sábado, 19 de septiembre de 2015

ORLANDO PEREZ, NO SEA TAN SINVERGUENZA, ¡POR FAVOR!


Comentario al artículo: Pérez Guartambel, las consignas nunca se borran, ¡por favor! [1]
Cuando no se tiene argumentos para la crítica, lo más burdo sale de inmediato y la intención de hacer opinión resulta un afán de desprestigiar por desprestigiar.
Cuando no se tiene capacidad, se escribe lo que sea para llenar un espacio y justificar el gran sueldo que le da su patrón.
Cuando se es servil, se escribe para su gran jefe y no para el público en general, solo con el ánimo de recibir las ovaciones de su círculo rosa.
Aquí, no vamos a defender a Carlos Pérez Guartambel ni a Manuela Picq ni a nadie en particular como personas, vamos a referirnos al discurso llano y seco de Orlando Pérez , director de El Telégrafo, que encierra criterios retrógrados, consignas reaccionarias, mensajes neo-colonialistas, y la más pura bajeza de un ciudadano con miopía y anorexia humana.
Orlando Pérez es de los mestizos -que así se autodefinen- para decir que no son indios y con ello sentirse más cerca de lo blanco. Lo indígena está para los originarios y lo mestizo-blanco está para los descendientes de europeos y en proceso de europeización, ésta, la típica forma de rechazar a su madre indígena para sólo aceptar a su padre blanco. Forma sutil para marcar distancia con los ancestros de estas tierras y alabar solo a los de más allá del Atlántico.
El mestizo por 500 años queriendo ser más blanco que los propios blancos, aunque sea de pensamiento ya que de fenotipo no es posible. Burdo racismo para seguir con el apartheid impuesto por el colonizador y así seguir convirtiendo más indígenas en mestizos, es decir, blancos culturalmente.
Orlando Pérez no quiere entender que hay otros que hemos preferido, en primer lugar, mirar adentro y valorar a nuestra madre que nos cobija todos los días, para desde ahí abrirse hacia afuera. Que ahora hemos aprendido a reconocer a esta tierra andina y no nos sentimos desterrados de Europa en Amerindia. Sabemos que no somos blancos ni indígenas pero no nos fundimos en lo blanco-mestizo, sino que nos reconocemos indios.
Indios, como dice Silvia Rivera Cusicanqui, somos todos mientras sigamos siendo colonizados. Así es, todos los acomplejados latinoamericanos somos indios -como nos bautizó el conquistador-, aunque eufemísticamente prefieran decirse latinos, hispanos, mestizos, porque tienen vergüenza de reconocer al indígena que llevan. Así lo entendió el indio Espejo, quien no se reclamó nunca mestizo, sino indio. Como también, más al sur: Tupak Amaru, Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamayhua, Guamán Poma de Ayala, y así tantos otros que no eran indígenas puros pero que prefirieron reconocerse indios y luchar junto a los indígenas, y no mestizos para sentirse más cerca del invasor, pues entendieron que el problema no era el color de piel sino de conciencia.
Los indios –que no tenemos nada de que avergonzarnos-, hemos entendido que no queremos aprender solo inglés como los mestizos-blancos sino que también queremos saber nuestras lenguas originarias. Irónicamente, hay muchos extranjeros blancos que se interesan por aprender lenguas como el kichwa, mucho más que los mestizos como el Orlando Pérez. Mestizos-blancos que se interesan más por las filosofías del colonizador que las propias de las tierras que les ha visto nacer y que les da de comer. Los indios no presumimos de vestimos con tatoo, nike, columbia, pero tampoco tenemos vergüenza de utilizar shigras y ponernos el poncho en nuestra vida cotidiana, sino seríamos folclóricos como el patrón de Orlando Pérez.
Cuánto sabrá el mestizo de Orlando Pérez de epistemologías andinas, de ciencias andinas, de ontologías andinas, pues lo único que ha demostrado saber es la crítica al movimiento indígena desde categorías y variables impuestas por el positivismo neocolonialista.
Sabemos que a todo autoritario le gusta confiscar libros, instrumentos musicales, cuerpos, como lo hizo Febres Cordero con las guitarras de Jaime Guevara y ahora el Correato con el saxofón de Pérez Guartambel y el tambor de Salvador Quishpe. Y encima se burla del “ligero morado”. Acaso quería uno pesado o empalagoso, para estar a la altura del febres-corderato?
