LA
“MANITO DE GATO” DE LA REVOLUCION CIUDADANA
Hay
gobernantes que optan por lograr una administración prolija para mostrar su
eficiencia a los poderosos o para conservar su posición, esperando ser
aprobados por ellos. Otros, empeñados en realizar cambios sociales raizales,
buscan caminos para hacer de sus administraciones herramientas políticas
capaces de impulsar procesos socioculturales de cambios revolucionarios. Isabel
Rauber
Los “antiguos” revolucionarios pretendían
abolir la propiedad privada, los “nuevos” revolucionarios utilizan
“instrumentos modernos, y algunos inéditos, para mitigar las tensiones entre
capital y trabajo”[1].
Los “viejos” revolucionarios querían poner al trabajo sobre el capital a través
de un cambio estructural, los “renovados” revolucionarios buscan “solucionar
las tensiones capital-trabajo”[2].
Para los “anarcosindicalistas” el Estado era el órgano de represión del poder,
para el “sindicalismo moderno” el Estado es la “representación
institucionalizada de la sociedad.”[3]
Para los “infantiles” revolucionarios el capital era el origen de la pobreza y
había que eliminarlo, para la “excelencia revolucionaria” el capital es una existencia
y una “necesidad”[4].
Para los “limitaditos” revolucionarios la supremacía del trabajo humano
implicaba pasar a ser dueños de las empresas, controlar y manejar la
producción, poner al Estado como instrumento de la clase obrera; para la
“eficiencia” revolucionaria la supremacía se expresa “en salarios dignos,
estabilidad laboral, adecuado ambiente de trabajo, seguridad social, justa
repartición del producto social”[5].
Para los revolucionarios “irresponsables” la revolución implicaba afectar al
capital y construir un Estado proletario, en cambio los revolucionarios “responsables” “admiran” a
los que tienen la capacidad de invertir y de arriesgar su capital, y cuestionan
al “sindicalismo irresponsable” que pone en riesgo a las empresas.[6]
En síntesis, los “anacrónicos” revolucionarios
querían, con tácticas y estrategias -adecuadas o inadecuadas-, con procesos de
cambios -correctos o incorrectos-, la transformación total de la sociedad y del
mundo; pero para los “avanzados” revolucionarios no se trata de realizar un
cambio estructural sino de tan solo “mitigar” y “solucionar” las tensiones
capital-trabajo.
Realmente que esto es nuevo, pues hasta hace
poco no se discutía los objetivos finales de la revolución, sino que se
cuestionaba a los medios, instrumentos y formas que se habían utilizado para
aquello; pero ahora resulta que el problema no estaba solo ahí sino que también
estaba en las aspiraciones y metas que se proponían los socialistas. Hasta
antes que llegaran al poder los gobiernos “progresistas” se discutía que lo
único que habían logrado los “socialistas reales” fue tan solo construir un
capitalismo de Estado y que de ahí no habían avanzado; pero los “progresistas” siguen creyendo que
ese es el primer paso a través de un Estado capitalista del “Bien Común” o capitalismo
popular, para luego de ello pasar al socialismo del siglo XXI.
Lo que implica, que no había que “trasformar
el mundo” como decían los primeros revolucionarios, sino tan solo darle una
“manito de gato” al mismo mundo, para que los explotados sean menos explotados
y no los despidan tan fácilmente (estabilidad laboral), para que los salarios
no sean tan bajos sino que mejoren un poco (salario digno), para que tengan
mejores uniformes, más confort a la hora de trabajar, más seguridad laboral ante
posibles accidentes (adecuado ambiente de trabajo), etc. Todo lo cual permita
que sigan siendo dependientes y el capital siga emancipado, esa la supremacía
del trabajo sobre el capital de los “socialistas modernos”[7].
