en una de las facciones de la izquierda, como “a nombre de la revolución” se hacían fraudes en las elecciones estudiantiles o de profesores, se golpeaba a los falsos revolucionarios, se amenazaba a las autoridades con destituirles, se les sacaba a los profesores derechosos, se desviaban fondos “legalmente” hacia el Partido Revolucionario, se pedía a los profesores que les hagan aprobar a los compañeros que tenían malas notas ya que no tenían tiempo para estudiar porque estaban dedicados a hacer la revolución, etc.
Y a los que nos parecía extraña esa situación y no estábamos de acuerdo con estas prácticas, nos convencían con el argumento de que teníamos una falsa moral pequeño-burguesa, que por la revolución había que hacer lo que sea, que la burguesía también actuaba así y que no podíamos jugar honestamente, que lo importante era llegar al poder para hacer la revolución para el pueblo, etc. Si bien era cierto que la derecha era igual o peor, no se justificaba cuando desde la izquierda se decía que eran el "hombre nuevo".
Un día nos convocaron a una reunión de mi grupo con uno de los cuadros más altos del Partido, quien bajaba para enseñarnos algunas tácticas y estrategias revolucionarias. La reunión fue en mi casa y casi todo el día. Al medio día hicimos un alto para comer, con otro compañero preparamos una comida y cuando ya íbamos a repartir en los distintos platos, apareció en la cocina el alto dirigente revolucionario y dijo que él se encargaría de aquello. Repartió equitativamente para todos, pero se guardó para él la mejor y mayor tajada. Ante lo cual yo me quedé anonadado y estupefacto, no supe que decir y solamente pensé: si esto hace con una simple comida, que haría si estuviera en el gobierno o si tuviera más poder.
Resistí un tiempo más, pero a la final abandoné el Partido Revolucionario diciéndome: si esto es izquierda, soy anti izquierda. Y lo mismo de la abogacía, pues me di cuenta que no existía justicia que todo el sistema era corrupto. Mi experiencia universitaria me sirvió para darme cuenta lo que era la izquierda/derecha, la justicia, y todo el sistema capitalista. Terminé alejándome de la izquierda y como tampoco creía en la derecha, solo encontré en el movimiento indígena la esperanza, a los únicos que los veía coherentes y verdaderos. Si la izquierda me había decepcionado la derecha me había indignado, y como no podía acomodarme como muchos lo hicieron encontré un camino que no fuera ni lo uno ni lo otro, el que me ha dado sentido para ser afín y sin que tenga que venderme o aprovecharme a “nombre de la revolución” o a “nombre del pueblo” o a “nombre de los pobres”.
Ahora una parte de esa izquierda está en el poder y los otros en la oposición. A algunos de ellos que les conocí en la universidad o en las calles hoy están en el gobierno de Alianza País, y otros que nunca los vi ahora aparecen como revolucionarios, como por ejemplo el propio Rafael Correa, en todo caso durante estos diez años de “revolución ciudadana” he visto las mismas prácticas. Han pasado 30 años de mi experiencia de izquierda y sigue siendo la misma. Hoy en día frente a la disputa con la derecha por el gobierno nacional, les he escuchado a algunos de ellos decir que van a defender esta revolución como sea, y ahora entiendo que eso significa llegar hasta el fraude como lo hacían en la universidad.
En todos estos años “a nombre de la revolución” he escuchado de todo. He visto como muchos revolucionarios hoy están bien acomodados y no fueron “tontos” como algunos de nosotros que creíamos que jamás se justificaba el ser deshonestos y corruptos “a nombre de los pobres”. Me viene a la mente mi padre cuando me decía que todos los jóvenes como yo éramos unos ingenuos románticos aprovechados por unos cuantos “vivarachos”. Yo no le creía, pero afortunadamente desperté pronto y tomé el camino de los pueblos andinos. Aunque seguí creyendo en la revolución, mas bien dicho en el “pachakuti”, supe desde ahí que ésta no vendría desde la izquierda sino “de fuera”. A estas “alturas del partido”, hoy a muy pocos les puedo reconocer como revolucionarios, pues la mayoría de ellos no han sido “tontos” y se han servido muy bien de la “revolución”. Lamentablemente algunos en el movimiento indígena también ya han aprendido algunas prácticas de la izquierda y de la derecha. En todo caso, he apoyado su decisión de votar por Lasso, no porque se hayan derechizado sino porque es una manera de desmontar la falsa revolución.