La única diferencia entre la derecha del siglo XX y la izquierda conservadora del siglo XXI, es que los unos son abierta y claramente defensores del capital, mientras los otros, se dicen de izquierda y han hecho ganar a los empresarios como nunca en la historia del Ecuador, como lo afirmó el mismo Correa en el enlace 461.
En su doble moral, critican a la prensa amarillista porque sólo defiende a la derecha (lo cual es cierto), pero “los pasquines” gubernamentales (en palabras de su excelencia) sólo defienden a la prensa verde-flex. Cuál la diferencia? Cada cual defendiendo a sus caudillos, palabra de dios.
Las consignas no solamente se pintan sino que se las cantan, se las gritan, y eso nadie lo puede borrar, quedan en el firmamento grabadas por siempre y en la conciencia de la gente. Los quiteños también las escribieron en las paredes de su ciudad y en las de su corazón. Pero para Orlando Pérez sólo eran válidas si eran escritas con puño y letra de Pérez Guartambel. Acaso pretende que Guartambel sea el centro y el fin de todo, como su patrón Correa?
Orlando Pérez no tiene vergüenza. El cinismo le acompaña en todo dinamitazo[2] que da.
En definitiva, Orlando Pérez cree que sus manchas no son “asquerosas”, cuando bien sabemos que utiliza las paredes de los periódicos oficialistas para mancharlos con “caquita de mosco que la afee” (utilizando sus propias palabras). Lo cierto es, que el Pérez-mestizo está dedicado con su jefe a “modernizar el capitalismo” y el Pérez-indio entrega su vida a restaurar el sumak kawsay. Esa, la diferencia concreta, entre uno y otro.
La verdad, nos da vergüenza ajena, tener alguien así como director de un periódico del Ecuador, pero que más se puede pedir en la Corte de su Majestad Rafael Primero.




[1] http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnistas/item/perez-guartambel-las-consignas-nunca-se-borran-por-favor.html
[2] http://blog.ubicatv.com/ecuador/semblanza-de-un-periodista-demoledor-por-gonzalo-guillen/

viernes, 4 de septiembre de 2015

EL POPULISMO EN LA IZQUIERDA


Yo a diferencia de muchas personas, no creo que hay que convocar
diciendo “organicémonos para salvar el mundo”;
yo pienso que eso es una vieja discusión que hay que tratar.
Es autoconvocarse a hacerlo aquí y ahora, con los medios que tienen.
Silvia Rivera Cusicanqui
El joven militar Hugo Chávez Frías inquieto con lo que sucedía en su país, funda en 1982 el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200), guiado por el pensamiento de Simón Bolívar, con algunas ideas de Simón Rodríguez y de Ezequiel Zamora ("El árbol de las tres raíces"). Por ahí también tiene algunas influencias socialistas con algunos personajes de izquierda, pero su fundamento principal era el bolivarianismo, pues para Hugo Chávez el prototipo del luchador popular era el “libertador”. Personaje a quién se lo había idealizado y convertido en un referente para las futuras generaciones de libertarios, como de igual manera se había hecho con otros personajes históricos de diferentes corrientes y expresiones: Cristo, Marx, Gandhi, Che Guevara…
Con esa formación y con esas creencias llega al gobierno de Venezuela el comandante Hugo Chávez Frías, en donde se ve en la necesidad de darle una orientación política y una salida concreta al país que quería enrumbar, pues el bolivarianismo no definía algo específico. Para ello convoca a varios personajes -principalmente internacionales- para que le ayuden a configurar su proyecto revolucionario y le den un rumbo de izquierda a su construcción. Entre esos personajes aparece Heinz Dietrich, quién logra convencerle al Comandante en dirigir el destino de Venezuela al “socialismo del siglo XXI”. Sin saber ni entender muy bien de lo que se trata, Hugo Chávez asume la tarea de construir en Venezuela y de difundirla para todo el mundo la nueva consigna inventada por su amigo mexicano-alemán.
Por ahí también aparece la comunista chilena Martha Harnecker, para de igual manera asesorar y darle más conocimientos y pautas de izquierda a Hugo Chávez, pues en esencia era un militar con inquietudes sociales pero que nunca había sido parte de un partido de izquierda ni tenía una militancia definida ni una formación concreta dentro del socialismo. Y así, aparecen o caen otros izquierdistas, de diferentes nociones y visiones para intentar construir ese socialismo del siglo XXI.
En su camino de Presidente se va empapando de la doctrina socialista y le va emparejando con el bolivarianismo para crear su "socialismo bolivariano", es decir, el chavismo. En resumen, el espíritu mesiánico y paternalista de Hugo Chávez, decide rodear de ideas socialistas a su bolivarianismo y se lanza a construir ese tal socialismo del siglo XXI, que le sugiere su gran amigo que hay que construir.
