Presidente de la República, Director Nacional del Partido de Gobierno, Jefe de Campaña de Alianza País, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, Presidente de la comisión económica de la UNASUR, Presidentepro tempore de Unasur, candidato talla única (a presidente, prefecto, alcalde, concejal… tal como se vio en el último proceso electoral) y no sé cuántos títulos más ha ido acumulando Rafael Correa, quien, cual LUIS XIV (El Estado soy yo) ha ido concentrando todas las funciones del Estado ecuatoriano directa o indirectamente a través de adherentes incondicionales. No olvidemos que el propio Correa sentenció que él, en tanto en jefe del Estado, estaba autorizado a controlar todas las funciones del mismo.
Esto refleja una megalomanía que viene de diferentes causas: desconfianza de Rafael Correa hacia los demás o el deseo de controlarlo todo para asegurarse de que sus ideales sean cumplidos a cabalidad o incapacidad para vivir en democracia, que resume las dos primeras opciones. En síntesis afloran visiones absolutistas: Idea de concentración de todo en una sola persona, alrededor de la cual debe girar todo lo demás; culto a la personalidad impuesta y subsumida por sus incondicionales; criterio de ser imprescindible para un proyecto; sentimiento de que no hay nadie mejor y que es irremplazable; dependencia hacia su figura, personalidad y sus propuestas; etc.
En este sentido, el derrotado el 23F es Rafael Correa. Por su autoritarismo -y por el servilismo de sus subalternos-, quien ha opacado a todos los demás miembros de Alianza País al presentarse como el “todo todito” creyendo que con su sola majestuosa presencia ya estaba todo ganado. Esto explica porque en estos 7 años de gobierno no hayan surgido figuras relevantes, porque todo está centralizado en su persona y en su imagen, a las que todos sus seguidores se encargan de encumbrarla en un pedestal. Todos apuntan a él y con eso lo único que consiguen es eclipsar al movimiento en su conjunto. Todo el “proceso” depende de él. Si desaparece Rafael Correa por cualquier circunstancia desaparece Alianza País, en tanto maquinaria electoral, y todo su proyecto. Por cierto que con el creciente autoritarismo y sectarismo, este último reconocido, ya Alianza País es una ficción y la “revolución ciudadana” no pasa de ser un eslogan.
¿Quiénes serían los responsables de aquello? Todos los miembros del partido verde flex. Los cuales son incapaces de mirar sus errores y culpan a los otros, en este caso a la derecha de su repunte. Algo parecido a lo que sucede en Venezuela, y no se dan cuenta que la Derecha en Latinoamérica está sacando ventaja como consecuencia de los errores del “progresismo” que ya no son izquierda, como atinadamente señala Eduardo Gudynas.
Todo esto se confirma con la propuesta de reelección indefinida. Sus seguidores, preocupados por su futuro y no por el futuro del país, arguyen que sin Rafael Correa todo se cae. Necesitan de él para sobrevivir, lo que demuestra que no han aprendido a vivir en la diferencia y la diversidad, ni siquiera en la “democracia burguesa” que tanto critican los socialistas. Y así como Venezuela se está cayendo sin la figura de Chávez, el Ecuador y demás países “progresistas“ seguirán el mismo proceso mientras no haya una auténtica revolución interna y se acabe con todo tipo de “liderazgo fuerte”, que para nosotros es simple caudillismo y personalismo. Pobre Ecuador y pobre Alianza País, que dependen de una sola persona. En general, el presidencialismo es la pobreza democrática de un país que debe girar a la voluntad de una sola persona. En su última sabatina Rafael Correa decía: “Yo tengo toda la atribución para decidir sobre el Yasuní”. 14 millones de ecuatorianos deben sujetarse a la voluntad de una sola persona. ¿Eso es democracia o caudillismo?
Todo lo cual demanda terminar con el monismo (monoteísmo) en todas sus formas y presentaciones para enarbolar un sistema horizontal de participación directa en la autoconstrucción de un propio camino de vida. Ya basta de mesías, predestinados, elegidos, excelsos, ungidos, meritocráticos…
Lo más triste -por decir lo menos- es que la izquierda “boba” siga con el mismo cuento y continúe enarbolando el pretexto de que así “no le hacen juego a la derecha” (Fander Falconí), cuando es todo lo contrario. Y si el pueblo se levanta -como en Venezuela- dirán que son terroristas, fascistas, como ahora son acusados muchos izquierdistas “infantiles”. Ninguna expresión amplia de masas puede ser minimizada y desvalorizada ni por la derecha ni la izquierda, sino escuchada y respetada.
Aprenderán algún día las izquierdas que en una democracia directa y profunda no tienen cabida caudillos. Y que, necesariamente, tendrán que reencontrarse con la Pachamama, de la cual todos los seres humanos formamos parte?
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