He tenido la oportunidad de conversar con algunos venezolanos de los miles que deambulan por nuestras calles y todos coinciden en responsabilizar de la crisis al chavismo, a la izquierda bolivariana de su actual situación. Pero también he conversado con colombianos, peruanos y argentinos, que también responsabilizan a la derecha que gobierna sus países. Ni derechas ni izquierdas han demostrado ser una vía de solución, y la única esperanza que queda en el Ecuador y todo el mundo es la alteridad, la revolución con los de abajo y por afuera del sistema (comunidades indígenas autónomas, ecoaldeas).
La izquierda en su dogma de construir primero el “capitalismo de estado” para luego pasar al socialismo, lo que han hecho es quebrar a sus países. Los socialistas se metieron a jugar como capitalistas y terminaron empobreciendo más a sus pueblos. Lo hicieron en la exURSS, Europa del Este. Y ahora con Cuba, Venezuela, Nicaragua, Ecuador. Han creído que desde el Estado burgués se puede construir el “capitalismo popular”, cuando ello es un oxímoron o algo imposible de que suceda. Las izquierdas volviéndose derechas desde el “estado popular o revolucionario”, lo único que lograron es instaurar dictaduras más fascistas que algunas democracias burguesas.
La corrupción no está solo en la izquierda y la derecha o en la política, está en todo lado. Y eso se debe a que el sistema está diseñado así, que el sistema en sí mismo es el corrupto, que el capitalismo genera ese modo de vida. Algunos quizás no explotarán o robarán, pero se han acomodado al sistema y eso también es otra forma de corrupción o de hacerse de la “vista gorda”. El cambio no viene desde el gobierno se lo construye en la cotidianeidad y empieza en casa. La gran revolución es al interior de cada uno, caso contrario llegan a cualquier tipo de institución o de actividad y aflora lo que verdaderamente son.
Lamentablemente ese es el tipo de revolucionarios o mejor dicho de retro-revolucionarios que hay. Hasta ahora son estos revolucionarios los que han llegado al poder en diferentes partes del mundo y reproducen las mismas prácticas que aprendieron en el Partido Revolucionario. Y a aquellos que les critican o les cuestionan, son capaces de perseguirlos y hasta de llegar a matar a sus propios compañeros a “nombre de la revolución”. La historia mundial de la izquierda nos cuenta de miles de muertos por parte de los “verdaderos revolucionarios”.
Y así en muchas facetas, “a nombre de dios” se mata etnias, se roba en las iglesias a través de los diezmos, se adoctrina hasta que se suiciden envueltos con bombas. “A nombre del progreso y del desarrollo” se destruye la naturaleza, se contamina los ríos, se acaban con los pueblos indígenas. “A nombre de la pobreza” se generan fundaciones, se hacen programas, se venden productos que enriquecen a unos pocos. “A nombre de la generación de riqueza” se explota, se entrega coimas o sobornos, se compra jueces. “A nombre de la paz” se mata a otros pueblos, se somete otras culturas, se provocan guerras para vender armas hasta encontrar la paz. Etc. Etc.
Cuántos pueden decir que se han ganado honestamente la vida y/o han cambiado el sistema en su vida personal y familiar?



domingo, 19 de marzo de 2017

EL “IZQUIERDISTA” LASSO y EL “DERECHISTA” MORENO


EL DRAMA EXISTENCIAL DE LAS IZQUIERDAS

Los movimientos sociales por 100 años han luchado en el Ecuador por tener sus propias organizaciones e ir conquistando algunos espacios a la “derecha”. Organizaciones que tienen un recorrido que refleja la lucha social de los pueblos, que con aciertos y equivocaciones son parte de la historia popular.
Así se desenvolvían e iban creciendo día a día, alcanzando paulatinamente mayor presencia e incidencia en la vida política, hasta que el “izquierdista” de Rafael Correa les comenzó a perseguir, criminalizar y extinguir. El correismo lo tomó como algo prioritario el ataque a los movimientos populares, dedicando sus 10 años en el poder a acabar con la izquierda histórica. No así con la derecha, que siguió rebosante y que más bien veía de lejos y se complacía de que le den haciendo el trabajo que ellos no lo habían podido hacer en toda la vida política. De ahí, que hoy están más fuertes y listos para recuperar el timón.