Pero luego del fracaso de la “revolución bolivariana” y de la muerte de Chávez, el propio Dietrich critica al chavismo: “Bajo Chávez, la disidencia al líder significaba el ostracismo. Los que se atrevieron a protestar en las reuniones de gabinete se expusieron a la ira del comandante. Mi amigo Chávez creó toda una cultura política de sumisión dentro de la nomenclatura oficialista que perdura hasta hoy.” (perfil.com, 19-10-2013)
En otras palabras, el afán personalista de Hugo Chávez siempre estuvo presente, haciéndose lo que el caudillo mandaba y quería. Así, hasta el día de su muerte en que eligió a Maduro para que lo reemplazara. De nada sirvieron tantos asesores formados en la vieja guardia de la izquierda pues quién tenía la última palabra era el Comandante, al punto que ahora Dietrich dice con respecto al socialismo del siglo XXI: “Ese modelo nunca se adoptó. El presidente no lo hizo y las fuerzas políticas como el Partido Comunista y los que se entienden como trotskistas están totalmente atrasados en su visión política del mundo.”
Esto que acabamos de relatar es para nosotros “populismo”, que es el acto en el cual un personaje carismático emerge en la política y asume la posición de salvador de los pobres. Se siente un predestinado para liberar a los oprimidos, quienes a su vez le deben obediencia ciega como asimismo rendirle culto a su personalidad ya que les está trayendo la liberación del yugo imperial y de la burguesía. No es alguien que llega al gobierno con una organización estructurada, con una ideología definida, con una trayectoria de lucha, en la cual se ha ido formando académica y emocionalmente, sino que simplemente aparece como un Robin Hood criollo que surge para hacer justicia a los pobres, y en el tránsito intenta darle un cuadro político definido.
Pero su fracaso es total, y que más bien conduce a un desprestigio de la izquierda en general y concomitantemente al remozamiento de una derecha rapaz y codiciosa que ahora arma sus estrategias para regresar al gobierno. Situación de la cual se aprovecha toda la derecha mundial para tomar a Venezuela como referente del descalabro que es el socialismo. Como ahora -a pretexto de las revoluciones frustradas de Correa y de Morales-, hay una campaña orquestada contra la izquierda en general.
Hugo Chávez no fue capaz de organizar y movilizar a su pueblo, de generar una consciencia política clara y precisa, de construir un partido sólido, de tomar las medidas económicas y políticas adecuadas, en definitiva, de dirigir una revolución popular sino una simple revolución a su antojo y medida: chavismo. Ni siquiera fue capaz de constituir un grupo bien preparado, o un personaje interesante que tuviera las suficientes condiciones y características para continuar con su proyecto. Dice Ditetrich: “En el momento de agudizarse su enfermedad, Chávez no había preparado a su sustituto. Ante la emergencia, confiaba más en Maduro que en Diosdado Cabello. Sabía que Maduro era muy limitado. Y también sabía que no había salvación de esa terrible enfermedad…”
Seguramente, el Comandante pensó que se quedaría en el poder mucho años y que él solito sería capaz de enrumbar a toda Venezuela al socialismo del siglo XXI. Nunca pensó que la muerte acabaría con él y a su vez con el bolivarianismo que ahora se ahoga lentamente.
Algo similar sucede en Ecuador con Rafael Correa, posiblemente el hermano menor predilecto y mejor alumno de Hugo Chávez entre todos los presidentes que conforman la tendencia del socialismo del siglo XXI, y en la que se incluyen Evo Morales y Cristina Fernández.
El joven Rafael Correa formado en el liderazgo de los boys scout e influenciado por la doctrina social de la iglesia, decide hacer su apostolado como catequista en una comunidad indígena, en donde conoce la triste realidad en la que viven los pueblos ancestrales luego de la conquista española, y refuerza su sueño en los boys scouts de ser presidente del Ecuador para desde esa posición hacer el gran cambio que necesitan los pobres.
Para ello, entiende que debe formarse académicamente con excelencia para tener los conocimientos suficientes que le permitan acceder a la presidencia. No cree en las formas típicas de la izquierda, la lucha, la organización, la militancia, sino que simplemente debe hacer los estudios necesarios que le permitan tener un amplio curriculum vitae y que sea el soporte para llegar a la más alta dignidad del Ecuador. Se forma en Bélgica y en EEUU, donde obtiene varios títulos a nivel de posgrado y regresa al país a esperar la oportunidad de conquistar el sillón presidencial, teniendo como modelos y referentes a dichos países para llevar al Ecuador al desarrollo occidental.
