Yo a diferencia de muchas personas, no creo
que hay que convocar
diciendo “organicémonos para salvar el
mundo”;
yo pienso que eso es una vieja discusión que
hay que tratar.
Es autoconvocarse a hacerlo aquí y ahora,
con los medios que tienen.
Silvia Rivera Cusicanqui
El joven militar Hugo Chávez Frías inquieto con lo que
sucedía en su país, funda en 1982 el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200
(MBR-200), guiado por el pensamiento de Simón Bolívar, con algunas ideas de
Simón Rodríguez y de Ezequiel Zamora ("El árbol de las tres raíces").
Por ahí también tiene algunas influencias socialistas con algunos personajes de
izquierda, pero su fundamento principal era el bolivarianismo, pues para Hugo
Chávez el prototipo del luchador popular era el “libertador”. Personaje a quién
se lo había idealizado y convertido en un referente para las futuras
generaciones de libertarios, como de igual manera se había hecho con otros
personajes históricos de diferentes corrientes y expresiones: Cristo, Marx,
Gandhi, Che Guevara…
Con esa formación y con esas creencias llega al gobierno de
Venezuela el comandante Hugo Chávez Frías, en donde se ve en la necesidad de
darle una orientación política y una salida concreta al país que quería
enrumbar, pues el bolivarianismo no definía algo específico. Para ello convoca
a varios personajes -principalmente internacionales- para que le ayuden a
configurar su proyecto revolucionario y le den un rumbo de izquierda a su construcción.
Entre esos personajes aparece Heinz Dietrich, quién logra convencerle al
Comandante en dirigir el destino de Venezuela al “socialismo del siglo XXI”.
Sin saber ni entender muy bien de lo que se trata, Hugo Chávez asume la tarea
de construir en Venezuela y de difundirla para todo el mundo la nueva consigna
inventada por su amigo mexicano-alemán.
Por ahí también aparece la comunista chilena Martha
Harnecker, para de igual manera asesorar y darle más conocimientos y pautas de
izquierda a Hugo Chávez, pues en esencia era un militar con inquietudes
sociales pero que nunca había sido parte de un partido de izquierda ni tenía
una militancia definida ni una formación concreta dentro del socialismo. Y así,
aparecen o caen otros izquierdistas, de diferentes nociones y visiones para
intentar construir ese socialismo del siglo XXI.
En su camino de Presidente se va empapando de la doctrina
socialista y le va emparejando con el bolivarianismo para crear su
"socialismo bolivariano", es decir, el chavismo. En resumen, el
espíritu mesiánico y paternalista de Hugo Chávez, decide rodear de ideas
socialistas a su bolivarianismo y se lanza a construir ese tal socialismo del
siglo XXI, que le sugiere su gran amigo que hay que construir.
Pero luego del fracaso de la “revolución bolivariana” y de
la muerte de Chávez, el propio Dietrich critica al chavismo: “Bajo Chávez, la
disidencia al líder significaba el ostracismo. Los que se atrevieron a
protestar en las reuniones de gabinete se expusieron a la ira del comandante.
Mi amigo Chávez creó toda una cultura política de sumisión dentro de la
nomenclatura oficialista que perdura hasta hoy.” (perfil.com, 19-10-2013)
En otras palabras, el afán personalista de Hugo Chávez
siempre estuvo presente, haciéndose lo que el caudillo mandaba y quería. Así,
hasta el día de su muerte en que eligió a Maduro para que lo reemplazara. De
nada sirvieron tantos asesores formados en la vieja guardia de la izquierda
pues quién tenía la última palabra era el Comandante, al punto que ahora
Dietrich dice con respecto al socialismo del siglo XXI: “Ese modelo nunca se
adoptó. El presidente no lo hizo y las fuerzas políticas como el Partido
Comunista y los que se entienden como trotskistas están totalmente atrasados en
su visión política del mundo.”