La “izquierda tradicional” que le puso en el poder a Rafael Correa, al poco tiempo recibió el desprecio y el rechazo del “verdadero revolucionario”; como ya en una anterior ocasión lo hiciera el “izquierdista” de Lucio Gutiérrez. Por dos ocasiones las izquierdas han sido traicionadas por dos presidentes que se decían sus compañeros de lucha y a quienes ayudaron a poner en el sitial mayor de la política. Traicionados por quienes se decían de izquierda, y no por la derecha que siempre se les presentó distante y recelosa.
Movimientos populares que lucharon tantos años por abrir los caminos, que creyeron haber llegado al poder con la “revolución ciudadana” y que pensaron que era su oportunidad de erigirse como los conductores de grandes transformaciones sociales, pasaron de la noche a la mañana al último lugar y a ser los más maltratados y atacados por el gobierno “revolucionario”. Irónicamente, ni Gutiérrez ni la derecha les había hecho tanto daño como el “izquierdista” de Rafael Correa. Todos los gobiernos les habían atacado, pero ni siquiera el gobierno más duro del derechista de Febres Cordero llegó al nivel del “izquierdista” de Correa, pues si bien también les reprimió fuerte no llegó al extremo de acabar legalmente con algunas de sus organizaciones y con una serie de derechos conquistados con mucho esfuerzo. Eso quedará para la historia política del Ecuador.
A pesar de esta realidad, hay quienes les piden que voten por el correismo bajo el falaz argumento de que son de “izquierda”. Los movimientos sociales han recibido en carne propia el castigo y les critican de que no ponen la otra mejilla para seguir recibiendo más ataques. Son gente que se dicen de izquierda, pero son una izquierda cómoda y pasiva que mira de lejos y que no sabe lo que es recibir los golpes del “revolucionario”.
Empero, el “derechista” Lasso ha señalado de que les va a devolver la personería jurídica, el fondo de cesantía, indultar a todos sus presos políticos, retornar el 40% de las aportaciones al seguro social, eliminar el decreto 16 que limitan su organización, recuperar para la sociedad civil -en particular a las comunidades indígenas- las consultas previas vinculantes para la explotación petrolera o minera, respetar sus bienes y patrimonios, permitir que las ONGs sigan funcionando sin limitaciones para operar, aceptar la entrada al país de Manuela Picq esposa del presiente de la Ecuarunari, no subir el precio de gas y mantener la gratuidad de la educación y de la salud, etc.
Es decir, nos encontramos ahora, en que paradójicamente el candidato de la “derecha” le promete a la “izquierda histórica” devolverle su espacio para que puedan seguir funcionando a como lo venían haciendo hasta antes de que el gobierno de “revolucionario” les cortará sus alas. No sabemos si lo cumplirá o no, como tampoco sabemos si el gobierno de “izquierda” de Moreno cumplirá sus promesas, pues si en 10 años y con una gran bonanza económica no lo hicieron, por qué se pude creer que lo van a cumplir ahora y encima con un país en crisis.
Sin embargo, lo más probable y lógico es que Lasso lo cumpla, pues no querrá tener a una asamblea de mayoría correista encima, sino que necesitará que le ayuden a hacer contrapeso para intentar equilibrar la balanza. No querrá a millones de correistas y de izquierdas en su contra, sino que buscará o se verá obligado a hacer un gobierno moderado dadas las circunstancias políticas y por la situación económica crítica que deja en herencia el correismo. Ante ello, los correistas asustan con lo sucedido con Macri (Argentina), pero por qué no lo hacen con Kuzynsky (Perú) o Santos (Colombia).
En todo caso, el objetivo de este texto no es reflexionar si Guillermo Lasso va a conseguir crear 1 millón de empleos en 4 años, o si Lenin Moreno va a crear 250.000 empleos por cada año en sus 4 años de mandato. No estamos para ver quien ofrece más y quien cumplirá menos, sino para reflexionar sobre la práctica política y sus definiciones, para ver si hay congruencia entre la retórica y la acción. Si las palabras: “izquierda”, “revolución”, “cambio”, “socialismo”, siguen siendo lo que históricamente han representado o si han sido folclorizadas, vaciadas, domesticadas, prostituidas. Si la “izquierda” como teoría social se ancla en su esencia, o si hoy a pretexto de “izquierda nueva” o “izquierda moderna” se ha renunciado al cambio estructural para simplemente reformar el capitalismo. Si del socialismo esquemático y burocrático del siglo 20, hemos pasado al socialismo modernizante del capitalismo e impulsor del estado desarrollista del siglo 21. Si los socialistas del siglo 20 que planteaban la expropiación de los medios de producción y otras medidas estructurales para acabar con el capitalismo, ahora los socialistas del siglo 21 proponen desarrollar el capitalismo nacional y realizar una serie de reformas para avanzar de reforma en reforma a la construcción del socialismo. Si el socialismo del siglo 20 fracasó por múltiples errores, el socialismo del siglo 21 ha vuelto a fracasar repitiendo algunos errores y añadiendo otros, lo que significa que no han aprendido en 100 años y que se siguen dando con la misma piedra.