Hace contacto con algunos personajes que habían militado y hecho un proceso en la izquierda y/o en la lucha contra el neoliberalismo. Le conoce a Eduardo Valencia, un economista que era parte del Foro Ecuador Alternativo, grupo que tenía cierto prestigio a nivel intelectual y académico, desde donde se va abriendo camino en su objetivo. Ahora, Valencia siente un “mea culpa” por haberle abierto las puertas del foro y que será la catapulta para que posteriormente llegue al palacio de Carondelet. En dicha organización conocerá a Alberto Acosta, quién se convertirá en su hermano mayor y en el puntal para su despegue.
Sus amigos de izquierda ven en él a un joven con una buena formación académica y con un carisma que llama la atención en la población. Para ellos cualidades suficientes para postularlo como candidato a la presidencia del Ecuador. No importaba que tenga un pasado en las luchas populares, ni que se le conociera en su accionar dentro de los movimientos sociales, ni que se le haya visto en algún puesto de dirección social, nada, lo importante era su carisma y su formación intelectual, en los cuales confiaban para que gane las elecciones. Para ello, le montan un proyecto político de izquierda, convocan a muchos partidos y movimientos sociales a que los apoyen en su proyecto de “revolución ciudadana” que acababa de crear la intelectualidad de izquierda. Sin creerlo seriamente en esa posibilidad le lanzan a la contienda electoral, pero para sorpresa de todo el mundo logra ganar las elecciones, gracias –principalmente- a los dotes carismáticos de la joven promesa y del cual sus amigos intelectuales esperan gobernar en conjunto.
En otras palabras, el joven Rafael Correa, al que nadie le conocía, que había pasado mucho tiempo fuera del país,  que no tenía ningún antecedente en la vida política, y que era tan solo un profesor universitario, de pronto aparece montado en el palacio de Carondelet, desde donde empieza su sueño de cambiar al país. Mientras muchos presidentes de izquierda de Latinoamérica llegaban a la presidencia de su país, ya sea desde la guerrilla, las luchas populares, la militancia consciente, Rafael Correa llegaba desde las ONGs -en donde había trabajado algunos años- al trono presidencial.
Empieza su gobierno “revolucionario”, sin saber que socialismo mismo debía construir, pues no estaba totalmente de acuerdo con el socialismo tradicional ni con el socialismo que sus compañeros de izquierda querían construir. Conoce a Hugo Chávez y su socialismo del siglo XXI y aparece de la noche a la mañana gritando: “hasta la victoria siempre carajo”. Luego conoce a Fidel Castro y se vuelve castrista…
Así va configurando su proyecto de salvación del Ecuador, en primera instancia rodeándose de la vieja guardia de izquierda: comunistas, socialistas, marxistas leninistas, alfaristas…, hasta que encuentra resistencia en ciertos grupos que tenían otras ideas de cómo seguir ese proceso, pero que no compaginaba con lo que él quería. Pero como él había ganado las elecciones y no ellos –según Rafael Correa-, decide quitarse de encima a todos y sus “agendas propias”, pues él tenía la suya propia y que le permitiría cumplir su sueño redentor.
No estaba dispuesto a hacer un gobierno de masas ni movimientos, sino empujar su propio proyecto y crear sus propias organizaciones, en contra de las tradicionales que le habían llevado a Carandolet, y que además le querían conllevar por sus viejas propuestas y acciones de lucha. Para él, todos ellos estaban demás y principalmente equivocados en sus proyecciones de país. Además de que él se bastaba y era suficiente, pues se había dado cuenta que ya no era él sino todo un pueblo.
Al igual que Hugo Chávez, Rafael Correa empieza la construcción de su liderazgo único -como le habrá recomendado el Comandante- y que implicará ir quitando del camino a todo aquel que no compagine con su proyecto personal de cambio, pues, como dirá posteriormente en toda revolución hay contrarrevolucionarios, él es el único revolucionario y todos los que se le oponen es porque no aman a la Patria. Van cayendo uno por uno, hasta que logra quedarse con los más obsecuentes o como diría una propia legisladora del correismo: los más “sumisos”.