Entonces, el asunto no estaba en terminar con
las relaciones de propiedad que provocaban sometimiento y sumisión, sino
simplemente en mejorar el salario[8]
para que así el empleador no abuse de la fuerza de trabajo que enriquece a la
empresa, y su vez el trabajador respete y sea “responsable” con “la existencia
y la necesidad” del capital. Es decir, que el capital no acumule tanto pero que
siga manteniendo su supremacía, que el capitalismo no se acabe sino que se lo
administre mejor para que las tensiones entre empresarios y trabajadores sean
mínimas. Por ejemplo, con la tercerización se eliminó la explotación “salvaje”
y se la reemplazo con una explotación “sustentable”, que lo único que le
permite es recuperar su fuerza de trabajo para que pueda trabajar con
“excelencia” y mejorar la producción, es decir, para enriquecer más al capital
que es el que más se beneficia de esta relación. De esta manera el “trabajo
humano” sigue siendo “un instrumento más de acumulación del capital”, que
permite consolidar y restaurar las mismas estructuras de poder económico y
social establecidas. Esta la revolución de la “manito de gato” que deja las bases
y estructuras intactas para dedicarse con meritocracia a acomodar, restaurar,
corregir las mismas fachadas, para que estén más lindas, para que funcionen con
más calidad y calidez, y para que los ecuatorianos estén más orgullosos del país
cuyos dueños siguen siendo menos del 10% de la población.
EL ESTADO DE TODOS.
Otro concepto nuevo es del Estado como “bien
común” o de lo público que “es de todos”[9]. Esto
es nuevo para la izquierda, pero viejo para la derecha que lo había entendido y
defendido así, especialmente la derecha moderna que había entendido que para
consolidar el sistema capitalista había que construir los Estados-Nación, de
ahí la lucha del movimiento indígena y del indianismo[10]
por la plurinacionalidad y la interculturalidad. Algo que lo entendió
recientemente una parte de la izquierda y aceptó la introducción de estos dos
“diferentes” conceptos en la Constitución de Bolivia y Ecuador. Pero ahora
resulta que los “progresistas” se han dado cuenta que se equivocaron, señalando
que lo plurinacional no puede significar que lo indígena sea un Estado paralelo
o la introducción de un Estado dentro del Gran Estado, lo que tampoco significa
la plurinacionalidad. Todo esto deja ver que su aceptación inicial fue un
folclorismo más, típico en la “izquierda de shigras”.[11]
De otra parte, no se puede confundir al
gobierno con el Estado y viceversa[12]. Si
un gobierno popular llega al poder de un Estado capitalista, no quiere decir
que concomitantemente el Estado ya es popular y ha dejado de ser capitalista,
sino que ese gobierno que encabeza (no lo dirige) a los movimientos populares se
propone transformar estructuralmente al Estado para que éste devenga en un
poder popular[13]
a su servicio, bajo su dirección directa y su acción participativa. El Estado
no “es de todos” ni es un “bien común” mientras no se cambien las estructuras sociales
de poder instituidos. Cómo puede ser de todos el mismo Estado heredado y al
cual solo le han restaurado y maquillado para que esté más bonito y mejor
consolidado. Para que sea un bien común debe ser “otro” y “diferente” Estado,
de pies a cabeza, esto es, un Estado comunitario. No se trata de reencauchar al
mismo Estado colonial y criollo, a ese Estado cuyos dueños siguen siendo un
pequeño sector de la población. Estado que a la final mantiene el mismo proceso
de dominación del trabajador y de la población en general, a pesar de los
“salarios dignos”. Esto para el indianismo no es “dignidad”, “valor ético”,
“sujeto”, “supremacía del trabajo” sobre
el capital, esas son solo bonitas palabras para hacer cambios cosméticos que
distraen de los asuntos de fondo, y así evitar la responsabilidad histórica de
empujar una revolución refundacional integral[14].
Si los viejos revolucionarios sorprendían con
sus formas de lucha y sus objetivos, los nuevos realmente que dejan anonadados
con sus modernas teorías. Lo que nos deja ver que la izquierda en general no ha
cambiado y los pequeños cambios que se han dado, a unos los han vuelto
extremistas y a otros los ha transformado en light, siendo esa la
transformación que se ha dado y todavía no hay ninguna transformación de la
sociedad. De ahí que la izquierda se convierte cada vez más en el otro lado del
status quo o del establishment, que en una opción transgresora o sistémica.
Hasta ahora el movimiento indígena (no
influenciado por la misma izquierda) y el indianismo se presentan como una
alternativa real, para con otras tácticas y estrategias, pero asimismo con
otros objetivos a los tradicionales de la izquierda, puedan convertirse en la
guía y el referente para una transformación radical, no para transformar el
mundo sino para estar en armonía y equilibrio con él. Y esa es la diferencia
entre el Buen Vivir de la izquierda progresista y el Sumak Kawsay del
indianismo.