Cuando éste debería ser el debate y el análisis por la izquierda, los intelectuales y la academia; nos encontramos en que se encuentran enfrascados en definir si es mejor el neo-desarrollismo y el neo-institucionalismo de derecha o el propuesto por la “izquierda nueva”. Y no saben, si el correismo es realmente de izquierda o de derecha, o nos encontramos ante dos tipos de derechas. Han caído en la trampa de la posmodernidad, en la que ya no se discute la esencia política de derecha e izquierda o de capitalismo y socialismo, sino cuál de las dos es más privatista o estatista, más liberal o conservadora, más machista o sumisa, más mercantil o pública. Es decir, solo viendo las externalidades o las envolturas para no ver el verdadero condumio que les sustenta.
En términos marxistas, lo que estamos viviendo es la disputa entre la burguesía y la pequeño-burguesía, a la cual ellos lo han traducido entre derecha e izquierda, y en la que muchos han caído en esta trampa. Un conflicto entre las distintas burguesías y ante ello los intelectuales de izquierda están en el drama de si votar nulo o por la pequeño-burguesía. Ese es el nivel de una gran parte de la intelectualidad, en que están preocupados por ver cuál es el burgués “menos malo”.
Reto a los izquierdistas, a los intelectuales, a los académicos que me digan UNA SOLA práctica de izquierda del correismo. Una experiencia de izquierda que no haga la socialdemocracia o la derecha moderada en el mundo y que la haya hecho el “revolucionario” de Correa. O, acaso ya no hay gran diferencia entre la izquierda y la derecha, o simplemente ambos hacen lo mismo pero se diferencian en lo que dicen que harán con los recursos económicos, como por ejemplo con el extractivismo. ¿A eso hemos llegado? A diferencias formales entre izquierda y derecha, en que ya no hay la demarcación clara y profunda como había en el siglo 20 entre socialismo y capitalismo.
La izquierda, la derecha, el banco mundial, el FMI, la ONU, etc. promueven la reducción de la pobreza, la disminución de la brecha entre ricos y pobres. Acaso, todos se volvieron de izquierda, o es que a la derecha y a demás organismos les interesa que haya más mano de obra calificada y mayores consumidores. Luchar por la disminución de la pobreza y no eliminar las causas que la originan, es ser cómplice y encubridor de mantener el status quo, antes que un revolucionario que busca transformarlo todo. Buscar tan solo pasar de la extrema-pobreza a la pobreza, o de la pobreza a la clase-media, es tan solo afianzar el capitalismo para que éste se vuelva más dinámico y haya más ganancias para los grupos monopólicos. ¿En esto ha terminado la izquierda?
La “nueva izquierda” se pelea con la derecha por quien da un poco más el “bono de la miseria”. La distribución y la redistribución no es la capacidad del pueblo para generarse su propia subsistencia, sino la de recibir la caridad del papá-Estado. Es acentuar y aumentar la gratuidad de la salud y de la educación, y no la búsqueda de su disminución para que la población pueda proveerse en forma autosuficiente y autogestionaria su medicina y su enseñanza. Es decir, amplificar el estado paternalista que otorga más servicios y con ello volverles mendigos toda su vida, para que así jamás lleguen a construir sus propias producciones cooperativas y comunitarias con las cuales puedan resolver su vida.
La izquierda solo ve lo estatal y lo privado, lo público y lo particular; pero lo común, lo comunal, lo cooperativo, lo asociativo, en síntesis, lo aldeista o aldeano, son tan solo relleno. Cuando lo fundamental, es el poder de lo colectivo o grupal sobre lo individual: privado o estatal. El “poder político” no está en el estadocentrismo sino en las formas de vida social y productiva de tipo comunal o mutual. El “poder popular” no está en el partido revolucionario o en el buró de iluminados, sino en la organización económica colectiva que le hace competencia a la economía privada. No es la diferencia entre la esfera privada y la esfera pública, sino entre la propiedad privada y la propiedad comunal. El Estado solo debe ser instrumento para organizar y apoyar al pueblo en la generación de sus propias formas de trabajo y de dirección autónoma.
