sábado, 28 de abril de 2012

El Buen Vivir desde la periferia social de la periferia mundial



Alberto Acosta[1]


“Existe mi verdad, existe tu verdad y existe la verdad”
Tierno Bokar, filósofo africano


En una encrucijada del camino

América Latina, a partir de una renovada crítica al desarrollo convencional, se encuentra en un interesante proceso de reencuentro con sus orígenes. Por un lado, se mantiene y recupera una tradición histórica de críticas y cuestionamientos que fueron elaborados y presentados desde esta región hace mucho tiempo atrás, pero que quedaron rezagados y amenazados de olvido. Por otro lado, afloran otras concepciones, sobre todo originarias propias de los pueblos y nacionalidades ancestrales del Abya Yala, así como también provenientes de otras regiones de la Tierra. En síntesis, estamos en una encrucijada del camino que ha permitido una renovación de la crítica y que también abre la puerta para construir alternativas al desarrollo.

En este punto reconozcamos que, mientras buena parte de las posturas sobre el desarrollo convencional e incluso muchas de las corrientes críticas se desenvuelven dentro de los saberes occidentales propios de la Modernidad, las propuestas latinoamericanas más recientes escapan a esos límites. Este libro de Ata­wall­pa M. Ovie­do Freire confirma esta aseveración.

En efecto, estas propuestas recuperan posturas clave ancladas en los conocimientos y saberes propios de los pueblos y nacionalidades ancestrales. Sus expresiones más conocidas nos remiten a las constituciones de Ecuador y Bolivia[2]; en el primer caso es el Buen Vivir o sumak kawsay (en kichwa), y en el segundo, en particular el Vivir Bien o suma qamaña (en aymara) y también sumak kawsay (en quechua). Existen nociones similares (mas no idénticamente iguales) en otros pueblos indígenas, como los Mapuche (Chile), los Guaranís de Bolivia y Paraguay, los Kunas (Panamá), los Achuar (Amazonía ecuatoriana), pero también en la tradición Maya (Guatemala), en Chiapas (México), entre otros.[3]

A más de estas visiones del Abya-Yala hay otras muchas aproximaciones a pensamientos filosóficos de alguna manera emparentados con la búsqueda del Buen Vivir desde visiones filosóficas incluyentes. El sumak kawsay, en tanto cultura de la vida, con diversos nombres y variedades, ha sido conocido y practicado en diferentes períodos en las diferentes regiones de la Madre Tierra. Aquí cabría destacar los aportes del Mahatma Gandhi o Vandana Shiva, por ejemplo. Aunque se le puede considerar como uno de los pilares de la cuestionada civilización occidental, en este esfuerzo colectivo por reconstruir/construir un rompecabezas de elementos sustentadores de nuevas formas de organizar la vida, se pueden recuperar elementos de  la “vida buena” de Aristóteles.

El Buen Vivir, entonces, no es una originalidad ni una novelería de los procesos políticos de inicios del siglo XXI en los países andinos. Los pueblos y nacionalidades ancestrales del Abya-Yala no son los únicos portadores de estas propuestas. El Buen Vivir forma parte de una larga búsqueda de alternativas de vida fraguadas en el calor de las luchas de la Humanidad por la emancipación y la vida.

            Una propuesta desde la periferia del mundo

            El Buen Vivir, en tanto sumatoria de prácticas vivenciales, muchas de ellas de resistencia a la realmente larga noche colonial y sus secuelas todavía vigentes, es aún un modo de vida en muchas comunidades indígenas, que no han sido totalmente absorbidas por la modernidad capitalista o que han resuelto mantenerse al margen de ella. Sus saberes comunitarios, esto es lo que cuenta, constituyen la base para imaginar y pensar un mundo diferente en tanto camino para cambiar éste.