La revolución ciudadana deja de ser un proyecto de un grupo de intelectuales izquierdistas y de ciertos partidos de izquierda, para convertirse en el ideal de una persona. Él, cual marioneta que lo sabe todo mueve a sus sumisos y logra cooptar todas las funciones del Estado, quedando todos ellos a su servicio personal y de su sueño particular de país. Todo se hace o se deshace, a según la voluntad del gran líder Rafael Correa. Él es todo el proyecto y todo el proyecto es él. Tanto es así, que si se cae él, todo el proyecto también se cae, y en la que tampoco hay un grupo o un líder que pueda seguir el sueño del correismo.
Tampoco han hecho una revolución de abajo hacia arriba, no hay un pueblo organizado ni consciente, no hay un empoderamiento en organizaciones de base política y económica, no hay una organización partidista fuerte, ni movimientos sociales consolidados que hoy puedan defenderle cuando el pueblo se ha levantado en contra del maltrato y la prepotencia del mesías. La revolución ciudadana tambalea, ahora los correistas tienen miedo y todo el proyecto se muestra frágil. No sería raro que se caiga próximamente a través de más revueltas populares y en el peor de los casos que pierda en las próximas elecciones que se avecinan.
Así, el populismo luego del gran respaldo que le diera el pueblo ahora ese mismo pueblo le quiere tumbar. Y el populista creyendo que su carisma era suficiente para sostener a todo un pueblo y para darle haciendo su revolución.
De donde viene este fracaso? Del populismo. Ahí está la situación… Pero el populismo no solo está en estos caudillos citados anteriormente, sino en quienes los han promovido y acompañado. El señor Dietrich puede decir a este momento que no hay un lado populista en él, que creyó que simplemente la figura de un personaje podría crear una nueva sociedad. Y lo mismo podríamos preguntar a todos quienes le llevaron al poder a Correa, Morales, Fernández. Especialmente a todos los socialistas, comunistas, alfaristas…, que le siguen apoyando.
El populismo en la izquierda es algo muy acentuado, desde los guerrilleros que están dispuestos a entregar su vida por el pueblo (foquismo), hasta los políticos que hacen su misión de vida en el partido y al cual entregan todo su cuerpo como lo hacen los sacerdotes en la iglesia. Todos ellos quieren tomarse el poder para desde ahí construir su socialismo. Cada cual tiene una idea de socialismo, y cuando llegan a instancias de poder comienzan las fricciones entre ellos y se acusan de revisionistas o traidores.
Muy pocos quieren construir el “poder popular” pues implica mucho esfuerzo y dedicación, por lo que más fácil es tomarse el poder para supuestamente desde ahí crear la conciencia revolucionaria. Lo cierto es que hasta ahora no hay una sola experiencia mundial que haya logrado un cambio profundo, de arriba hacia abajo. Sin embargo hubiera sido posible, Rafael Correa tuvo todo el apoyo de casi todas las organizaciones de izquierda y movimientos sociales, además de una gran aceptación popular. Pudo haber sido el primer caso en el mundo en lograr un cambio desde el poder, pero para ello tenía que convertirse en un servidor del pueblo y no en su capataz, o como dicen los zapatistas: mandar obedeciendo, lo que para el ego de Correa es un insulto a su majestad presidencial.
De ahí, que nos parecen más consecuentes y creíbles, gente como el ex subcomandante Marcos -hoy comandante Galeano- y todo el movimiento zapatista, quienes se han salido del sistema para construir su propio país dentro de México. Todo aquel que esté dentro del sistema y que diga que desde ahí está luchando por cambiar el sistema, son bellas intenciones pero nada real -como nos dice la historia mundial-. Creemos en aquellos que ya están viviendo el nuevo sistema, como los grupos y comunidades anti-sistema y contra-sistema, y que subsidiariamente hacen acciones políticas contestarías pero más que todo acciones de conciencia sobre un nuevo tipo de vida. “Es autoconvocarse a hacerlo aquí y ahora, con los medios que tienen”, como dice Silvia Rivera Cusicanqui
Esos nos parecen más revolucionarios que los revolucionarios de aula o de fábrica, que a la final su vida personal se desenvuelve en el mismo establishment. Ni siquiera han cambiado sus formas de producción, de consumo, de alimentación, de curación, de vivienda… sino que solo quieren llegar al poder para desde ahí hacer su revolución popular a su medida e ideales.
Todo proyecto basado en la personificación de una figura -por más relevante que  haya sido-, para los indianistas es populismo. De ahí que dicen: preferimos seguir a la naturaleza que no se equivoca, que a los seres humanos que tienden siempre a darse una y otra vez con la misma piedra.


Quito, julio del 2015