La “nueva izquierda” hoy solo se preocupa porque el pueblo mejore sus condiciones dentro del capitalismo, y sueñan en que ojalá las generaciones futuras puedan algún día construir el socialismo. Han renunciado a construir otro sistema y lo delegan a un futuro lejano donde estarán las supuestas condiciones para cambiarlo. En eso hemos terminado, de una “izquierda extremista” del siglo 20 a una “izquierda light” del siglo 21. De una izquierda desesperada en la lucha violenta por el socialismo, a una izquierda que hace “living” y “lobby” al capitalismo.
Vivimos los extremos, de quienes dicen que no es posible cambiar o de que hay que avanzar pasito a pasito; y en el otro lado, el de aquellos que siguen todavía creyendo que solo la lucha armada es la única vía. Lo que significa que no se ha aprendido, que de nada ha servido todo lo experienciado y los millones de muertos y sueños perdidos. ¿Será que por ello la izquierda está donde está, o se merece estar ahí?
Seguimos en el eterno debate entre la “toma del poder” y la construcción del “poder social”. Las izquierdas solo apuntan a la “toma del poder” por la vía electoral o la armada, sin embargo, cuando han llegado a sitios de poder local o nacional, a la final no ha pasado nada profundo o estructural. Cuál de ellos, han llegado al poder con una población altamente organizada y consciente. Todos han llegado al poder por alguna figura carismática y cuando han estado ahí se han dedicado básicamente a hacer obritas y no a organizar política y productivamente a la población para ganar espacios dentro del mercado, de la producción, de la propiedad.
Han llegado al Estado y se han creído nuevos monarcas de izquierda, centralizando todo en el gobierno con el argumento de que “ya no son ellos sino que son todo un pueblo”. Eso ha pasado desde Lenin hasta la dinastía Kim (Korea), Castro (Cuba), y a ellos se quiere sumar Evo Morales, como también lo quería Chávez pero la muerte le cortó su sueño, como a Correa su incompetencia. ¿Quienes prefieren Cuba o Venezuela, a Colombia o Perú? ¿Dónde hay más posibilidades de acción para la izquierda?
Han reducido el “poder social” al Estado, centrado en su majestad el “rey revolucionario”. Le han vuelto al Estado y al gobierno en hiperpresidencialista y dicen que eso es ser de “izquierda”. El Estado cada día más obeso y convencen con la propaganda de que eso ser “revolucionario”. El Dios-Estado y su representante en el gobierno, el encargado de guiar y de hacer la revolución para el pueblo. El cual solo debe estar callado y extendiendo la mano para recibir las prebendas o misericordias del emperador de “izquierda”. Nuevas monarquías o burocracias que consideran un sacrilegio entregar el poder a las organizaciones populares o al pueblo organizado productiva y territorialmente, para que sea el autor y actor de sus propias transformaciones, pues, para ello está el estado-todopoderoso en manos de una sola persona y en donde se asienta el “poder popular”.
El “poder social” implica terminar con el estado verticalista, donde unos dirigen y otros ejecutan, en la que unos son los pensadores y otros los trabajadores, para recrear un estado horizontal donde el poder está en las bases y no en la cima. Ello implica crear una democracia directa con un Estado que funciona o está estructurado de abajo hacia arriba, a través de concejos en diferentes niveles, algo parecido a los actuales municipios donde hay un alcalde y los concejales.
El territorio nacional estructurado y organizado desde los cimientos hacia la cúspide, esto es, desde los barrios en las ciudades y las aldeas en el campo, las que se autodirigen o se autogobiernan. Quienes a su vez eligen a su representante para conforman el concejo intermedio conformado por la unión de varios barrios o de comunidades que conforman una parroquia. Los que a su vez eligen a su miembro al concejo cantonal, y éstos al provincial, hasta llegar al nivel regional y nacional.  A cada nivel inmediato superior llegan los que han demostrado su capacidad y honestidad en los anteriores, es decir, son cooptados de un nivel a otro en mérito a su nivel de responsabilidad, y no en base a su talento para hacer el mejor show político o al dinero para contratar al mejor profesional en marketing político.