Esto que acabamos de relatar es para nosotros “populismo”,
que es el acto en el cual un personaje carismático emerge en la política y
asume la posición de salvador de los pobres. Se siente un predestinado para
liberar a los oprimidos, quienes a su vez le deben obediencia ciega como
asimismo rendirle culto a su personalidad ya que les está trayendo la
liberación del yugo imperial y de la burguesía. No es alguien que llega al
gobierno con una organización estructurada, con una ideología definida, con una
trayectoria de lucha, en la cual se ha ido formando académica y emocionalmente,
sino que simplemente aparece como un Robin Hood criollo que surge para hacer
justicia a los pobres, y en el tránsito intenta darle un cuadro político
definido.
Pero su fracaso es total, y que más bien conduce a un
desprestigio de la izquierda en general y concomitantemente al remozamiento de
una derecha rapaz y codiciosa que ahora arma sus estrategias para regresar al
gobierno. Situación de la cual se aprovecha toda la derecha mundial para tomar a
Venezuela como referente del descalabro que es el socialismo. Como ahora -a
pretexto de las revoluciones frustradas de Correa y de Morales-, hay una
campaña orquestada contra la izquierda en general.
Hugo Chávez no fue capaz de organizar y movilizar a su
pueblo, de generar una consciencia política clara y precisa, de construir un
partido sólido, de tomar las medidas económicas y políticas adecuadas, en
definitiva, de dirigir una revolución popular sino una simple revolución a su
antojo y medida: chavismo. Ni siquiera fue capaz de constituir un grupo bien
preparado, o un personaje interesante que tuviera las suficientes condiciones y
características para continuar con su proyecto. Dice Ditetrich: “En el momento
de agudizarse su enfermedad, Chávez no había preparado a su sustituto. Ante la
emergencia, confiaba más en Maduro que en Diosdado Cabello. Sabía que Maduro
era muy limitado. Y también sabía que no había salvación de esa terrible
enfermedad…”
Seguramente, el Comandante pensó que se quedaría en el poder
mucho años y que él solito sería capaz de enrumbar a toda Venezuela al
socialismo del siglo XXI. Nunca pensó que la muerte acabaría con él y a su vez
con el bolivarianismo que ahora se ahoga lentamente.
Algo similar sucede en Ecuador con Rafael Correa,
posiblemente el hermano menor predilecto y mejor alumno de Hugo Chávez entre
todos los presidentes que conforman la tendencia del socialismo del siglo XXI,
y en la que se incluyen Evo Morales y Cristina Fernández.
El joven Rafael Correa formado en el liderazgo de los boys
scout e influenciado por la doctrina social de la iglesia, decide hacer su
apostolado como catequista en una comunidad indígena, en donde conoce la triste
realidad en la que viven los pueblos ancestrales luego de la conquista
española, y refuerza su sueño en los boys scouts de ser presidente del Ecuador
para desde esa posición hacer el gran cambio que necesitan los pobres.
Para ello, entiende que debe formarse académicamente con
excelencia para tener los conocimientos suficientes que le permitan acceder a
la presidencia. No cree en las formas típicas de la izquierda, la lucha, la
organización, la militancia, sino que simplemente debe hacer los estudios
necesarios que le permitan tener un amplio curriculum vitae y que sea el
soporte para llegar a la más alta dignidad del Ecuador. Se forma en Bélgica y
en EEUU, donde obtiene varios títulos a nivel de posgrado y regresa al país a
esperar la oportunidad de conquistar el sillón presidencial, teniendo como
modelos y referentes a dichos países para llevar al Ecuador al desarrollo
occidental.
Hace contacto con algunos personajes que habían militado y
hecho un proceso en la izquierda y/o en la lucha contra el neoliberalismo. Le
conoce a Eduardo Valencia, un economista que era parte del Foro Ecuador Alternativo,
grupo que tenía cierto prestigio a nivel intelectual y académico, desde donde
se va abriendo camino en su objetivo. Ahora, Valencia siente un “mea culpa” por
haberle abierto las puertas del foro y que será la catapulta para que
posteriormente llegue al palacio de Carondelet. En dicha organización conocerá
a Alberto Acosta, quién se convertirá en su hermano mayor y en el puntal para
su despegue.
Sus amigos de izquierda ven en él a un joven con una buena
formación académica y con un carisma que llama la atención en la población.