De todas maneras, siempre será un problema comprobar lo que es y lo que representa un saber ancestral cuando probablemente lo que se presenta como tal no es realmente ancestral, ni hay modo de corroborarlo. Las culturas son tan heterogéneas en su interior que puede resultar injusto hablar de “nuestra” cultura como prueba de que lo que uno dice es correcto. Además, la historia de la humanidad es la historia de los intercambios culturales y, como bien vio José María Arguedas, eso también se aplica a las comunidades originarias americanas. Es imperioso, de todos modos, recuperar las prácticas y vivencias de las comunidades indígenas, asumiéndolas tal como son, sin llegar a idealizarlas.

Tampoco podemos negar la historia. Los incas construyeron un imperio con todo lo que éste representa (se incluyen los mitimaes y la imposición de una lengua con éxito en algunos casos y de una "cosmovisión" legitimadora del poder, por ejemplo). La conquista fue posible gracias al apoyo de una parte de los indígenas contra los gobernantes de aquel momento (el caso de Cortés y Tenochtitlan es paradigmático). La colonia se consolidó, como toda colonia, gracias al apoyo de una parte de los indígenas que fueron cooptados -también a través de privilegios y títulos nobiliarios- por los conquistadores. Y la Independencia encontró a indígenas en ambos bandos o en ninguno...

Lo que interesa en este punto es que el Buen Vivir, para ponerlo en palabras del sociólogo José María Tortosa, “nace en la periferia social de la periferia mundial y no contiene los elementos engañosos del desarrollo convencional. Ya no será cuestión del ‘derecho al desarrollo’ o del principio desarrollista como guía de la actuación del Estado. Ahora se trata del Buen Vivir de las personas concretas en situaciones concretas analizadas concretamente, y la idea proviene del vocabulario de pueblos otrora totalmente marginados, excluidos de la respetabilidad y cuya lengua era considerada inferior, inculta, incapaz del pensamiento abstracto, primitiva.”

Lo destacable y profundo de estas propuestas alternativas, de todas formas, es que surgen desde grupos tradicionalmente marginados. Son propuestas que invitan a romper de raíz con varios conceptos asumidos como indiscutibles.

            Una alternativa al desarrollo

            El Buen Vivir plantea una cosmovisión diferente a la occidental al surgir de raíces comunitarias no capitalistas. Rompe por igual con las lógicas antropocéntricas del capitalismo en tanto civilización dominante y también de los diversos socialismos realmente existentes hasta ahora.

Recordemos que las dicotomías básicas de la civilización occidental se profundizaron de una manera global después de la Segunda Guerra Mundial, cuando arrancaba la Guerra Fría, con el aparecimiento de la amenaza y del terror nuclear. La propuesta del desarrollo, surgida desde la lógica del progreso civilizatorio de occidente estableció una compleja serie de dicotomías de dominación: desarrollado-subdesarrollado, avanzado-atrasado, superior-inferior, centro-periferia… Así cobró nueva fuerza la ancestral dicotomía salvaje-civilizado, que se introdujo de manera violenta hace más de cinco siglos en nuestra Abya-Yala con la conquista europea. “El desarrollo -cómo desde hace dos mil años la civilización-, tiene como aspiración el seguir catequizando, endoctrinando, globalizando, uniformando… el mundo entero.” (Oviedo)

En ese contexto de proyecciones globales se plasma la estructura dominante de la actual civilización. Como lo precisa Aníbal Quijano, “el actual patrón de poder mundial consiste en la articulación entre: 1) la colonialidad del poder, esto es la idea de ‘raza’ como fundamento del patrón universal de clasificación social básica y de dominación social; 2) el capitalismo, como patrón universal de explotación social; 3) el Estado como forma central universal de control de la autoridad colectiva y el moderno Estado-Nación como su variante hegemónica y 4) el eurocentrismo como forma central de subjetividad/intersubjetividad, en particular en el modo de producir conocimiento”.