[1]
Rafael Correa. La supremacía del trabajo humano, 16 de nov. de 2014, EL
TELEGRAFO
[2] Rafael
Correa. La supremacía del trabajo humano, 16 de nov. de 2014, EL TELEGRAFO
[3] Rafael
Correa. La supremacía del trabajo humano, 16 de nov. de 2014, EL TELEGRAFO
[4] Rafael
Correa. La supremacía del trabajo humano, 16 de nov. de 2014, EL TELEGRAFO
[5] Rafael
Correa. La supremacía del trabajo humano, 16 de nov. de 2014, EL TELEGRAFO
[6]
Carlos Marx Carrasco, programa Pulso Político, Canal 7TV, sábado 29/11/2014
[7] Para
quienes actualmente ganan elecciones desde posiciones populares, de izquierda o
progresistas, la disyuntiva es clara: Convierten a sus gobiernos en
herramientas políticas para impulsar procesos populares revolucionarios de
cambios raizales, o se limitan a hacer un “buen gobierno” conservador,
reciclador del sistema. Isabel Rauber, Rebelión, 10 de nov. de 2014
[8] “El
salario es pan, sustento, dignidad y uno de los fundamentales instrumentos de
distribución, justicia y equidad”.
Rafael Correa. La supremacía del trabajo humano, 16 de nov. de 2014, EL
TELEGRAFO
[9] Rafael
Correa. La supremacía del trabajo humano, 16 de nov. de 2014, EL TELEGRAFO
[10]
Corriente de pensamiento que cuestiona no solo al capitalismo y al
imperialismo, sino al patriarcalismo, al eurocentrismo, al antropocentrismo, al
cristianocentrismo, al primer mundismo, al colonialismo civilizatorio.
[11]
Las pequeñas-burguesitas de la izquierda ligth, por los años 70 comenzaron a
utilizar y a vestirse con ciertas prendas indígenas, como los bolsos (shigras)
que utilizan las mujeres indígenas para presentarse como rescatadoras y
valoradoras de la cultura indígena. Ahora se han puesto de moda las camisas con
estampados indígenas, por parte de Rafael Correa.
[12] Recuperar
el papel social del Estado es central, pero ello es apenas un primer paso en el
inmenso océano de las transformaciones sociales. La mayor y más dura prueba de
ello ha sido el socialismo del siglo XX. Mayor estatización que aquella es
difícil de imaginar, sin embargo, no logró resolver temas medulares como:
participación y empoderamiento popular, desalienación, liberación, plenitud
humana… Tal vez fue precisamente por centrar los ejes del cambio social en el
quehacer del Estado y sus funcionarios, por concebir al Estado como un actor
social y no como una herramienta política institucional, que el proyecto
socialista derrapó de sus objetivos estratégicos iniciales y un grupo de
burócratas terminó suplantando el protagonismo popular, anulando al sujeto
revolucionario. Isabel Rauber, Rebelión, 10 de nov. de 2014
[13] Ciertamente,
a pesar de las diferentes opciones políticas estratégicas, los gobiernos
populares convergen hoy al compartir una postura posneoliberal o
antineoliberal, centrada en la recuperación del papel socioeconómico del Estado
en pos de obtener recursos para fomentar la inclusión social, recuperar índices
positivos en la salud y la educación masiva, erradicar la pobreza extrema,
apostar a la integración comercial regional y continental. Estas convergencias
no indican, sin embargo, que los diversos gobiernos estén abocados a la
realización de cambios estructurales orientados a la superación raizal del
capitalismo. Isabel Rauber, Rebelión, 10 de nov. de 2014
[14] La
construcción de hegemonía popular requiere de un tipo de organización y
conducción políticas que articule protagonismo y conciencia colectivos como
sustrato del poder popular, basado en la solidaridad y el encuentro, en el
reconocimiento y la aceptación de las diferencias sin pretender su eliminación,
entendiéndolas como riquezas y no como “defecto”. Esta lógica no puede basarse
en la antagonización y exclusión de lo diferente, sino en la
complementariedad, en la búsqueda de espacios donde la diversidad sea cada vez
más naturalmente incorporada aunque con
conflictos y debates , propiciando el trabajo interarticulado, intercultural,
de lo diverso. Isabel Rauber, Rebelión, 10 de nov. de 2014
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