Para ellos cualidades suficientes para postularlo como candidato a la
presidencia del Ecuador. No importaba que tenga un pasado en las luchas
populares, ni que se le conociera en su accionar dentro de los movimientos sociales,
ni que se le haya visto en algún puesto de dirección social, nada, lo
importante era su carisma y su formación intelectual, en los cuales confiaban
para que gane las elecciones. Para ello, le montan un proyecto político de
izquierda, convocan a muchos partidos y movimientos sociales a que los apoyen
en su proyecto de “revolución ciudadana” que acababa de crear la
intelectualidad de izquierda. Sin creerlo seriamente en esa posibilidad le
lanzan a la contienda electoral, pero para sorpresa de todo el mundo logra
ganar las elecciones, gracias –principalmente- a los dotes carismáticos de la
joven promesa y del cual sus amigos intelectuales esperan gobernar en conjunto.
En otras palabras, el joven Rafael Correa, al que nadie le
conocía, que había pasado mucho tiempo fuera del país, que no tenía ningún antecedente en la vida
política, y que era tan solo un profesor universitario, de pronto aparece
montado en el palacio de Carondelet, desde donde empieza su sueño de cambiar al
país. Mientras muchos presidentes de izquierda de Latinoamérica llegaban a la
presidencia de su país, ya sea desde la guerrilla, las luchas populares, la
militancia consciente, Rafael Correa llegaba desde las ONGs -en donde había
trabajado algunos años- al trono presidencial.
Empieza su gobierno “revolucionario”, sin saber que
socialismo mismo debía construir, pues no estaba totalmente de acuerdo con el
socialismo tradicional ni con el socialismo que sus compañeros de izquierda
querían construir. Conoce a Hugo Chávez y su socialismo del siglo XXI y aparece
de la noche a la mañana gritando: “hasta la victoria siempre carajo”. Luego
conoce a Fidel Castro y se vuelve castrista…
Así va configurando su proyecto de salvación del Ecuador, en
primera instancia rodeándose de la vieja guardia de izquierda: comunistas,
socialistas, marxistas leninistas, alfaristas…, hasta que encuentra resistencia
en ciertos grupos que tenían otras ideas de cómo seguir ese proceso, pero que
no compaginaba con lo que él quería. Pero como él había ganado las elecciones y
no ellos –según Rafael Correa-, decide quitarse de encima a todos y sus
“agendas propias”, pues él tenía la suya propia y que le permitiría cumplir su
sueño redentor.
No estaba dispuesto a hacer un gobierno de masas ni
movimientos, sino empujar su propio proyecto y crear sus propias
organizaciones, en contra de las tradicionales que le habían llevado a
Carandolet, y que además le querían conllevar por sus viejas propuestas y
acciones de lucha. Para él, todos ellos estaban demás y principalmente
equivocados en sus proyecciones de país. Además de que él se bastaba y era
suficiente, pues se había dado cuenta que ya no era él sino todo un pueblo.
Al igual que Hugo Chávez, Rafael Correa empieza la
construcción de su liderazgo único -como le habrá recomendado el Comandante- y
que implicará ir quitando del camino a todo aquel que no compagine con su
proyecto personal de cambio, pues, como dirá posteriormente en toda revolución
hay contrarrevolucionarios, él es el único revolucionario y todos los que se le
oponen es porque no aman a la Patria. Van cayendo uno por uno, hasta que logra
quedarse con los más obsecuentes o como diría una propia legisladora del
correismo: los más “sumisos”.
La revolución ciudadana deja de ser un proyecto de un grupo
de intelectuales izquierdistas y de ciertos partidos de izquierda, para
convertirse en el ideal de una persona. Él, cual marioneta que lo sabe todo
mueve a sus sumisos y logra cooptar todas las funciones del Estado, quedando
todos ellos a su servicio personal y de su sueño particular de país. Todo se
hace o se deshace, a según la voluntad del gran líder Rafael Correa. Él es todo
el proyecto y todo el proyecto es él. Tanto es así, que si se cae él, todo el
proyecto también se cae, y en la que tampoco hay un grupo o un líder que pueda
seguir el sueño del correismo.