La institucionalización global de la dicotomía superior-inferior implicó la emergencia de la mencionada colonialidad del poder, así como la colonialidad del saber y la colonialidad del ser. Dicha colonialidad, vigente hasta nuestros días, no es solo un recuerdo del pasado. Explica la actual organización del mundo en su conjunto, en tanto punto fundamental en la agenda de la Modernidad dominante.

En concreto, a lo largo y ancho del planeta, las sociedades fueron y continúan siendo reordenadas para adaptarse al “desarrollo”. El desarrollo se transformó en el destino común de la humanidad, una obligación innegociable. Para conseguirlo, por ejemplo, se acepta la destrucción social y ecológica que provoca la megaminería, a pesar de que ésta, además, ahonda la modalidad extractivista de producción heredada desde la colonia.

Cuando los problemas comenzaron a minar nuestra fe en el desarrollo, empezamos a buscar alternativas de desarrollo, le pusimos apellidos para diferenciarlo de lo que nos incomodaba, pero seguimos por la misma senda: desarrollo económico, desarrollo social, desarrollo local, desarrollo rural, desarrollo sostenible o sustentable, ecodesarrollo, desarrollo a escala humana, desarrollo local, desarrollo endógeno, desarrollo con equidad de género, codesarrollo… desarrollo al fin y al cabo.

El Buen Vivir es algo diferente. No se trata de aplicar un conjunto de políticas, instrumentos e indicadores para salir del “subdesarrollo” y llegar a aquella deseada condición del “desarrollo”.[4] Una tarea por lo demás inútil. Veamos si no lo acontecido a lo largo de estas últimas décadas, casi todos los países del mundo han intentado seguir ese supuesto recorrido. ¿Cuántos lo han logrado? Muy pocos, asumiendo que la meta buscada puede ser considerada como desarrollo.

Oviedo, como otros pensadores latinoamericanos, ve en el desarrollo una forma post moderna de conquista y saqueo. En su crítica Oviedo incorpora elementos importantes para profundizar la denuncia en contra del desarrollo, más allá de los conocidos cuestionamientos económicos. Con razón, según él, el desarrollo “degenera lo ambiental, lo espiritual, lo psicológico, lo cultural, lo emocional, lo cósmico, de las inmensas mayorías”.

De hecho, poco a poco se cayó en cuenta que el tema no era simplemente aceptar una u otra senda hacia el desarrollo. Los caminos hacia el desarrollo no eran el problema mayor. La dificultad radica en el concepto mismo del desarrollo. El mundo vive un “mal desarrollo” generalizado, incluyendo los considerados como países industrializados, es decir los países cuyo estilo de vida debía servir como faro referencial para los países atrasados. Eso no es todo. El funcionamiento del sistema mundial contemporáneo es “maldesarrollador” (Tortosa).

Oviedo comprende esta amenaza e incluso coincide en cierta medida con uno de los mayores críticos del desarrollo, como fue André Gunder Frank, quien hablaba del “desarrollo del subdesarrollo”. Oviedo lo sintetiza así, “el desarrollo de la modernidad principaliza y centraliza el desarrollo económico, material, al cual considera el eje fundamental del sistema. Desarrollo económico y material que a la larga se convierte en un subdesarrollo para los demás miembros del sistema, y de otras cualidades y condiciones de los miembros.”

En suma, es urgente disolver el tradicional concepto del progreso en su deriva productivista y del desarrollo en tanto dirección única, sobre todo en su visión mecanicista de crecimiento económico, así como sus múltiples sinónimos. Pero no solo se trata de disolverlos, se requiere una visión diferente, mucho más rica en contenidos y, por cierto, más compleja.



