“Nada tienen que ver las petroleras, es un problema entre clanes (…) quién le puede creer a la Conaie (…) no tiene nada que ver con un problema petrolero, es una pelea entre clanes… pero lo están politizando…” (Presidente Correa: 8-12-13 Diario La Hora)
¡Qué pena¡ sería la primera reacción al leer estas palabras. Y dice: qué es de izquierda?, revolucionario?, intercultural? En todo caso, no me llama tanto la atención pero sí me indigna.
Quién ha dicho que obtuvimos la independencia de España? Quién ha dicho que se terminó el colonialismo? Quién ha dicho que ya no hay conquistadores? Los únicos que podrían decirlo son: los beneficiarios de la invasión, los que heredaron las ventajas obtenidas en el sistema monárquico, los continuadores del mismo sendero de invasión y colonización que anima a todo cleptómano. Nos independizamos administrativamente de España, más no de sus paradigmas, creencias, teorías, instituciones, modelos, ontologías, epistemologías, axiologías… Todas ellas se quedaron y han seguido la invasión, ya no por la corona en sí misma sino por sus súbditos, por sus legatarios, por sus amanuenses. También llenos de codicia, de éxito, de triunfo, de competitividad, de excelencia, como sus maestros: referentes y ejemplos de grandeza y bravura. Y ahora también por los colonizados y civilizados, por los integrados al progreso y al desarrollo, por los pro-primermundistas, en una sola palabra: los colonizados.
Todos ellos tienen la hidalga y santa tarea de continuar con el saqueo y el pillaje de Amaruka (antiguo nombre de América) para que este continente pueda salir de la pobreza milenaria e integrarse al desarrollo y al progreso de occidente. La conquista no se ha parado en estos últimos 200 años por el contrario se ha acentuado, llegando cada vez más a nuevos rincones donde no llegó el conquistador español y que la han continuado los conquistadores criollos en su divina misión de civilizarlo todo. Los neo-conquistadores se han especializado mucho más, con prolíficas y contundentes armas que no tuvieron sus predecesores, volviéndose más despiadados que sus progenitores, a todo lo cual lo llaman: libertad, democracia, justicia, partidos políticos, que son las modernas formas de extirpación del atraso, para terminar con el salvajismo y los salvajes. Los hijos de los conquistadores siguen yendo a formarse en las universidades civilizadas, aprenden nuevas metodologías y pedagogías de sustracción, y desprecian a los salvajes que practican la sustitución o la reposición, al considerarlas formas atrasadas, obsoletas, no rentables, no generadoras de riqueza.
Los conquistadores y sus aprendices por 400 años se pasaron expoliando la costa y la sierra ecuatoriana, porque pensaban que no había mucho que civilizar en la amazonia: solo habían unos pocos salvajes en medio de una naturaleza salvaje. Hasta que se dieron cuenta que había mucha riqueza en ese “infierno de víboras”, y consecuentemente había que ir a evangelizar, a educar, a desarrollar y a progresar… sus bolsillos evidentemente. Los neo-conquistadores descubrieron petróleo y al igual que a sus maestros les brillaron los ojos y se despertó la civilizada codicia por el “oro negro”. Los forjadores de adelanto y evolución se lanzaron por el oro negro con la promesa de sacar al país de la pobreza y la miseria. Y llegaron los exterminadores de la pobreza y la idolatría como llegaron los conquistadores españoles, y como llega todo conquistador: esta no es tierra de nadie y declaramos a nombre de Jesús del Gran Poder y con el fusil en el corazón ardiente de patriotismo, que este territorio y sus riquezas son de su majestad la República del Ecuador, la patria de unos cuántos predestinados y elegidos por dios para engrandecer esta tierra primitiva. Los salvajes son nadie, solo ignorancia y brutalidad.