¿Algo de esto ha hecho el correismo o al menos ha puesto las bases de otro modelo para sustituir el capitalismo, para con ello reconocerle que es alguien de izquierda, o simplemente se ha montado sobre el mismo estado neocolonial y burgués procediendo a modernizarlo y a hacerlo más glotón? ¿Eso es recuperar el Estado? Un Estado con más lindos sillones y cuadros, que dan un mejor servicio pero que mantiene el mismo sistema de dominación. Que le ofrece más camas en los hospitales, pero que no ha promovido un cambio en la forma de vida para enfermarse menos. Que le entrega pupitres de última tecnología a una élite de privilegiados o meritocráticos, pero que su educación sigue siendo memorística, repetitiva, y ante todo desarrollista y productivista. Etc., etc. Es decir, el “revolucionario moderno” se ha vuelto un alcalde nacional que se preocupa de hacer elefantes blancos, y no de cambiar las estructuras sociales que perennizan la exclusión. ¿Eso es ser de izquierda? Si ahora eso es, entonces nosotros somos anti-izquierda.
Evidentemente, somos conscientes que es la derecha-moderna o pequeño-burguesa con una máscara de izquierda, es el lobo con traje de oveja. Muy pocos se han dado cuenta de aquello, pues la gran mayoría se han dejado atrapar por el estado de propaganda de la “izquierda moderna”, y ahora se encuentran conflictuados existencialmente en si votar nulo o votar por la “izquierda” de Moreno que, aunque se han equivocado son de “izquierda”. El ideologismo dogmático en su mayor expresión.
Pero, quién puede ser más peligroso: un derechista que se presenta tal cual es, o uno que se presenta como de “izquierda” cuando su práctica ha sido la de acabar con la izquierda y de reforzar el capitalismo. Un derechista que promete seguir con el capitalismo o un “izquierdista” que quiere subir el bono de la miseria y no poner los cimientos del socialismo y peor del sumak kawsay (buen vivir). Un derechista que resulta ser más democrático que un “izquierdista” autoritario y bipolar. Un derechista que quiere que la izquierda exista dentro de la pluralidad política, o un “izquierdista” que solo les ofrece dialogar más.
Todo esto no significa aplaudir o avalar a las izquierdas opositoras al correismo, pues ellos también son parte de la teoría de la “toma del poder”. El mérito de ellos es haberse dado cuenta quien era verdaderamente Correa, procediendo a desenmascararlo. Pero siguen siendo incapaces de presentar una alternativa, en el fondo son un poco menos estadocentristas e hiperpresidencialistas, y con ello es insuficiente un cambio profundo.  
Entonces, en la política como en cualquier cosa en la vida, lo que importa es su práctica política, no las bellas palabras o las lindas intenciones. Es evidente que la derecha y el eurocentrismo va avanzando y ganado terreno, sus ontologías y epistemologías se van abriendo por todo lado. El asimilacionismo y el integrismo como práctica nueva, que permite incorporar a lo diferente o al adversario a la oficialidad, que ha entendido que así es más fácil ganar adeptos que atacándolos o dominándolos directamente. Han aprendido de los curas y de la religión la práctica sutil de la conversión, para que luego los convertidos se encarguen de buscar nuevos incautos. El conversor de hogaño ya no actúa como el conquistador de antaño, sino simplemente recrea los imaginarios y los presenta como suyos.
Los curas no eliminaron a los templos y dioses indígenas, simplemente superpusieron sus iglesias y les dieron otros nombres a sus dioses, y así los fueron cambiando o convirtiendo. El sincretismo religioso o el mestizaje cultural o el hibridismo político, son las nuevas armas para perpetuarse. La “nueva izquierda” o la “izquierda moderna”, es parte de ello, es la mixtura con ropaje “revolucionario” y cuyo propósito es la inmovilización y el desencanto. En eso se ha convertido la izquierda para el pueblo, en frustración y negación, en esperanza que utiliza lo popular pero que luego termina en populismo.
Esa es la historia de la izquierda mundial, y si la alteridad y la indianidad no son capaces de caminar por sus propios pies terminarán a la cola de la “izquierda moderna”, y con ellos arrasadas o prolongadas la posibilidad de una revolución real y profunda. Ahora, la tarea es debatir qué es ser de izquierda y cuáles son los otros caminos para construir “el poder social” que haga posible el “poder popular” y sea obvio el “poder político”. Es decir, el camino contrario a lo que han hecho las izquierdas hasta el día de hoy.