            Atar el nudo gordiano

Adicionalmente, a inicios del siglo XXI también se refuerzan otras vertientes contestatarias del desarrollo y del progreso. Destacamos las alertas sobre el deterioro ambiental ocasionado por los patrones de consumo occidentales, y los crecientes signos de agotamiento ecológico del planeta. La Madre Tierra no tiene la capacidad de absorción y resilencia para que todos repitan el consumismo y el productivismo propios de los países industrializados. El concepto de desarrollo y el de progreso convencionales no brindan respuestas adecuadas a estas alertas. En este punto también hay otro punto de un encuentro con las cosmovisiones indígenas en las que los seres humanos no solo que conviven con la Naturaleza de forma armoniosa, sino que los seres humanos forman parte de ella.

Reconozcamos que en el mundo actual se comprende, paulatinamente, la inviabilidad global del estilo de vida dominante. Sus límites económicos, sociales y ambientales, se vuelven evidentes. “Los países y sectores desarrollados han fecundado y promovido el cambio climático que amenaza con sucumbir a toda la humanidad. Ya en los años setenta el Club de Roma puso en alerta e incluso estableció predicciones de que si seguíamos en ese ritmo de desarrollo y crecimiento consumista el planeta no podría soportar más. Pero esas predicciones se han quedado cortas pues la realidad ha demostrado que son más duros los efectos y estamos prácticamente viviendo el inicio del colapso ecológico.” (Oviedo)

La humanidad, entonces, debería dejar de centrarse en la validez o no de esas advertencias, para pasar a abordar la ponderación de las alternativas de salida. Desde esa perspectiva, creemos, pues que el Buen Vivir -en plural y con amplitud de miras- se ha convertido en un fértil campo de construcción y análisis que permite abordar esta complejidad global.

En este punto, ante el fracaso manifiesto de la carrera detrás del fantasma del desarrollo, emerge con fuerza la búsqueda de alternativas al desarrollo. Es decir de formas de organizar la vida fuera del desarrollo, superando el desarrollo, en suma rechazando aquellos núcleos conceptuales de la idea de desarrollo convencional entendido como progreso lineal. Oviedo cristaliza el dilema con una simpleza casi bíblica, “la disyuntiva está entre los pueblos aislados o no contactados con la civilización, y las sociedades aisladas o no contactadas con la naturaleza y sus ciclos vitales. Ahí la gran ruptura y alternativa para la humanidad.”

Esto nos remite, también en términos de Oviedo, a un enfrentamiento “Entre los pueblos integrados a las leyes de la naturaleza y los pueblos dominadores de la naturaleza y dogmatizados a las leyes del hombre. Entre las sociedades comunitarias y las sociedades individualistas. Entre las economías equitables-mutualistas y las economías acumulativas-concentradoras: de Estado republicano y de Estado socialista. (…) Entre las sociedades desarrollistas depredadoras de la naturaleza y del ser humano, y las culturas al servicio y preservación de la naturaleza y del ser humano, para las actuales y futuras generaciones”.

La tarea es simple y a la vez en extremo compleja. En lugar de mantener el divorcio entre la Naturaleza y los seres humanos, en lugar de sostener una civilización que pone en riesgo la vida, la tarea pasa por propiciar su reencuentro. Hay que intentar atar el nudo gordiano roto por la fuerza de una civilización -la occidental-, que resultó depredadora y por cierto intolerable. Para lograrlo habrá que transitar del actual antropocentrismo al (socio)biocentrismo. Con su postulación de armonía con la Naturaleza, con su oposición al concepto de acumulación perpetua, con su regreso a valores de uso, el Buen Vivir abre la puerta para formular visiones alternativas de vida.

Ya no es posible vivir en un mundo objetivista, despersonalizado, individualista y consumista”, nos conmina Oviedo. No se trata solo de una “actitud simplemente ecologista, ya que la misión del ser humano es mucho más profunda, sabiendo que en última instancia la naturaleza es capaz de protegerse y mantenerse a sí misma. La misión es re-aprender a co-existir con la naturaleza y la vida en su conjunto, es decir, a convivir y compartir en conciencia con las leyes y poderes de toda la existencia.” (Oviedo)

El logro de esta transformación civilizatoria exige profundos cambios. La desmercantilización de la Naturaleza se perfila como uno de los indispensables primeros pasos. En otras palabras, no hay espacio para la economía verde con la que el capitalismo pretende camuflar sus fracasos y sus aberraciones.