Los civilizados fueron llevando máquinas, torres, tubos, helicópteros, avionetas, y la selva comenzó a callar. Los civilizados llegaron y fundaron ciudades, hospitales, ejércitos, policías, prostíbulos, cantinas, juegos de azar… y llegó la civilización para la muerte. La exuberante vida comenzó a morir por pedazos, poco a poco, sitio por sitio, gracias a los avanzados políticos, a los salvadores evangelistas, a los creadores de fuentes de trabajo, a los portadores de riqueza y bienestar. Los colonos pobres también se lanzaron contra los salvajes, pues para el colono: rico o pobre, blanco o cobrizo, el indio es salvaje, así enseña la escuela civilizada, así se cuenta en la culta historia: América es tierra de salvajes, de clanes que se matan unos a otros, por eso hay que civilizarlos. ¿Acaso a alguien en la escuela, en el colegio, en la universidad, les han enseñado lo contrario? Acaso les han dicho que son los guardianes de la sabiduría de la selva, los pueblos con una vida en armonía sincrónica con el orden natural, los hijos simbióticos del cosmos, los últimos capaces de hablar con dios... No, sólo son salvajes, que no saben ni entienden nada.
Como yo, o como diría Correa y otros: ¡qué mentalidad¡.
La avaricia de los civilizados creadores de libertad y democracia fue creciendo cada vez más a medida que se fueron descubriendo nuevos “oros”: el oro de los árboles (madereras), el oro de la tierra (mineras), etc. Y al mismo tiempo: indio que aparecía había que matarlo pues como salvajes eran peligrosos y había que prevenir. Indio que asomaba la cabeza había que asustarlo matando a unos cuantos para que se alejen más y no estorben al progreso. Indio que se oponía era un salvaje que no entendía que el civilizado estaba trayendo cultura y religión. Indio que resistía era un bruto que quería seguir en el pecado, en la rusticidad, en el primitivismo, en la enfermedad. Pero mientras más llegaban los colonos civilizados, más llegaban las “enfermedades blancas”, los tugurios, la delincuencia, el alcoholismo, la drogadicción, la mendicidad, la mentira, el individualismo, el egoísmo.
Los más salvajes lograron huir, otros fueron obligados o convencidos en dejarse civilizar, convertir, amoldar con las falsas promesas de “vida eterna” y otros regalitos. La mayoría de salvajes terminaron domesticados, adoctrinados, enajenados. Los pocos que resistieron decidieron alejarse completamente, esperando no tener ningún contacto con nadie, incluso con sus hermanos de la selva, para así poder guardar su dignidad, su naturalidad, su alegría, su forma de amor... Pero la caridad y el alma piadosa de los civilizados cristianos se conmovió cada vez más: utilizando a indios civilizados para que contacten con el resto de indios salvajes y así poder salvarles del infierno, y de paso para que no estorben ni hagan ataques esporádicos a los petroleros. Pero los salvajes no aceptaron ningún contacto, ni con sus hermanos civilizados, querían seguir siendo lo que son y no terminar borrachos, enfermos, desorientados, sin cultura, sin identidad, sin memoria, sin espíritu...
Los indios evangelizados no paraban y se seguían esforzando por salvar a sus hermanos salvajes del pecado venial de Eva, tal como les había convencido la santa iglesia inquisidora, pero los salvajes no aceptaban porque sabían que la Eva de la selva jamás había parido con dolor ni había sido sometida por su marido, como habían hecho los civilizados con sus mujeres. Los colonizados les decían que llevaban la palabra de dios que les llevaría al paraíso, pero los salvajes sabían que estaban en el paraíso y que nunca fueron votados de un puntapié por ningún dios, como le ha sucedido al cristiano. Los indios cultos les decían que tenían que cubrir el pecado tapando su sexo, pero los salvajes sabían que el amor no tenía nada que ocultar… Preferían seguir siendo salvajes.