Tampoco han hecho una revolución de abajo hacia arriba, no
hay un pueblo organizado ni consciente, no hay un empoderamiento en
organizaciones de base política y económica, no hay una organización partidista
fuerte, ni movimientos sociales consolidados que hoy puedan defenderle cuando
el pueblo se ha levantado en contra del maltrato y la prepotencia del mesías.
La revolución ciudadana tambalea, ahora los correistas tienen miedo y todo el
proyecto se muestra frágil. No sería raro que se caiga próximamente a través de
más revueltas populares y en el peor de los casos que pierda en las próximas
elecciones que se avecinan.
Así, el populismo luego del gran respaldo que le diera el
pueblo ahora ese mismo pueblo le quiere tumbar. Y el populista creyendo que su
carisma era suficiente para sostener a todo un pueblo y para darle haciendo su
revolución.
De donde viene este fracaso? Del populismo. Ahí está la
situación… Pero el populismo no solo está en estos caudillos citados anteriormente,
sino en quienes los han promovido y acompañado. El señor Dietrich puede decir a
este momento que no hay un lado populista en él, que creyó que simplemente la
figura de un personaje podría crear una nueva sociedad. Y lo mismo podríamos
preguntar a todos quienes le llevaron al poder a Correa, Morales, Fernández.
Especialmente a todos los socialistas, comunistas, alfaristas…, que le siguen
apoyando.
El populismo en la izquierda es algo muy acentuado, desde
los guerrilleros que están dispuestos a entregar su vida por el pueblo
(foquismo), hasta los políticos que hacen su misión de vida en el partido y al
cual entregan todo su cuerpo como lo hacen los sacerdotes en la iglesia. Todos
ellos quieren tomarse el poder para desde ahí construir su socialismo. Cada
cual tiene una idea de socialismo, y cuando llegan a instancias de poder
comienzan las fricciones entre ellos y se acusan de revisionistas o traidores.
Muy pocos quieren construir el “poder popular” pues implica
mucho esfuerzo y dedicación, por lo que más fácil es tomarse el poder para
supuestamente desde ahí crear la conciencia revolucionaria. Lo cierto es que
hasta ahora no hay una sola experiencia mundial que haya logrado un cambio
profundo, de arriba hacia abajo. Sin embargo hubiera sido posible, Rafael
Correa tuvo todo el apoyo de casi todas las organizaciones de izquierda y
movimientos sociales, además de una gran aceptación popular. Pudo haber sido el
primer caso en el mundo en lograr un cambio desde el poder, pero para ello
tenía que convertirse en un servidor del pueblo y no en su capataz, o como
dicen los zapatistas: mandar obedeciendo, lo que para el ego de Correa es un
insulto a su majestad presidencial.
De ahí, que nos parecen más consecuentes y creíbles, gente
como el ex subcomandante Marcos -hoy comandante Galeano- y todo el movimiento
zapatista, quienes se han salido del sistema para construir su propio país
dentro de México. Todo aquel que esté dentro del sistema y que diga que desde
ahí está luchando por cambiar el sistema, son bellas intenciones pero nada real
-como nos dice la historia mundial-. Creemos en aquellos que ya están viviendo
el nuevo sistema, como los grupos y comunidades anti-sistema y contra-sistema,
y que subsidiariamente hacen acciones políticas contestarías pero más que todo
acciones de conciencia sobre un nuevo tipo de vida. “Es autoconvocarse a
hacerlo aquí y ahora, con los medios que tienen”, como dice Silvia Rivera
Cusicanqui
Esos nos parecen más revolucionarios que los revolucionarios
de aula o de fábrica, que a la final su vida personal se desenvuelve en el
mismo establishment. Ni siquiera han cambiado sus formas de producción, de
consumo, de alimentación, de curación, de vivienda… sino que solo quieren
llegar al poder para desde ahí hacer su revolución popular a su medida e
ideales.
Todo proyecto basado en la personificación de una figura
-por más relevante que haya sido-, para
los indianistas es populismo. De ahí que dicen: preferimos seguir a la
naturaleza que no se equivoca, que a los seres humanos que tienden siempre a
darse una y otra vez con la misma piedra.
Quito, julio del 2015