La humanidad, en suma, está obligada a no destruir la integridad de los procesos naturales que garantizan los flujos de energía y de materiales en la biosfera, es decir a sostener la diversidad del planeta. Esto implica por igual recuperar/recrear las relaciones humanas basándose en las culturas ancestrales, sin menospreciar el aporte de las ciencias modernas holísticas, como lo acepta categóricamente Oviedo. Este es uno de los mayores retos, rescatar y reconstruir lo ancestral de las culturas de vida, sin tratar de inventar lo que no se conoce o no se comprende, sin dejar de aprovechar todos aquellos elementos emancipadores de la civilización occidental.

El esfuerzo propuesto por Oviedo es loable. Recuperar las culturas ancestrales, especialmente andinas. Oviedo, estudioso de esta materia, conoce que en estas tierras existen memorias, experiencias y prácticas de sujetos comunitarios que practican estilos de vida no inspirados en el tradicional concepto del desarrollo y del progreso, entendido éste como la acumulación ilimitada y permanente de bienes materiales. De todas maneras aún estamos lejos del “día después del desarrollo” (Eduardo Gudynas). Si bien “la idea de desarrollo es ya una ruina en nuestro paisaje intelectual, (…) su sombra…oscurece aún nuestra visión…” (José de Souza Silva).

La reconstrucción y la construcción de los buenos convivires

En este estado de cosas aflora el Buen Vivir o sumak kawsay, en el marco de los debates postdesarrollistas. En este contexto se multiplican los esfuerzos por una reconstrucción y superación de la base conceptual, las prácticas, las instituciones y los discursos del desarrollo y todo lo que este conlleva de carga civilizatoria depredadora. En la actualidad, por diversas razones, entre otras como consecuencia de la debacle del neoliberalismo y también de los problemas derivados de los cambios climáticos globales, estas críticas han calado mucho más profundamente que en épocas anteriores. Se acepta cada vez más que los problemas no radican en las mediaciones o instrumentalizaciones de diferentes opciones de desarrollo. No se trata de hacer mejor o simplemente bien lo que se había propuesto anteriormente. Se comprende que es necesario derribar las bases conceptuales, incluso ideológicas o culturales, en las que se sustenta el desarrollismo convencional y la civilización occidental misma, particularmente el capitalismo en tanto economía-mundo (Inmmanuel Wallerstein).

En este escenario de crisis del concepto del desarrollo ganan un nuevo protagonismo los aportes de los pueblos aborígenes. Sus propuestas incluyen diversos cuestionamientos al desarrollo, tanto en los planos prácticos como en los conceptuales.

Bajo algunos saberes indígenas no existe una idea análoga a la de desarrollo, lo que lleva a que en muchos casos se rechace esa idea. No existe la concepción de un proceso lineal de la vida que establezca un estado anterior y posterior, a saber, de subdesarrollo y desarrollo; dicotomía por la que deben transitar las personas para la consecución del bienestar, como ocurre en el mundo occidental. Tampoco existen conceptos de riqueza y pobreza determinados por la acumulación y la carencia de bienes materiales. El Buen Vivir asoma como una categoría en permanente construcción y reproducción.

En tanto planteamiento holístico, es preciso comprender la diversidad de elementos a los que están condicionadas las acciones humanas que propician Buen Vivir, como son el conocimiento, los códigos de conducta ética y espiritual en la relación con el entorno, los valores humanos, la visión de futuro, entre otros. El Buen Vivir, en definitiva, constituye una categoría central de la filosofía de la vida de las sociedades indígenas, concluye Carlos Viteri Gualinga, kichwa amazónico.