El civilizado petrolero, maderero, minero seguía llevando más regalitos para contentar a los indios civilizados y despertar la atención y la competencia de los salvajes: canchas de futbol, hospitales, caminos, aeropuertos. Pero principalmente escuelitas e iglesias donde seguirles educando, adoctrinando, tecnificando, para que se conviertan en mano de obra barata, para que sean profesores de sus visiones, para que las mujeres sacien el apetito sexual de sus obreros, para que se transformen en guardias, militares, policías que defiendan a los civilizados y occidentalizados. Todo ello miraban los salvajes y estaban más seguros de querer ser más salvajes aún. Pero el señor Dios insiste a través de determinados personajes para convencerles de las ventajas y beneficios de la cristiandad, pero los salvajes prefieren seguir hablando con dios y no leyendo de un dios del juicio final, prefieren seguir teniendo una vida sagrada y no profana como la de los civilizados que no respetan las cascadas, los animales, los ríos, los árboles, todo cuanto habita en la sagrada diosa selva. Prefieren seguir siendo ellos mismos, y no obreros, sirvientes, peones, domésticas, meretrices de los civilizados.
Los colonizados seguían metiéndose cada vez más en los sagrados territorios ancestrales. Los salvajes cada vez tenían menos espacio en que moverse para buscar su subsistencia… y deciden atacar, defenderse. Dicen: basta, es suficiente, y lanzan algunas advertencias. Pero el civilizado no tiene límite, quiere más, y prefiere que se mueran todos antes que estorben sus ansias de fama, de gloria, de paraíso en el cielo. La benévola iglesia pide más tiempo para salvarlos del infierno y envía a Monseñor Labaka y sor Inés Arango, pero los salvajes saben que es otra trampa más, están hartos de los civilizados que los persiguen por todo lado, y los matan. Los civilizados tienen más argumentos para que se logre definitivamente la extirpación de idolatrías y se salve de una vez por todas a la amazonia del salvajismo cruel.
Pero los astutos e inteligentes civilizados no paran y siguen mandando de tiempo en tiempo más recados y regalitos con los indios civilizados, y para que traten de explicarles, es decir, convencerles de los “logros de la civilización y la modernidad”. Los salvajes matan a sus propios hermanos civilizados (2003), están cansados de todo civilizado de cualquier clase, están dispuestos a morir pero que no muera su honor, su sobriedad, su impecabilidad. Los indios civilizados están molestos con los indios salvajes, y viceversa. Los unos presionan (civilizados), los otros intentan (indios civilizados), los otros resisten (indios salvajes), y ahora se matan entre hermanos, ya no los mata directamente el civilizado: unos dicen que son por venganzas, otros dicen que solo son peleas de clanes. Antes se mataban por medir poder, por delimitar sus espacios de subsistencia, por honor, por prestigio, pero eran luchas eventuales y dentro de otros valores, pero jamás los de la conquista, del etnocidio, del saqueo, del extermino, como la del civilizado y del desarrollado. En todo caso, jamás las etnias milenarias estuvieron a punto de desaparecer como muchos ya han desaparecido físicamente y otros han desaparecido conciencialmente desde que llegó el progreso y el adelanto.
Entonces, señor Correa, quién les mató a los taromenane, quizás físicamente los waoranis, los indios civilizados, pero en el fondo el colonialismo cínico, la civilización devoradora, el sistema depredador del desarrollo, que usted tanto alaba. Eso lo mato. Lo mato el neo-colonialismo, los neo-conquistadores, los neo-civilizadores, los neo-evangelizadores, los neo-desarrollistas, los neo-modernistas, los neo-progresistas, los neo-ecologistas, los neo-izquierdistas, los neo-extractivistas... Todos somos responsables, todos directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, todos quienes no hacemos nada por cambiar de raíz este sistema consumista neoliberal (derecha) o de capitalismo de Estado (izquierda). Todos quienes no hacemos algo por terminar con el sistema civilizatorio cartesiano-baconiano. Todos quienes vamos llevando el desarrollo y el consumismo. Todos los civilizados les hemos matado, desde hace 500 años hasta ahora.
Seguramente yo también soy un salvaje que no entiende nada, como decía el jefe Seatle.
Atawallpa Oviedo Freire
MULTIVERSIDAD YACHAY WASI
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