Desde esa perspectiva de las comunidades originarias, el desarrollo convencional es visto como una imposición cultural heredera del saber occidental, por ende colonial. Por lo tanto las diversas reacciones de los pueblos y nacionalidades originarios contra la colonialidad implican un distanciamiento del desarrollismo y de la idea del progreso civilizatorio occidental. Como es fácil comprender, cuestionamientos de ese tipo están más allá de cualquier corrección instrumental de una estrategia de desarrollo.

Dejemos constancia, como lo hace Oviedo, que no se puede confundir los conceptos del Buen Vivir con el de “vivir mejor”. El segundo concepto supone una ética del progreso ilimitado. Nos incita a una competencia permanente con los otros para producir más y más, en un proceso de acumulación material sin fin. Recordemos que, para que algunos puedan “vivir mejor”, millones de personas han tenido y tienen que “vivir mal”. Con el Buen Vivir no está en juego simplemente un nuevo proceso de acumulación material. Se precisan respuestas políticas que hagan posible un mundo impulsado por la vigencia de la “cultura del estar en armonía” y no la “civilización del vivir mejor” (Oviedo).

De lo que se trata es de construir una sociedad solidaria y sustentable, en el marco de instituciones que aseguren la vida. El Buen Vivir apunta a una ética de lo suficiente para toda la comunidad, y no solamente para el individuo, para empezar.

De esta manera el Buen Vivir se aparta de las ideas occidentales convencionales del progreso, y apunta hacia otra concepción de la vida, otorgando una especial atención a la Naturaleza.[5] Si bien, el Buen Vivir no puede ser simplistamente asociado al “bienestar occidental”, tampoco rechaza algunos aportes contemporáneos que parten del saber occidental, en especial aquellas corrientes críticas y contestarías como las que ejemplifica el ambientalismo o el feminismo.

Queda en claro, por lo tanto, que el Buen Vivir es un concepto plural (mejor sería hablar de “buenos vivires” o “buenos convivires”, como plantea Xavier Albó) que surge especialmente de las comunidades indígenas, sin negar las ventajas tecnológicas del mundo moderno o posibles aportes desde otras culturas y saberes que cuestionan distintos presupuestos de la modernidad.

Esta es una cuestión aún más difícil si sabemos que la solidaridad y la sustentabilidad, que son pilares fundamentales del Buen Vivir, tienen que enriquecerse con otros principios por igual básicos, como son la reciprocidad, la complementariedad, la responsabilidad, la eficiencia y la suficiencia, la diversidad cultural y la identidad, y por cierto la democracia y la igualdad. El Buen Vivir, en suma, se presenta como una oportunidad para construir colectivamente nuevas formas de vida, que parten por un “epistemicidio” del concepto de desarrollo.[6]

            Riesgos para el Buen Vivir

Lo anterior permite despejar otro malentendido usual con el Buen Vivir, al despreciarlo como una mera aspiración de regreso al pasado o de misticismo indigenista (riesgo latente, por lo demás). Al contrario, el Buen Vivir expresa construcciones que están en marcha en este mismo momento, en donde interactúan, se mezclan y se hibridizan saberes y sensibilidades, todas compartiendo marcos similares tales como la crítica al desarrollo o la búsqueda de otra relacionalidad con la Naturaleza.

Aquí radica su fortaleza, pero también su debilidad, pues todavía hay mucha distancia entre el pensamiento y el discurso, y más aún con la práctica. En Ecuador y en Bolivia existen cada vez más dificultades para cumplir con el mandato constituyente del Buen Vivir. Sus gobiernos transitan por una senda neodesarrollista, en esencia neoextractivista, apegada a la misma lógica de acumulación capitalista civilizatoria. Y mientras se profundiza el extractivismo, se levantan programas gubernamentales membretados como de “Buen Vivir”. Esto representa un sumak kawsay propagandístico y burocratizado, carente de contenido.

Ya que de riesgos hablamos, otro que no es menor, radica en tratar de llenar de contenidos desde afuera esta idea que emerge desde culturas ancestrales. Esto podría desembocar en un sumak kawsay “new age”, que terminaría como otra moda más de las tantas que ha habido. No solo los gobiernos progresistas con sus incongruencias e incoherencias amenazan el Buen Vivir. También el ámbito académico -dentro y fuera del mundo andino o amazónico-, puede poner en riesgo el Buen Vivir cuando aborda el tema de una manera poco comprometida o incluso irrespetuosa construyendo teorías que minimicen las prácticas comunitarias o que las marginen abiertamente. No nos olvidemos, además, que en ese ámbito académico “el saqueo colonial goza de buena salud”.[7]

En este empeño también puede ser riesgoso el uso (y abuso) de demasiadas categorías post-modernas post-coloniales, que no tienen nada de ancestrales -como arquetipo, cósmico, cuántico o cosmovisión- para tratar de construir “lo ancestral” al margen de sus raíces.

            El diálogo es el camino

            En síntesis, esta compleja tarea implica aprender desaprendiendo, aprender y reaprender al mismo tiempo, como recomienda Nina Pacari. Una tarea que exigirá cada vez más democracia, nunca menos, cada vez más participación, nunca menos, y siempre sobre bases de mucho respeto. Nadie puede asumirse como propietario de la verdad.

La construcción/reconstrucción de rompecabezas de vida como el Buen Vivir, en consecuencia, depende de la consolidación de “una nueva democracia pensada y sentida desde los aportes culturales de los pueblos originarios. Una democracia incluyente, armónica y respetuosa de lo diverso” (Nina Pacari). Está por construirse una democracia que respete las diversidades, sin minimizar la lucha por las igualdades y las equidades. Una democracia que aliente el procesamiento respetuoso de las oposiciones y las contradicciones, y que no solo imponga la voluntad de las mayorías. Una democracia en tanto plataforma para construir un Estado plurinacional[8] que contribuya a impulsar procesos de descolonización y despatriarcalización de la actual sociedad. Todo esto forma parte de propuestas de transformaciones radicales, en esencia civilizatorias. De eso trata este libro de Oviedo.

Su real aporte, a más de la indispensable apertura de puertas a otras entradas del análisis del sumak kawsay y permitir así conocer mejor sus raíces ancestrales andinas, radica en las posibilidades de diálogo que pueda abrir. Oviedo habla desde una perspectiva pragmática, de la utilidad del concepto para criticar lo realmente existente y para proponer alternativas prácticas y concretas. Oviedo, aunque con algunas reticencias, propone el diálogo y por cierto el debate. Desde esa perspectiva, su mayor contribución, más que solo buscar las raíces ancestrales del Buen Vivir, podría estar en la construcción colectiva de puentes entre los conocimientos ancestrales y los modernos. Y para lograrlo nada mejor que un diálogo franco y respetuoso.

Lo que interesa es superar las distancias existentes. Obvias por lo demás. En una orilla aparece un concepto, en pleno proceso de reconstrucción, que se extrae del saber ancestral, mirando demasiado al pasado. En la otra orilla, el mismo concepto, también en reconstrucción e incluso construcción, se lo asume mirando al futuro. Tal vez el diálogo consista en que los del pasado miren algo más al futuro (y al presente) y los del futuro aporten una visión menos beata del pasado.

La tarea no es fácil. Superar las visiones dominantes tomará mucho tiempo. Y hacerlo construyendo sobre la marcha, reaprendiendo y aprendiendo a aprender simultáneamente, exige una gran dosis de constancia, voluntad y humildad. En especial si tenemos presente que hay que superar el capitalismo en tanto “civilización de la desigualdad” (Joseph Schumpeter). Una civilización en esencia depredadora y explotadora. Un sistema que “vive de sofocar a la vida y al mundo de la vida” (Bolívar Echeverría).

No podemos esperar a tener todas las respuestas. Tenemos que reconstruir/construir sobre la marcha.

- 21 de noviembre del 2011



[1] Economista ecuatoriano. Profesor e investigador de la FLACSO-Ecuador. Profesor honorario de la universidad Ricardo Palma, Lima Ex-ministro de Energía y Minas. Ex-presidente de la Asamblea Constituyente.
[2] Vale destacar que el Buen Vivir fue incorporado como eje constitucional fundamental en Ecuador y en Bolivia. Constitución de la República del Ecuador: “El régimen de desarrollo es el conjunto organizado, sostenible y dinámico de los sistemas económicos, políticos, socio-culturales y ambientales, que garantizan la realización del buen vivir, del sumak kawsay” (art. 275). Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia: “El Estado asume y promueve como principios ético-morales de la sociedad plural: ama qhilla, ama llulla, ama suwa (no seas flojo, no seas mentiroso ni seas ladrón), suma qamaña (vivir bien), ñandereko (vida armoniosa), teko kavi (vida buena), ivi maraei (tierra sin mal) y qhapaj ñan (camino o vida noble)” (art. 8.I).
[3] Son varios los textos que existen sobre el tema. Sin embargo cabe recomendar los trabajos todavía poco difundidos en nuestro medio de David Cortez, que nos permiten adentrarnos en la genealogía de este concepto: Cortez, David y Heike Wagner (2010); “Zur Genealogie des indigenen ‘guten Lebens’ (`sumak kawsay´) in Ecuador”, en Lateinamerikas Demokratien im Umbruch, pp. 167-200, Leo Gabriel Herbert Berger, editores, Viena, mandelbaum verlag; Cortez, David (2010); “Genealogía del `buen vivir´ en la nueva constitución ecuatoriana”, en Gutes Leben als humanisiertes Leben, Vorstellungen vom guten Leben in den Kulturen und ihre Bedeutung für Politik und Gesellschaft heute”, Dokumentation des VIII. Internationalen Kongresses für Interkulturelle Philosophie, t. 30, pp. 227-248, Raúl Fornet-Betancourt, editor, Aachen, Wissenschaftsverlag Main.
[4] En este sentido, es necesario reconocer que los conceptos e instrumentos disponibles para analizar el desarrollo convencional ya no sirven. Son instrumentos que naturalizan y convierten en inevitable lo existente. Son conocimientos que pretenden convencer de que este patrón civilizatorio -atado a la lógica convencional del desarrollo y del progreso- es natural e inevitable (Edgar Lander).

[5] Los Derechos de la Naturaleza, establecidos en los artículos 71 a 74 de la Constitución de Montecristi, buscan liberar a la Naturaleza de simple objeto de propiedad. Para lograrlo es necesario un esfuerzo político que reconozca que la Naturaleza es sujeto de derechos, como parte de un proceso centenario de ampliación de los sujetos del derecho. Además, los Derechos de la Naturaleza centran su atención en el “derecho a la existencia” de los propios seres humanos.
[6]  Boaventura de Souza Santos nos recuerda en sus trabajos, en repetidas ocasiones, “el asesinato” de otros conocimientos despreciados por el Conocimiento hegemónico occidental, que hoy cobrarían fuerza con las propuestas del Buen Vivir, al tiempo que se desmontan los conceptos de progreso y desarrollo.
[7] Mirko Lauer denuncia que “en su libro Commonwealth (2009) Michael Hardt y Antonio Negri, los célebres autores de Empire (2000), simplemente presentan como suya la idea acerca de la colonialidad del poder desarrollada por Aníbal Quijano”.  Y más grave sería que estos autores se apropian de este concepto desarrollado por Quijano y otros estudiosos de estos temas, “fuera de todo contexto”. http://www.larepublica.pe/columnistas/observador/asalto-academico-al-paso-20-11-2011
[8] Sobre el tema se recomiendan, entre otros muchos aportes, los trabajos de Boaventura de Souza Santos.

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